En
la fiesta de la exaltación de la Santa Cruz, sobre la costumbre de llevar una
cruz en el bolsillo.
Entre los jóvenes que
participaron en la Jornada Mundial de la Juventud de Madrid 2011 se repartió
una caja de medicina llamada Nadie tiene amor +
grande. En el prospecto, en el apartado «Modo
de empleo», se recomendaba a los «enfermos»
«llevar encima» el crucifijo «del mismo que
muchas personas llevan la fotografía de los que aman en su agenda». Y se
añadía: «Los
que aman a Cristo procuran llevar siempre con ellos su crucifijo, la cruz de
Cristo».
El prospecto no hacía más que
confirmar una larguísima tradición
entre los católicos de llevar una pequeña cruz en el bolsillo. La
costumbre, vivida por infinidad de fieles, ha sido seguida incluso por algunos
santos. En una entrevista de Cesare Cavalleri sobre san Josemaría Escrivá, el
beato Álvaro del Portillo aseguraba que cuando el fundador del Opus Dei
«trabajaba en la mesa, se ponía delante un crucifijo, bastante grande –de diez
o doce centímetros–, que llevó siempre en el bolsillo».
Pero, ¿y por qué llevar
una cruz en el bolsillo? Las respuestas se encuentran en un poema de Verna Mae
Thomas publicado originalmente en inglés:
Llevo una cruz en
mi bolsillo un recordatorio de que soy cristiano. No importa donde me
encuentre. Esta pequeña cruz no es mágica ni es un talismán de buena suerte. No
está hecha para protegerme de todo daño. No es para identificación para que
todo el mundo la vea. Es simplemente un acuerdo entre mi Salvador y yo. Cuando
meto la mano en mi bolsillo para sacar una moneda o una llave, la cruz está ahí
para recordarme que
El se sacrificó por mí. Me recuerda también dar las gracias por mis bendiciones diarias
y esforzarme por servir a Dios mejor en todo lo que digo y hago. También es un recordatorio diario por la paz y el bienestar que comparto con quienes conocen al Señor y se entregan a su cuidado. Por lo tanto, llevo una cruz en mi bolsillo. Recordándome a mí solo que Jesucristo será Señor de mi vida únicamente con permitirle que lo sea.
El se sacrificó por mí. Me recuerda también dar las gracias por mis bendiciones diarias
y esforzarme por servir a Dios mejor en todo lo que digo y hago. También es un recordatorio diario por la paz y el bienestar que comparto con quienes conocen al Señor y se entregan a su cuidado. Por lo tanto, llevo una cruz en mi bolsillo. Recordándome a mí solo que Jesucristo será Señor de mi vida únicamente con permitirle que lo sea.
Alfa y Omega
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