Sigo con el post de ayer. En la
Iglesia, hay unos maestros. No es maestro el que se autotitula “maestro”, sino el que lo es. Serlo o no serlo
depende de varios factores que no es el caso ahora analizarlo.
Hay una cierta confusión con el
lícito derecho a la crítica constructiva y el ilícito acto de la crítica
destructiva de la que habrá que dar cuentas.
Si con la palabra hago daño a un
pastor, tendré que dar cuentas. Por supuesto que me dirán algunos que sin esa
crítica no se hubiera sabido lo que estaba sucediendo con la pederastia. No es
lo mismo criticar a un clérigo si es culpable de pederastia, de asesinato, de
robar al vecino o de conducir en estado de embriaguez, que criticar su fe,
criticar agriamente sus decisiones de gobierno eclesial, o criticar su modo de
celebrar misa.
El que hace daño de obra o de palabra a quien sea tendrá que dar cuentas
ante el Pastor de los pastores. El que juzga a su hermano, incluso con el
pensamiento, tendrá que dar cuenta ante el Juez Supremo. Algunos están
convencidos de estar purificando a la Iglesia y su labor se reduce a ir
reduciendo el respeto de los fieles hacia sus pastores. Qué distintas ser verán
las cosas en la otra vida. Desde luego, les aseguro que serán juzgados como
ellos juzgaron. Y que el daño que produjeron recaerá sobre sus almas y no
saldrán del purgatorio hasta que paguen la última moneda, hasta la más pequeña.
P.FORTEA
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