Los valores son la columna vertebral de una
convivencia sana entre seres humanos. Pero esa columna vertebral se construye
con nuestros valores individuales, con nuestros valores familiares, incluso con
nuestros valores regionales y nacionales, pero todo comienza con la persona.
Tal
parece que ahora da lo mismo ser bueno o malo. ¿Realmente los valores siguen
siendo la base de la sociedad?
El otro
día oía el tango “Cambalache” de Santos
Discépolo y las reflexiones sobre los valores se me vinieron encima. Parte de
la letra de la canción dice así:
“Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor, ignorante, sabio,
chorro, generoso, estafador; todo es igual, nada es mejor, lo mismo un burro que
un gran profesor, no hay aplazaos ni escalafón, los inmorales nos han igualao…
Qué falta de respeto, qué atropello a la razón cualquiera es un señor,
cualquiera es un ladrón mezclao con Stavinsky va Don Bosco y la Mignon, Don
Chicho y Napoleón, Carnera y San Martín igual que en la vidriera irrespetuosa de
los cambalaches se ha mezclao la vida y heridas por un sable sin remaches ves
llorar la Biblia contra un calefón.”
Y vaya
que en el mundo de hoy tal parece que los valores cada vez “valen menos”. Este tango es por sí mismo bastante
gráfico, porque parece que los valores no importan mucho, hasta que alguien sin
esos valores le atropella a uno, y entonces sí que duele. Por ejemplo, me
vienen a la mente las grandes estafas contra los ahorradores que se han hecho
en Hispanoamérica en algunas cajas populares y uniones de crédito. He conocido
gentes que su patrimonio entero fue literalmente robado por unos “vivos” que tomaron el dinero de ahorradores. El
asunto de lo valores suele preocuparnos solo cuando su falta nos perjudica, es
decir, cuando la carencia de valores en los demás afecta nuestras vidas.
Tengo un
amigo desde hace muchos años, es un profesional brillante y un hombre muy
honrado. Tiene tres hijos pequeños y me ha dicho últimamente “el asunto de los valores realmente me preocupa ¿En qué
mundo viven mis hijos? ¿Qué les voy a enseñar para que sean hombres de bien?
Hay tanta basura y cosas malas…”
A él,
como a muchos padres, el asunto de las drogas, la relajación moral y la falta
de valores en general le preocupa extraordinariamente. Pero no solo son los
padres quienes deben estar preocupados por los valores. Cuando un amigo nos
traiciona, cuando un compañero de trabajo miente sobre nuestro desempeño,
cuando alguien nos roba una oportunidad, entonces volvemos a prestar atención a
los valores. ¿Tiene acaso que despertar nuestra conciencia el abuso?
En un
libro muy interesante llamado “Repensando el
Futuro”, un grupo de empresarios americanos analizan un problema grave:
de las 500 empresas más importantes en Estados Unidos en 1990, para el dos mil
han desaparecido más de cuatrocientas. Todas tenían estupendos sistemas de
calidad, técnicas japonesas de productividad y sistemas eficientes para la
mejora continua. La pregunta era ¿Por qué desaparecieron? Y la respuesta fue
que en la gran mayoría de esas empresas había algo que faltaba: valores
compartidos. La falta de valores provocó que todos perdieran el rumbo, que cada
quien hiciera solamente lo que le convenía de manera inmediata sin preocuparse
nunca por la organización en su conjunto. A la postre, el resultado fue que
todos perdieran sus fuentes de trabajo.
Por otra
parte, algunos gobiernos, por supuesto, también pueden adolecer de esta falta
de valores, desde la anulación más extrema (como en el caso de las dictaduras),
hasta las “administraciones de la corrupción”, que
bajo una gran pantalla siguen concentrando los beneficios en sectores muy
determinados de la sociedad. Y ya que hablamos de sociedad, vale la pena meditar
en los asfixiantes índices de criminalidad de muchas grandes ciudades: Todo va
a parar en la falta, cada vez mayormente recrudecida de valores. El trabajo
honrado ha sido substituido por la vida fácil, la palabra de honor ha sido
aplastada por garantías, contratos y amenazas de juicio. La amistad ha sido
transmutada en complicidad. Los valores no son solo entonces, asunto de grandes
corporaciones o de institutos políticos.
Una de
las claves en la importancia de los valores, es que nos hacen convivir como
seres humanos. El egoísmo extremo no hace sino destruir a la sociedad. Si cada
vez más gente piensa en su vida, sus pertenencias, su espacio, su libertad, y
se olvidan de los demás atropellando al que se pone a lado, entonces no
deberíamos sorprendernos de lo mal que anda el mundo. A veces, hasta parece que
ser bueno ha pasado de moda.
Solamente
podemos esperar un cambio real en nuestras sociedades si con seriedad nos
preguntamos ¿Cómo andan mis propios valores? ¿Soy confiable? ¿Soy leal? ¿Soy
generoso? Pero no solo eso, también debemos hacer un ejercicio y cuestionarnos
¿Cómo afectamos a los demás cuando no vivimos con valores?
Los
valores necesitan dos etapas: la de su revisión seria y la de su aplicación.
Valores sin acción son iguales a incongruencia. Si quisiéramos ver un mundo
diferente, una sociedad más equilibrada y un futuro más alentador, entonces es
el momento de detenernos a reflexionar ¿Qué son los valores para mí? ¿Cuáles
forman mi vida? ¿Qué significan los demás para mí? Y entonces, nuestro análisis
debe trasladarse del “Yo” al “Tú”, es decir, dejar de pensar un poco en
nosotros mismo y volcarnos hacia los demás, ser generosos y ver qué necesitan
los demás de nosotros.
Mientras
no resolvamos nuestra crisis de valores individual y nuestras acciones sean
congruentes, seguiremos viviendo en un mundo donde “es
lo mismo ser derecho que traidor, ignorante, sabio, chorro, generoso,
estafador; todo es igual, nada es mejor, lo mismo un burro que un gran
profesor”. ¿O podemos cambiar?
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