Cuando es realmente
importante decidir entre dos interpretaciones, los católicos contamos con el
Magisterio de la Iglesia.
Por: Pato Acevedo | Fuente: Infocatolica.com
Por: Pato Acevedo | Fuente: Infocatolica.com
Una de las querellas clásicas del protestantismo
es que, mientras pudo hacerlo, el
clero católico ocultó la Biblia a los fieles cristianos porque, se
dice, si la hubieran leído por sí mismos se habrían dado cuenta que las
doctrinas de la Iglesia contradecían la Palabra de Dios. Se supone que con esto controlaba a las masas
y acumulaba más poder. Así, se afirma que la Iglesia habría impuesto
penas de excomunión y prisión a quien tradujera la Biblia, que solo se
permitían versiones en griego y latín para que la masa de los creyentes
permaneciese ajena a los textos bíblicos, y que Lutero habría arriesgado su
libertad al traducir el Nuevo Testamento al alemán.
Lo que subyace a este tipo de afirmaciones
infundadas, pues no se puede hablar de argumentos, es una forma de pensar notablemente anacrónica.
Se superponen dos datos correctos pero que provienen de dos épocas diferentes,
por ejemplo que en esa época la Biblia circulaba escrita en latín y que hoy en
día muy poca gente conoce esa lengua, para llegar a conclusiones groseramente erradas e injustas.
Revisemos algunos de estos
errores:
- Griego y latín no eran lenguajes
desconocidos para “la masa de los creyentes”, como
en la actualidad. El griego era el idioma de las élites culturales de la
antigüedad desde tiempos de Alejandro Magno; y el latín, el de la
administración del imperio que controlaba el mediterráneo. Ambos servían
de lengua internacional, como el inglés hoy en día.
- Cuando la Iglesia tradujo La Biblia al
latín, contribuyó de forma importante a su difusión.
Hasta ese momento, la Biblia se conservaba en parte en hebreo, una lengua
que hasta los judíos habían abandonado, y en griego. Gracias a la edición
el latín, lengua común para los pueblos de la antigüedad, el universo de
lectores aumentó explosivamente.
- En el siglo IV, el Papa Dámaso I encargo a San Jerónimo
[1], traducir los textos originales al latín de uso común o vulgar, precisamente para contar con una nueva
traducción que pudieran entender los fieles. De ahí que esta “versión oficial” se conociera como vulgata editio, es decir,
edición para el pueblo o edición divulgada.
- Durante la Edad Media, la masa de los
creyentes no sabían leer, así que poco habrían ganado con una
traducción de la Biblia. Por su parte, los que sabían leer, aprendían
usando textos en griego y latín, así que tampoco necesitaban más para
conocer las Escrituras.
- En esos años, cuando ni siquiera los reyes sabían
leer, fueron los monjes
católicos quienes copiaron los libros sagrados, una y otra vez, a mano, en
una labor incansable. En 1450, cuando Johannes Gutenberg inventó la
imprenta de tipos móviles, uno de los primeros libros en ser impreso fue
una Biblia católica
- Es falso que hubiera castigos canónicos por
traducir la Biblia. Si hubo algunas ediciones prohibidas por
la autoridad civil, fue por temor de que contuvieran un texto gravemente
manipulado. Eso era percibido como un peligro por toda la comunidad, tal
como hoy en día se sanciona la falsificación de dinero [2].
En respaldo a esta leyenda negra, se suele
mencionar el Concilio de Toulouse, que en 1229 efectivamente ordenó que se
prohibiera a los fieles mantener en su poder copias en idioma común de
secciones de las Escrituras. Sin embargo, esa nunca fue una resolución general de la
Iglesia, ni se pensó que se aplicara a todos los fieles. Fue la decisión de un grupo de obispos, hoy en día
hablaríamos de un sínodo local o conferencia episcopal, para enfrentar el grave
conflicto político religioso que esa región de Francia estaba atravesando.
Estas mentiras se suelen sazonar además con afirmaciones claramente absurdas,
como que este concilio de 1229 puso a la Biblia en el índice de libros
prohibidos, peros es índice no existió sino hasta muchos siglos más tarde.
Igualmente
transparente es la mentira de que Lutero fuera excomulgado por traducir la
Biblia, o que arriesgara pena de muerte por hacerlo.
Para descartar lo primero, basta notar que el Papa León X emitió la bula de
excomunión, Decet Romanum Pontificem,
en enero de 1521; y que Lutero público su traducción del Nuevo Testamento en
1522, y la del Antiguo Testamento, en colaboración, en 1534, es decir 13 años
después. El texto de la bula, disponible en la red, en nada se refiere a una
traducción de la Biblia, y no podría hacerlo, pues todavía no existía.
Respecto a lo segundo, que alguna vez se
estableciera la pena de muerte por traducir la Biblia, es una de esas acusaciones que se repiten al
pasar en medio de muchas otras, pero sin nunca entregar una referencia concreta.
A lo largo de la historia, la Iglesia ha producido una cantidad enorme de
documentos, de todo tipo, pastoral, jurídicos, doctrinarios y místicos, y de
existir un canon o decreto en ese sentido, lo esperable sería que se pudiera
demostrara con facilidad. No es así, sin embargo, pero se difunden sin
fundamento estas mentiras.
¿Solo el Papa puede interpretar la Biblia?
Al hablar del supuesto temor que tendría la
Iglesia a que los fieles leyeran y conocieran las escrituras, se dice que
incluso en la actualidad a los católicos se les prohíbe interpretar la Biblia,
y que solamente el Papa y los obispos podrían hacerlo. En este sentido, se cita
el Catecismo de la Iglesia Católica, donde señala que “El oficio de interpretar
auténticamente la Palabra de Dios ha sido confiado únicamente al Magisterio de
la Iglesia, al Papa y a los obispos en comunión con él” [3]. Con esto,
se concluye que, según Roma, solo el Papa y los obispos tendrían la habilidad
de interpretar la Palabra de Dios.
Uno podría entender la confusión que provocan
las palabras del Catecismo, porque su verdadero sentido radica en una sutileza,
incluso podríamos hablar de un tecnicismo. La clave para entender lo que se nos
quiere aquí, radica en distinguir
entre la interpretación que podamos hacer cada uno de nosotros, y el llamado “oficio de interpretar auténticamente”.
Es claro que cualquiera de nosotros puede tomar la Biblia, leerla, reflexionar sobre
lo que lee y, con la ayuda del Espíritu Santo, comprender lo que nos dice y
de qué forma se aplica en nuestra vida. Eso hacían los israelitas primero, y
luego los cristianos, y ha dado lugar a incontables obras de fieles y santos
cristianos, que no eran obispos ni Papas, pero que tenían una estrecha
familiaridad y conocimiento de la Palabra de Dios escrita, que han escudriñado
y profundizado en sus sentido. De esta capacidad también dependen los numerosos
libros de teología que se publican cada año, las investigaciones teológicas y
las carreras de muchos académicos.
Cualquiera de nosotros puede tomar la Biblia e
interpretarla, como decíamos, pero
¿qué ocurre si los cristianos comprenden un mismo texto de forma diferente? Por
sí solos, ninguno de ellos puede decir que el otro está errado y que su opinión
es más verdadera, y casi siempre se admite que ambas interpretaciones son
posibilidades que admite un mismo texto. Con esto se reconoce que la Biblia,
por haber sido inspirada por Dios, puede tener varios sentidos para resultar
relevante para personas de diferentes lugares y épocas.
Sin embargo, hay veces en que no es posible
decir eso, en que una interpretación es incompatible con otras, en un asunto de
gran importancia. La historia es
testigo de numerosas disputas entre cristianos, por motivos de diferencias en
cuestiones de doctrina, donde ambas facciones decían sostener su opinión en el
sentido claro de la Biblia ¿Qué hacer en ese caso? Una posibilidad
sería dividir la Iglesia, y que cada cristiano decidiera cuál interpretación es
la correcta, pero a lo largo del tiempo eso terminaría por reducir la
cristiandad a un conjunto de grupitos en constante debate. Otra opción sería
declarar que a fin de cuentas el asunto no era tan importante, pero incluso esa
declaración tendría que hacerla un tercero imparcial a ambas interpretaciones.
La Iglesia plantea una tercera alternativa: el
oficio de interpretar auténticamente, que ejerce el Magisterio a través del
Papa y de los obispo en comunión con él. Esto significa que, donde hay interpretaciones incompatibles
sobre un asunto de importancia, el Magisterio puede decirnos cuál es la opción
correcta, en razón de que Jesús confió a esta Iglesia la Palabra de
Dios, que se expresan en la Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura [4]. Por
eso, porque es una función que implica interpretar con la autoridad recibida
del Maestro, se habla del “oficio de interpretar
auténticamente”, que solo tienen el Papa y los obispos en comunión con
él, y que no tenemos el resto de los católicos.
En resumen, no es que los católicos no podamos leer o interpretar la Biblia,
de hecho lo hacemos diariamente, incluso dando lugar a opiniones que se alejan
de una lectura tradicional, lo que puede ser legítimo hasta cierto punto. Aquí
el Catecismo está hablando de algo diferente y es que, “cuando
la sangre llega al río”, cuando
es realmente importante decidir entre dos interpretaciones, los católicos
tenemos una herramienta para determinar cuál es la verdadera: el
Magisterio del Papa y los obispos, y su oficio de interpretar auténticamente
[5].
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NOTAS:
NOTAS:
[1] San
Jerónimo de Estridón (340-420) es uno de los padres de la Iglesia, y el mayor
experto de su tiempo en griego, latín y hebreo.
[2] Sin ir más lejos, el
propio Martín Lutero al traducir la Biblia al alemán se arrogó la potestad de
agregar la palabra “solo” a Rm 3,28 (“Porque nosotros estimamos que le hombre
es justificado [solo] por la fe, sin las obras de la Ley”) pues correspondía
mejor a su doctrina. También decía que la Epístola de Santiago debía ser
quitada de la Biblia, por enseñar que las obras eran importantes para la
salvación.
[3] Catecismo de la
Iglesia Católica, 100.
[4] Cf. Constitución
Dogmática Dei Verbum, Concilio Vaticano II, 1965.
[5] En las disciplinas
jurídicas se ha conservado esta forma de hablar. El diccionario de la Real
Academia Española todavía define “interpretación auténtica” como “la que de una
ley hace el mismo legislador”.
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