Interioridad y encuentro en las Confesiones de San Agustín.
Todo sistema social
tiene en su base una concepción determinada del hombre; la respuesta debe darse
en primera persona.
Por: Reseña | Fuente: Catholic.net
Por: Reseña | Fuente: Catholic.net
Pretender
investigar y escribir sobre el hombre ha sido y sigue siendo una de las empresas
más osadas y al mismo tiempo más importantes de la filosofía. Una
de las empresas más osadas porque se propone como objeto una realidad
completamente peculiar y compleja: absolutamente cercana —el investigador es el
objeto mismo-, y al mismo tiempo profundamente misteriosa; una de las empresas
más importantes porque de los resultados a los que llegue depende en buena
parte el planteamiento personal y social de la vida humana.
Hay que recalcar este doble carácter social y
personal de la antropología. La pregunta misma que busca responder se plantea
siempre con dos caras: ¿qué es el hombre?, ¿quién soy yo? Su respuesta busca
ser válida para todos los hombres —y es por esto que toda cultura y sistema social tiene en su base una concepción determinada
del hombre—, pero se trata al mismo tiempo de una respuesta para cada
uno de los hombres —que debe ser, por tanto, dada "en primera
persona"— en cuanto es expresión de esa búsqueda de la propia identidad
presente en todo corazón humano y desde la cual cada uno plantea el horizonte
de su propia vida.
San
Agustín ha buscado dar una respuesta a esta pregunta bidimensional por el
hombre no en un tratado de filosofía sino en una obra espiritual: las
Confesiones. Habrá quien apresuradamente objete que el
estudio de una obra espiritual no es trabajo de un filósofo, pero la objeción
nos parece banal en cuanto depende de una concepción de la filosofía que
excluye a priori una dimensión de la realidad que en el caso del hombre es
esencial, a saber, su relación con lo Absoluto. Nos aventuramos a decir que
quizás San Agustín habría también descartado tal objeción como un sin sentido.
Nadie mejor que él supo reconocer en la filosofía un verdadero amor por la
sabiduría, abierta a la totalidad de lo real y guiada por aquella pasión por la
verdad que lo lleva a proclamar en un momento de su vida: «¡Piérdase todo y dejemos todas estas cosas vanas y
vacías y démonos por entero a la sola investigación de la verdad!».
Confesando ante Dios su propia vida, San Agustín
nos ha legado un profundo ensayo sobre el hombre en el cual las dos caras de la
antropología arriba mencionadas son conservadas con una frescura existencial
pocas veces superada. Creemos que investigando este aspecto de la vida interior
como la concibe San Agustín, se pueda dar un aporte a la antropología de
nuestros días, que parece olvidar, con trágicas consecuencias, la identidad más
profunda del ser humano.
HOMBRE
Y DIOS: LA ANTROPOLOGÍA TEOLOGAL DE SAN AGUSTÍN:
Todo aquel que haya leído con un poco de
atención las Confesiones de San Agustín no podrá negar que se encuentra ante un
hombre "experto en sí mismo". Análisis
profundos, ricas descripciones, trabadas argumentaciones, sentidas oraciones,
se van sucediendo en esta especie de paisaje de la vida humana, mostrando la
capacidad —especulativa y existencial— de su autor para entrar en contacto con
lo humano.
Demos, sin embargo, un paso atrás para observar
en la estructura fundamental de las Confesiones la clave de la antropología
agustiniana: el hombre ante Dios.
El hombre que buscándose a sí mismo y su propia felicidad, busca a Dios, y
encontrando a Dios se encuentra a sí mismo. Podría decirse que aquí entrevemos
la "situación" fundamental desde
la cual parte para San Agustín cualquier investigación sobre el ser humano y su
realidad.
Esto nos muestra al mismo tiempo dos rasgos
fundamentales de su antropología, que pueden ser considerados dos rasgos de su
pensamiento todo: su agudo realismo y su profundo carácter existencial. Como
señala acertadamente Copleston: «la actitud
agustiniana tiene por su parte la ventaja de que contempla siempre al hombre
tal como éste es, al hombre en concreto, porque de facto el hombre tiene
solamente un fin último, un fin sobrenatural, y, en lo que respecta a su
existencia actual, no es sino hombre caído y redimido: nunca ha sido, ni es, ni
será, un mero "hombre natural", sin un fin y una vocación
sobrenatural».
«Porque nos has hecho para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti». En estas pocas palabras que Agustín dirige a Dios al inicio de las Confesiones encontramos densamente resumida la esencia de la antropología agustiniana. Ellas expresan en primer lugar la experiencia de "inquietud" del corazón humano ante la realidad que lo rodea, señalando esa apertura al infinito que caracteriza al hombre en cuanto hombre. Y no sólo eso, muestran asimismo el motivo de esta inquietud: el ser el hombre creado por Dios para "descansar" en Él. San Agustín —enseña Juan Pablo II recordando este pasaje- «ve al hombre como una tensión hacia Dios». Como señala al respecto Romano Guardini: «La existencia del hombre tiene la forma de "hacia-Dios" y "desde-Dios"... El hombre puede, en fin, ser comprendido sólo partiendo de Dios, existiendo y realizándose sólo por obra de Dios».
Ciertamente estas coordenadas no van en desmedro
de las demás dimensiones de la vida humana -los demás, uno mismo, el mundo-,
pero constituyen el punto de referencia desde el cual se ordena toda la visión
agustiniana del hombre.
Esta situación existencial del hombre, que
constituye la respuesta de Agustín a dos de los cuestionamientos fundamentales
de todo ser humano: ¿de dónde vengo?,
¿a dónde voy?, ilumina asimismo la realidad esencial del ser humano
(¿quién soy?), permitiendo con ello el acceso del hombre al sentido de su
propia existencia.
Así, para el Obispo de Hipona la esencia del
hombre es su ser "imagen de Dios". Tratando
de lo más elevado en el ser humano en De Trinitate, San Agustín recuerda que «es su imagen [de Dios] en cuanto es capaz de
Dios y puede participar de Dios». Más allá de las conclusiones
específicas de esta monumental obra, resulta emblemático el intento mismo de
San Agustín: "ejercitar" nuestro
débil entendimiento para acercarnos lo más posible al misterio de la Santísima
Trinidad a través de la comprensión de su imagen más perfecta en este mundo, la
naturaleza humana. Nos adentramos en la imagen para entender el Modelo, pero a
su vez desnaturalizamos la imagen si perdemos de vista que lo es siempre del
Original.
Jacques Maritain, desde su perspectiva propia,
da algunas luces sobre esta íntima unión en el pensamiento agustiniano: «Al experimentar
a Dios místicamente, el alma experimenta también, en el repliegue más oculto de
su actividad santificada, su propia naturaleza de espíritu. Esta doble
experiencia, producida bajo la inspiración especial del Espíritu de Dios y por
sus dones, es como el acabamiento sobrenatural del movimiento de introversión
propio de todo espíritu. Ella es, en todo lo concerniente a Dios y al alma, el
centro de gravitación de las doctrinas de San Agustín. Si la perdemos de vista,
se nos esfuma el sentido profundo de estas doctrinas» (9).
Dios y el hombre. El hombre siempre ante Dios, Dios siempre presente en el hombre.
Sólo desde esta "teologalidad" de
la existencia humana se puede entender la profundidad de la interioridad
agustiniana.
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