lunes, 23 de octubre de 2017

EL DÍA EN QUE PADRE PÍO RECIBIÓ UNA GRACIA DE LA VIRGEN DE FÁTIMA

Ahora que termina el centenario de las apariciones, sale a la luz una anécdota poco conocida del santo fraile italiano.
En Fátima, la Virgen María pidió sin descanso a los tres pastorcitos que rezaran el rosario todos los días y que ofrecieran sus oraciones por la paz en el mundo. Una práctica tan querida al Padre Pío que llegaron a llamarle “el rosario viviente”, de tan numerosas que eran sus oraciones: en el altar, en el confesionario, en su celda, de día, de noche… Hablando de Nuestra Señora, decía siempre: “Todas las gracias pasan por sus manos”.
¿Nuestro santo fraile capuchino tuvo visiones de la Virgen? Muchas frases confiadas a su entourage más próximo, como también algunos episodios turbadores, parecen confirmarlo. Sabemos que desde los cinco años tuvo visiones de Jesús, de ángeles y de santos. Él mismo, sin embargo, guardaba silencio cuando se le preguntaba directamente.
Entre estos episodios, hay uno que pocos conocen, pero que tiene sabor a milagro y que parece confirmar que su relación privilegiada con la Virgen era muy concreta.
Visita de la estatua de Nuestra Señora de Fátima
Estamos en 1959, la Conferencia Episcopal Italiana acababa de anunciar un año de oración, durante el cual la estatua de Nuestra Señora de Fátima saldría del santuario portugués para hacer un tour por las ciudades de Italia. Con gran satisfacción de Padre Pío.
Sin embargo, poco antes de la llegada de la estatua a su pueblo, Padre Pío se puso enfermo: víctima de una grave pleuritis, no lograba siquiera celebrar la misa en la iglesia, sino que debía hacerlo en la habitación, con la ayuda de un micrófono. Y estaba postrado en la cama cuando la estatua llegó a san Giovanni Rotondo, en helicóptero, el 5 de agosto.
El fraile capuchino, para preparar a los fieles a la llegada de María, les exhortaba incesantemente desde hacía días a prepararse espiritualmente, hablándoles desde su celda por medio de un micrófono. Y organizó toda la jornada de oración ante la estatua. Quería haberla dirigido él mismo, pero no podía. El 6 de agosto, la estatua debía partir de nuevo. Pero antes de subir al helicóptero para ir a otra ciudad, la llevaron al hospital.
El milagro
En el hospital, antes de llevarla donde los enfermos, la estatua fue llevada a la sacristía, donde padre Pío se había hecho llevar en una silla. El fraile se inclinó y dio a la estatua un delicado beso. Después puso en sus manos el rosario que le había regalado uno de sus grupos de oración, y se hizo llevar de nuevo a su celda, donde fueron a verle los dos pilotos del helicóptero para que les bendijera, antes de partir con la estatua a otro destino.
Llegado el momento de la partida, padre Pío se hizo llevar hasta el balcón de la Iglesia. Los frailes cuentan que en el momento en que el helicóptero alzó el vuelo, Padre Pío se puso a llorar y le dijo a la Virgen: “Madre, he estado enfermo durante tu visita a Italia y ahora te vas sin curarme?”. El helicóptero se alejó poco a poco de San Giovanni Rotondo.
En un cierto momento, de repente, el segundo piloto pidió volver atrás y dio tres vueltas sobre el convento para saludar a Padre Pío. El capuchino sintió entonces un gran temblor en el cuerpo y dijo a sus hermanos: ¡”Estoy curado!”. En efecto, ya no tenía nada. Todos lo supieron. Nunca Padre Pío – afirman los testigos – se sintió tan sano y fuerte como después de la partida de Nuestra Señora de Fátima (J. Gallagher, Segni di Speranza, Cinisello Balsamo 1999).
María, razón de toda esperanza
Sobre la puerta de Padre Pío se encontraban estas palabras: “María es la razón de toda esperanza mía”. ¿María, presente en la estatua peregrina de Fátima, le había curado para darle las gracias por toda su devoción?
El padre Derobert, “hijo espiritual” del fraile capuchino, se plantea la pregunta. Él se acuerda con emoción del rostro estático de Padre Pío, de su mirada maravillosa posada sobre la pequeña estatua que un peregrino le pedía que bendijera… y cuando enseñaba, hablando sin papeles: “Rezad el Rosario, y rezadlo continuamente todo el tiempo que podáis”.
Padre Pío murió aferrando en sus manos el rosario, que llevaba siempre en todas partes como un “arma poderosa”. Ese arma le permitiría “vencer y lograr cualquier cosa” – como le había prometido la Virgen a él que llevaba en sus miembros los estigmas del Hijo crucificado.

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