La religión...
¿lleva a la ignorancia? ¿causa el fanatismo? Para discernir ciertos discursos
modernos contra la religión.
Por: Ignacio Sánchez Cámara | Fuente: apologetica.org
Por: Ignacio Sánchez Cámara | Fuente: apologetica.org
El «progresismo
talibán» -existe otro progresismo también descarriado pero simpático e
inocuo- no pierde ocasión de emprender su particular cruzada contra la
religión. La barbarie del islamismo radical es imputada en el debe de la cuenta
general de la religión. Olvidando que el terrorismo que disfraza su infamia
bajo el ropaje de la defensa de algún valor, como la nación, la liberación, la
justicia o la religión, hace sólo a esta última responsable del terror. Según
tan sutiles razonadores, toda religión encierra en sí misma el germen del
fanatismo. Si acaso, limitan su condena a las religiones monoteístas. Y
rememoran todas las guerras de religión que en el mundo han sido, omitiendo el
pequeño detalle de que ninguna hubiera existido sin la acción de los poderes
civiles de los Estados. Repudiar la
religiosidad porque existe el fanatismo religioso es tan sutil y convincente
como repudiar el matrimonio porque existen los malos tratos y los parricidios.
Así, la patología se convierte en la consecuencia natural del fenómeno sano.
Para que la falacia resulte completa, conviene además cubrir con un poderoso
manto de silencio todo lo que las religiones, y, muy especialmente, el
cristianismo, han hecho para construir y defender el edificio de la dignidad
del hombre.
La Modernidad, entre un puñado de conquistas indiscutibles, ha conducido a muchos hombres a abrazar el absurdo prejuicio de que la religión es hija de la ignorancia y madre de la barbarie.
Recordemos algunos hitos en esta senda extraviada:
La Modernidad, entre un puñado de conquistas indiscutibles, ha conducido a muchos hombres a abrazar el absurdo prejuicio de que la religión es hija de la ignorancia y madre de la barbarie.
Recordemos algunos hitos en esta senda extraviada:
- «La ciencia destruye la religión»,
confundiendo a la religiosidad con su enemiga, la superstición, e
ignorando los límites de la ciencia.
- «La religión es el opio del pueblo»,
identificando un efecto, la producción de esperanza o consuelo, con toda
la causa. Es como si redujéramos la esencia de la amistad al logro de
ayuda en la adversidad.
- «La religión es una ilusión», tomando una
explicación psicológica válida en algunos casos, no en todos, por una
explicación general del fenómeno.
- «La religión reduce al hombre a la minoría
de edad», escamoteando el hecho de que muchos de los más grandes hombres
han sido profundamente religiosos.
A todos estos elementales errores, se añade, en
ocasiones, un mecanismo mental que conduce a algunos hombres a aborrecer la
religión: el resentimiento contra todo lo noble y excelente por parte de
quienes son incapaces de elevarse sobre el nivel del suelo.
Todo esto, y algunas cosas más, explica la
radical incapacidad de muchos intelectuales de nuestro tiempo para comprender
la religión, y la anómala situación que ésta padece en las sociedades
occidentales. A esto se añade la conspiración de silencio sobre todo lo valioso
que entraña y realiza. Muchos medios de comunicación incurren, en este sentido,
en grave irresponsabilidad, al contribuir a la deformación de la opinión
pública. Si un Obispado aparece en el caso Gescartera, poco importa que en
calidad de fraudulento aprovechado o de víctima inocente, el hecho tiene
asegurada la portada y el análisis exhaustivo. Pero a casi nadie le interesa la
acción social de la Iglesia, o la celebración de un Congreso sobre la familia,
o la condena de la creciente degradación moral realizada por el presidente de
la Conferencia Episcopal española. Eso no es noticia. Resaltar los errores,
propios, por otra parte, de la condición humana, y minimizar los aciertos,
también, sin duda, propios de la condición humana, es una manera de tergiversar
la verdad e incumplir el imperativo de veracidad que debe presidir la actividad
periodística. El error puede ser
disculpable; la mentira, no.
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