El anónimo Soneto a
Cristo crucificado, también conocido por su verso inicial No me mueve, mi Dios, para quererte.
Por: Cristina Solis | Fuente: Catoliscopio.com
Por: Cristina Solis | Fuente: Catoliscopio.com
SUS
ORÍGENES
El anónimo Soneto a Cristo crucificado, también
conocido por su verso inicial «No me mueve, mi
Dios, para quererte», es una de las joyas de la poesía mística en lengua
española. Podría considerarse de lo mejor de la poesía en español de la segunda
mitad del s. XVI. Aunque su autor permanece desconocido, se atribuye con
gran fundamento al Doctor de la Iglesia san Juan de Ávila, aunque algunos lo
atribuyen también al agustino Miguel de Guevara.
El argumento más sólido para la atribución a
Juan de Ávila, como señala Marcel Bataillon, es que el precedente de la idea
central del soneto (amor de Dios por Dios mismo) se halla en bastantes textos
del santo: “El que dice que te ama y
guarda los diez mandamientos de tu ley solamente o más principalmente porque le
des la gloria, téngase por despedido della.” En sus Meditaciones devotísimas del amor de
Dios.
“Aunque no hubiese infierno
que amenazase, ni paraíso que convidase, ni mandamiento que constriñese,
obraría el justo por sólo el amor de Dios lo que obra.” Glosa del “Audi filia”, cap. L.
La atribución a Santa Teresa de Jesús no se
sostiene porque la mística abulense no supo manejar los metros largos; tampoco
puede atribuirse a San Francisco Javier ni a San Ignacio de Loyola, porque de
ellos no se conserva obra poética alguna estimable. Montoliú, por otra parte,
defiende la tesis de que el autor del soneto pueda ser Lope de Vega.
SONETO A CRISTO CRUCIFICADO
No me mueve, mi Dios, para
quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor,
muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muéveme tus afrentas y tu muerte.
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muéveme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor, y
en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.
No me tienes que dar porque
te quiera,
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.
Reflexionemos desde la perspectiva del soneto
Hoy lo queremos tomar prestado como para hacer
una interesante reflexión: ¿Qué te mueve para servir a Dios? ¿En qué te
basas para amarlo?
A veces nos equivocamos sobre la forma de amar a Dios, buscamos beneficios o recompensas y evitamos castigos, pero ¿realmente reconozco que soy único y especial para Él? ¿
Por medio de este soneto podemos apreciar el
amor incondicional que Dios nos tiene y además nos sirve para reflexionar sobre
cómo lo amamos nosotros.
Buscar por qué amamos a Dios es nuestra tarea
porque Él sólo pide de nosotros nuestro amor y como menciona Pablo en corintios
“el amor es incondicional sin medida y único”.
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