Ahora que termina el
centenario de las apariciones, sale a la luz una anécdota poco conocida del
santo fraile italiano.
En Fátima, la Virgen María
pidió sin descanso a los tres pastorcitos que rezaran el rosario todos los días
y que ofrecieran sus oraciones por la paz en el mundo. Una práctica tan querida
al Padre Pío que llegaron a
llamarle “el rosario viviente”, de tan numerosas que eran sus oraciones: en el
altar, en el confesionario, en su celda, de día, de noche… Hablando de Nuestra
Señora, decía siempre: “Todas las gracias pasan por
sus manos”.
¿Nuestro santo fraile
capuchino tuvo visiones de la Virgen? Muchas frases confiadas a su entourage más próximo, como también algunos
episodios turbadores, parecen confirmarlo. Sabemos que desde los cinco años
tuvo visiones de Jesús, de ángeles y de santos. Él mismo, sin embargo, guardaba
silencio cuando se le preguntaba directamente.
Entre estos episodios, hay uno que pocos conocen, pero que tiene sabor
a milagro y que parece confirmar que su relación privilegiada con la Virgen era muy concreta.
Visita de la estatua
de Nuestra Señora de Fátima
Estamos en 1959, la
Conferencia Episcopal Italiana acababa de anunciar un año de oración, durante
el cual la estatua de Nuestra Señora de Fátima saldría del santuario portugués
para hacer un tour por las ciudades de Italia. Con gran satisfacción de Padre
Pío.
Sin embargo, poco antes de la llegada de la estatua a su pueblo, Padre
Pío se puso enfermo: víctima de una grave pleuritis, no lograba siquiera celebrar
la misa en la iglesia, sino que debía hacerlo en la habitación, con la ayuda de
un micrófono. Y estaba postrado en la cama cuando la estatua llegó a san
Giovanni Rotondo, en helicóptero, el 5 de agosto.
El fraile capuchino, para
preparar a los fieles a la llegada de María, les exhortaba incesantemente desde
hacía días a prepararse espiritualmente, hablándoles desde su celda por medio
de un micrófono. Y organizó toda la jornada de oración ante la estatua. Quería
haberla dirigido él mismo, pero no podía. El 6 de agosto, la estatua debía
partir de nuevo. Pero antes de subir al helicóptero para ir a otra ciudad, la
llevaron al hospital.
El milagro
En el hospital, antes de
llevarla donde los enfermos, la estatua fue llevada a la sacristía, donde padre
Pío se había hecho llevar en una silla. El
fraile se inclinó y dio a la estatua un delicado beso. Después puso en sus
manos el rosario que le había regalado uno de sus grupos de oración, y se hizo
llevar de nuevo a su celda, donde fueron a verle los dos pilotos del
helicóptero para que les bendijera, antes de partir con la estatua a otro
destino.
Llegado el momento de la
partida, padre Pío se hizo llevar hasta el balcón de la Iglesia. Los frailes
cuentan que en el momento en que el helicóptero alzó el vuelo, Padre Pío se
puso a llorar y le dijo a la Virgen: “Madre, he
estado enfermo durante tu visita a Italia y ahora te vas sin curarme?”.
El helicóptero se alejó poco a poco de San Giovanni Rotondo.
En un cierto momento, de
repente, el segundo piloto pidió volver atrás y dio tres vueltas sobre el
convento para saludar a Padre Pío. El
capuchino sintió entonces un gran temblor en el cuerpo y dijo a sus hermanos: ¡”Estoy curado!”. En
efecto, ya no tenía nada. Todos lo supieron. Nunca Padre Pío – afirman los
testigos – se sintió tan sano y fuerte como después de la partida de Nuestra
Señora de Fátima (J. Gallagher, Segni di Speranza, Cinisello Balsamo
1999).
María, razón de toda
esperanza
Sobre la puerta de Padre Pío
se encontraban estas palabras: “María es la razón
de toda esperanza mía”. ¿María, presente en la estatua peregrina de
Fátima, le había curado para darle las gracias por toda su devoción?
El padre Derobert, “hijo espiritual” del fraile capuchino, se plantea
la pregunta. Él se acuerda con emoción del rostro estático de Padre Pío, de su
mirada maravillosa posada sobre la pequeña estatua que un peregrino le pedía
que bendijera… y cuando enseñaba,
hablando sin papeles: “Rezad el Rosario, y rezadlo
continuamente todo el tiempo que podáis”.
Padre Pío murió aferrando en
sus manos el rosario, que llevaba siempre en todas partes como un “arma poderosa”. Ese arma le permitiría “vencer y lograr cualquier cosa” – como le había
prometido la Virgen a él que llevaba en sus miembros los estigmas del Hijo
crucificado.
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