Entrevista a
monseñor Charles Pope sobre el sacramento de la reconciliación.
Se ha escrito mucho sobre el
sacramento de la reconciliación – la teología subyacente, su evidencia
escritural, su poder y sus beneficios para los penitentes, pero ¿cómo es, a
nivel de experiencia, para un sacerdote escuchar los pecados de los demás
semana tras semana, mes tras mes?
¿Puede ser un peso? ¿Influye en la vida espiritual de un presbítero? El editor de lifestyle
de la edición inglesa de Aleteia, Zoe Romanowsky, le preguntó a monseñor Charles
Pope cómo es escuchar confesiones desde hace 24 años.
Monseñor Pope es párroco de la
iglesia Holy Comforter-St Cyprian de Washington, D.C. (Estados Unidos). Estudió
en el seminario Mount Saint Mary, donde consiguió una maestría en Divinidad y
un grado de maestría en Teología Moral. Fue ordenado sacerdote en 1989, trabaja
desde entonces en la arquidiócesis de Washington.
Monseñor Pope ha conducido
estudios bíblicos en el Congreso de Estados Unidos y en la Casa Blanca, y
actualmente es el decano del Decanato del noroeste y coordinador arquidiocesano
para la celebración de la misa latina.
Es profesor, director de
retiros, director espiritual y escritor consagrado, escribe un artículo cada
semana en Our Sunday Visitor y modera un blog cotidiano para la
arquidiócesis de Washington.
-Monseñor
Pope, ¿recuerda la primera vez que escuchó una confesión? ¿cómo fue?
-Me acuerdo. Quizá alguien me
pidió que escuchara su confesión antes de que yo llegara a la parroquia, pero sentarme en el confesionario por primera vez
fue inolvidable porque había un problema con el confesionario.
Ya estaba un poco nervioso
cuando alguien entró y se arrodilló, y entonces la rejilla se cayó de repente y había una persona mirándome fijamente. La
señora estaba avergonzada, porque se esperaba una confesión anónima, y yo me
puse a hurgar alrededor buscando la fórmula de la absolución, aunque la había
memorizado, así que definitivamente fue una experiencia inolvidable.
Yo tenía apenas 27 años cuando
sucedió, y algunas de las cosas que escuchaba durante las confesiones del
sábado eran más bien complicadas. Quiero decir, ¿qué sabio consejo podía dar a un setentón con problemas matrimoniales?
Es sorprendente la confianza que la gente coloca en los sacerdotes cuando acude
a ellos. Nosotros debemos tener confianza en el hecho que Dios actúa a través
de nosotros.
-¿Qué
ha cambiado en la manera en que escuchaba las confesiones al inicio de su
ministerio sacerdotal y ahora?
-Lo principal es que he aprendido a animar a las personas a
profundizar en su confesión. Lo que sucede en general es que la gente dice lo
que ha hecho y no ha hecho, y esto está bien, pero el tema más profundo es el
por qué. ¿Cuáles son los impulsos más profundos? Pienso que ahora soy
más capaz de escuchar las cosas que la gente me dice y entender cómo están
vinculadas.
Hay una larga lista de cosas sobre
las que animo a las personas a reflexionar
cuando se preparan para la confesión, y después, como los siete pecados
capitales, las actitudes, la arrogancia, la rabia. Hacer esto ayuda a reavivar
las confesiones. Muchos se frustran
porque confiesan siempre las mismas cosas… la clave es ir más allá.
-¿Qué
le ha enseñado sobre la naturaleza humana el hecho de escuchar los pecados de
la gente día tras día?
-Me ha enseñado a tener paciencia con la condición humana.
Todos nosotros tenemos nuestras manías, nuestras luchas.
Se invita a tomar el pecado
seriamente, pero en la mayor parte de las confesiones la gente lidia con sus
propias luchas, y he descubierto que
las luchas de las personas y sus puntos fuertes están estrechamente unidos.
Quizá una persona es muy buena
en las relaciones con las personas pero no con las cosas, por ejemplo, o es muy
apasionada pero lucha con la castidad. Nuestras luchas y nuestros puntos
fuertes están a menudo unidos.
Me acuerdo que un confesor me
dijo: “Independientemente
de cómo resuelvas esto, no destruyas en este proceso a Charles Pope”. Me
he tomado muy en serio este consejo. A menudo podríamos resolver nuestros
pecados de una manera que nos haría renunciar a nuestros puntos fuertes, pero
el Señor quiere que superemos este aspecto.
-¿Qué
influencia a nivel emocional y psicológico ha tenido sobre usted escuchar
confesiones durante tantos años?
-La primera sensación que
tengo cuando alguien viene a confesarse es alivio. Ha escuchado el Evangelio y esto lo ha llevado al
arrepentimiento, pero también a la esperanza y a la gracia. Me hace muy feliz
que esté ahí y es el momento de ser amable y de escuchar.
Uno de los peligros para los sacerdotes es que somos un poco como los
médicos. Me acuerdo
que hace años fui a un médico que practicaba desde hacía años. No lo sabía,
pero me había roto las costillas y pensé que tenía algo terrible. La actitud
del médico fue del estilo “Debes haberte roto las costillas, es una estupidez”.
Había visto cosas así millones de veces, pero para mí todo era nuevo y me
daba miedo”.
Como sacerdotes, hemos oído de todo y puede existir la
tendencia a poner el piloto automático. Debemos combatir esta tentación. En ese
momento debemos intentar estar con esa persona. Puede ser la confesión número
30 del día, pero no lo es para la persona que está delante.
Es importante buscar “estar” en la situación. Yo busco “estar” recordando
a san Juan María Vianney, que decía que había que ser duros en el púlpito y amables en el confesionario.
-¿Cómo
se prepara espiritualmente para escuchar confesiones? ¿Al final hay algo
específico que le ayude a olvidar lo que ha escuchado y seguir adelante?
-Me confieso cada semana. Los sacerdotes deberían confesarse a menudo,
de otro modo no pueden ser confesores eficaces. Considero que es una preparación importante.
El resto es principalmente la
llamada preparación “remota”. Soy bloguero y
escritor, y buena parte de mi trabajo tiene que ver con la vida espiritual y
moral, por lo que hago muchas lecturas
espirituales. Creo que es una condicio
sine qua non para los sacerdotes,
y es seguramente muy importante para mí.
Generalmente leo algún libro
en un momento determinado y hago una Hora
Santa cada día. Hay momentos muertos en el confesionario, y aprovecho
para agradecer por la misericordia de Dios. Cuando la gente me pregunta cómo
estoy, me gusta responder: “Soy bendecido por
ser un pecador”.
-Sé
que el secreto de confesión es sacrosanto. ¿A veces le gustaría poder compartir
lo que ha escuchado con alguien más, o procesar lo que ha oído?
-La prohibición no es tan
absoluta que no se pueda nunca hablar de ello; no se pueden compartir detalles o cualquier información que permita
identificar a la persona, pero puedo hablar con un hermano siempre y cuando no
se entre en particulares. Cada tanto puedo usar algo en una homilía,
pero siempre de manera general.
Pienso que todos los
sacerdotes experimentan este hecho, pero cuando fui ordenado, Dios me bendijo con muy poca memoria. Como
sacerdote, oyes tantas cosas que es muy difícil recordar qué te ha dicho la
gente, y hay muchas cosas que se tienen que mantener de manera reservada: los
consejos que das, la ayuda a las personas en crisis,…
Después de algunos años de
sacerdocio, generalmente al final del día no es posible acordarse lo que se
escuchó en confesión. La falta de memoria es una gracia que nos ofrece Dios.
-¿Cómo
ha cambiado su vida espiritual el hecho de ser confesor?
-Para mí es un don inmenso. La
palabra que me viene a la mente es humildad.
Es notable el hecho que yo esté ahí sentado obrando lo que san Pablo llamaba el
“ministerio de la reconciliación”.
En realidad no soy yo quien actúa, sino el Señor.
Jesús asume la persona del sacerdote, la humanidad del sacerdote es el pan del
sacramento de las Órdenes Sagradas. Jesús nos asume y nos usa. Esto me hace
preguntarme qué hay en mí para haber sido escogido para hacer esto. En el fondo
existe una humildad casi impresionante.
-¿Escuchar
confesiones influye en la manera como usted se aproxima al sacramento y
viceversa?
-Sí: por ejemplo, si
interrumpo rápidamente a alguien, intento recordar que no me gusta que me
interrumpan durante la confesión. A veces es necesario hacerlo, obviamente,
pero intento escuchar bien.
En general voy al mismo
confesor, pero a veces puedo encontrarme en un ambiente distinto y soy consciente
de la belleza de tener a alguien que me escucha. Hay algo poderoso en la escucha, le permite a la persona desahogarse.
Lo que digo como confesor es
una pequeña parte. He aprendido también como director espiritual. Al
dejar hablar a la persona, se produce una curación. Espero poder
transmitir mi alegría por el hecho de que la persona esté ahí. Quisiera que se
sintiera cómoda al hablar.
-¿Qué
es lo que hace a un gran confesor?
-La capacidad de escuchar.
Digo a los jóvenes sacerdotes con los que trabajo que el 90% es la escucha: no se debe dar un sabio consejo en
cada momento, este no es el objetivo de la confesión. Al final del día, el don
de haber escuchado con misericordia es suficiente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario