domingo, 8 de octubre de 2017

¿QUÉ ES EL HOMBRE?, ¿QUIÉN SOY YO?


Interioridad y encuentro en las Confesiones de San Agustín.
Todo sistema social tiene en su base una concepción determinada del hombre; la respuesta debe darse en primera persona.

Por: Reseña | Fuente: Catholic.net
Pretender investigar y escribir sobre el hombre ha sido y sigue siendo una de las empresas más osadas y al mismo tiempo más importantes de la filosofía. Una de las empresas más osadas porque se propone como objeto una realidad completamente peculiar y compleja: absolutamente cercana —el investigador es el objeto mismo-, y al mismo tiempo profundamente misteriosa; una de las empresas más importantes porque de los resultados a los que llegue depende en buena parte el planteamiento personal y social de la vida humana.

Hay que recalcar este doble carácter social y personal de la antropología. La pregunta misma que busca responder se plantea siempre con dos caras: ¿qué es el hombre?, ¿quién soy yo? Su respuesta busca ser válida para todos los hombres —y es por esto que toda cultura y sistema social tiene en su base una concepción determinada del hombre—, pero se trata al mismo tiempo de una respuesta para cada uno de los hombres —que debe ser, por tanto, dada "en primera persona"— en cuanto es expresión de esa búsqueda de la propia identidad presente en todo corazón humano y desde la cual cada uno plantea el horizonte de su propia vida.

San Agustín ha buscado dar una respuesta a esta pregunta bidimensional por el hombre no en un tratado de filosofía sino en una obra espiritual: las Confesiones. Habrá quien apresuradamente objete que el estudio de una obra espiritual no es trabajo de un filósofo, pero la objeción nos parece banal en cuanto depende de una concepción de la filosofía que excluye a priori una dimensión de la realidad que en el caso del hombre es esencial, a saber, su relación con lo Absoluto. Nos aventuramos a decir que quizás San Agustín habría también descartado tal objeción como un sin sentido. Nadie mejor que él supo reconocer en la filosofía un verdadero amor por la sabiduría, abierta a la totalidad de lo real y guiada por aquella pasión por la verdad que lo lleva a proclamar en un momento de su vida: «¡Piérdase todo y dejemos todas estas cosas vanas y vacías y démonos por entero a la sola investigación de la verdad!».

Confesando ante Dios su propia vida, San Agustín nos ha legado un profundo ensayo sobre el hombre en el cual las dos caras de la antropología arriba mencionadas son conservadas con una frescura existencial pocas veces superada. Creemos que investigando este aspecto de la vida interior como la concibe San Agustín, se pueda dar un aporte a la antropología de nuestros días, que parece olvidar, con trágicas consecuencias, la identidad más profunda del ser humano.

HOMBRE Y DIOS: LA ANTROPOLOGÍA TEOLOGAL DE SAN AGUSTÍN:
Todo aquel que haya leído con un poco de atención las Confesiones de San Agustín no podrá negar que se encuentra ante un hombre "experto en sí mismo". Análisis profundos, ricas descripciones, trabadas argumentaciones, sentidas oraciones, se van sucediendo en esta especie de paisaje de la vida humana, mostrando la capacidad —especulativa y existencial— de su autor para entrar en contacto con lo humano.

Demos, sin embargo, un paso atrás para observar en la estructura fundamental de las Confesiones la clave de la antropología agustiniana: el hombre ante Dios. El hombre que buscándose a sí mismo y su propia felicidad, busca a Dios, y encontrando a Dios se encuentra a sí mismo. Podría decirse que aquí entrevemos la "situación" fundamental desde la cual parte para San Agustín cualquier investigación sobre el ser humano y su realidad.

Esto nos muestra al mismo tiempo dos rasgos fundamentales de su antropología, que pueden ser considerados dos rasgos de su pensamiento todo: su agudo realismo y su profundo carácter existencial. Como señala acertadamente Copleston: «la actitud agustiniana tiene por su parte la ventaja de que contempla siempre al hombre tal como éste es, al hombre en concreto, porque de facto el hombre tiene solamente un fin último, un fin sobrenatural, y, en lo que respecta a su existencia actual, no es sino hombre caído y redimido: nunca ha sido, ni es, ni será, un mero "hombre natural", sin un fin y una vocación sobrenatural».

«Porque nos has hecho para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti». En estas pocas palabras que Agustín dirige a Dios al inicio de las Confesiones encontramos densamente resumida la esencia de la antropología agustiniana. Ellas expresan en primer lugar la experiencia de "inquietud" del corazón humano ante la realidad que lo rodea, señalando esa apertura al infinito que caracteriza al hombre en cuanto hombre. Y no sólo eso, muestran asimismo el motivo de esta inquietud: el ser el hombre creado por Dios para "descansar" en Él. San Agustín —enseña Juan Pablo II recordando este pasaje- «ve al hombre como una tensión hacia Dios». Como señala al respecto Romano Guardini: «La existencia del hombre tiene la forma de "hacia-Dios" y "desde-Dios"... El hombre puede, en fin, ser comprendido sólo partiendo de Dios, existiendo y realizándose sólo por obra de Dios».

Ciertamente estas coordenadas no van en desmedro de las demás dimensiones de la vida humana -los demás, uno mismo, el mundo-, pero constituyen el punto de referencia desde el cual se ordena toda la visión agustiniana del hombre.

Esta situación existencial del hombre, que constituye la respuesta de Agustín a dos de los cuestionamientos fundamentales de todo ser humano: ¿de dónde vengo?, ¿a dónde voy?, ilumina asimismo la realidad esencial del ser humano (¿quién soy?), permitiendo con ello el acceso del hombre al sentido de su propia existencia.

Así, para el Obispo de Hipona la esencia del hombre es su ser "imagen de Dios". Tratando de lo más elevado en el ser humano en De Trinitate, San Agustín recuerda que «es su imagen [de Dios] en cuanto es capaz de Dios y puede participar de Dios». Más allá de las conclusiones específicas de esta monumental obra, resulta emblemático el intento mismo de San Agustín: "ejercitar" nuestro débil entendimiento para acercarnos lo más posible al misterio de la Santísima Trinidad a través de la comprensión de su imagen más perfecta en este mundo, la naturaleza humana. Nos adentramos en la imagen para entender el Modelo, pero a su vez desnaturalizamos la imagen si perdemos de vista que lo es siempre del Original.

Jacques Maritain, desde su perspectiva propia, da algunas luces sobre esta íntima unión en el pensamiento agustiniano: «Al experimentar a Dios místicamente, el alma experimenta también, en el repliegue más oculto de su actividad santificada, su propia naturaleza de espíritu. Esta doble experiencia, producida bajo la inspiración especial del Espíritu de Dios y por sus dones, es como el acabamiento sobrenatural del movimiento de introversión propio de todo espíritu. Ella es, en todo lo concerniente a Dios y al alma, el centro de gravitación de las doctrinas de San Agustín. Si la perdemos de vista, se nos esfuma el sentido profundo de estas doctrinas» (9).


Dios y el hombre. El hombre siempre ante Dios, Dios siempre presente en el hombre. Sólo desde esta "teologalidad" de la existencia humana se puede entender la profundidad de la interioridad agustiniana.

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