Si tenemos que ser
misericordiosos como el Padre, lo mejor que podemos hacer es ver cómo nos
perdona Dios para comprender cómo debemos perdonar.
Por: Andrés D' Angelo | Fuente: Catholic-link.com
Por: Andrés D' Angelo | Fuente: Catholic-link.com
En Las 9 cosas que me hubiera gustado saber antes de casarme», uno
de los puntos que generó más preguntas y consultas fue el número 8: «Un buen matrimonio es la unión de dos buenos
perdonadores». Muchas personas me contactaron por privado para consultar
sobre este punto porque, «les cuesta mucho», «no
pueden perdonar» o «están atrapados en un círculo de rencor».
¡Es que el perdón no es fácil! Pedir perdón no es fácil porque somos orgullosos. Y perdonar
tampoco es fácil, porque estamos heridos. Así puede pasar que no nos pidamos
perdón y esa falta de pedir y dar perdón se acumule en resentimiento. El
resentimiento es tomar veneno y esperar que el otro se muera. Y si no es fácil
lidiar con el perdón cuando estamos bien, con resentimiento es muchísimo más
difícil.
Pero tenemos que
perdonar. No hay opción. Jesús nos dice que seamos «misericordiosos como
nuestro Padre Celestial es misericordioso. Y también lo decimos constantemente
en el Padre Nuestro: «Perdónanos nuestras ofensas
como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden». Si nosotros no
perdonamos, ¡Dios no nos puede perdonar!
Si tenemos que ser misericordiosos como el Padre, lo mejor
que podemos hacer es ver cómo nos
perdona Dios para comprender cómo debemos perdonar nosotros. Para ello
vamos a seguir a nuestro querido Papa Francisco, que es un «misericordiólogo» de primer orden.
1. Dios está ansioso de perdonarnos
En la parábola del Padre Misericordioso, como la llama el
Papa Francisco, más conocida como la del hijo pródigo, hay un rasgo tiernísimo
del Padre que muchas veces pasamos por alto: «Estando
él todavía lejos, le vió su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y
le besó efusivamente». (Lc 15, 20). ¡El Padre lo estaba esperando! ¡Fue corriendo a su encuentro! ¡Y el hijo
todavía no le había pedido disculpas! En nuestras relaciones personales,
tenemos que estar dispuestos a salir corriendo al encuentro de nuestros
hermanos que nos hirieron, sin dudarlo y sabiendo que así es el perdón de
Dios. Tenemos que estar ansiosos esperando la reconciliación. Y cuando nuestro
hermano que nos hirió nos pide disculpas, correr a su encuentro y manifestar la
alegría del reencuentro.
El papa Francisco dijo en su sermón del domingo 6 de marzo
pasado:
«Él es el Padre misericordioso que en Jesús nos ama más allá
de toda medida, espera siempre nuestra conversión cada vez que nos equivocamos,
espera a nuestro regreso cada vez que nos alejamos de Él».
2. Dios perdona de inmediato
En la parábola el Padre casi ni permite que su hijo le diga
todas las palabras de arrepentimiento que tenía preparadas: lo manda levantar y
manda a sus criados que lo vistan y le pongan anillos. Jesús, estando en la
cruz, mira a aquellos que lo estaban torturando y a punto de matar y dice algo
increíblemente desconcertante: «Padre, perdónalos
porque no saben lo que hacen» (Lc 23, 34). ¿Se puede perdonar a alguien
que nos hiere, sobre todo a aquellas personas que son más cercanas? ¡Por
supuesto que sí! Tenemos que tener en cuenta que, como dice Nuestro Señor «no sabían lo que hacían». Tal vez creemos que esa
persona nos hiere porque es mala, o porque nos odia. Pero, generalmente, la
explicación es mucho más sencilla: no saben. El pecado, para ser pecado debe
ser «cometido con pleno conocimiento y deliberado
consentimiento» (Catecismo de la Iglesia Católica, 1857). Y esas
condiciones no siempre están presentes. Muchas
veces nos herimos sin saber, sin querer, sin poder evitarlo. Por eso nuestra
disposición a perdonar debe ser siempre generosa y abierta. Tanto si nos
piden disculpas como si no nos piden disculpas, teniendo en cuenta que la
persona que nos ofendió puede no saber que nos ofendió. Debemos evitar la
tentación de decir: «yo eso no lo puedo perdonar»
o «jamás te perdonaré». Si no perdonamos, le
atamos las manos a Dios para que nos pueda perdonar.
3. El perdón de Dios es una fiesta
El padre, inmediatamente después de rehabilitar a su hijo a
su plena dignidad ¡Les pide a los sirvientes que organicen una fiesta! ¿Olvidó
la ofensa? ¿Se olvidó de todo lo que su hijo le había hecho? No. La respuesta
se la da al hijo que protesta del trato que le dio el Padre Misericordioso al
hijo descarriado: «este hermano tuyo estaba muerto,
y ha vuelto a la vida; estaba perdido, y ha sido hallado». ¿Cómo no alegrarnos si la paz ha vuelto a nuestra vida? ¿Cómo no
alegrarnos si podemos dejar atrás nuestras diferencias?
El Papa Francisco, en una catequesis sobre esta parábola, el
13 de Enero de 2016 dijo:
«[El padre, después]… va también a llamar al hijo mayor, que
está indignado y no quiere hacer fiesta, el hijo que ha permanecido siempre en
la casa, pero viviendo como un siervo más que como un hijo, y también sobre él
el padre se inclina, lo invita a entrar, busca abrir su corazón al amor, para
que ninguno quede excluido de la fiesta de
la misericordia, la misericordia es una fiesta».
Si Dios se alegra y arma una fiesta cuando le pedimos perdón,
¿por qué a veces nosotros perdonamos y seguimos con mala cara durante un
tiempo? ¡Perdonemos con alegría, sabiendo que Dios nos va a perdonar de igual
modo!
4. No es Dios quien nos acusa
En el episodio de la mujer adúltera, luego de confundir a los
acusadores, hay un hermoso diálogo entre Nuestro Señor y la mujer: «”Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Nadie te ha
condenado?” Ella respondió: “Nadie, Señor.” Jesús le dijo: “Tampoco yo te
condeno”». (Jn 8, 10-11) ¿Por qué cuando estamos enojados acusamos
constantemente a quien nos hirió? ¿Por qué buscamos pelea? ¿Estamos tan libres de pecado que creemos que
podemos acusar a quien nos hirió? ¿Creemos que vamos a conseguir la
benevolencia del otro repitiéndole mil veces las cosas que nos hizo? Yo creo
que no. Más bien es una táctica espantosa si queremos la paz.
El Papa Francisco dijo en la homilía en la Casa Santa Marta
el 3 de junio de 2014:
«¿Quién es el acusador? En la Biblia se llama “acusador” al
demonio, Satanás. Jesús juzgará, sí: al final del mundo, pero mientras tanto
intercede, defiende. [Quien juzga] es un imitador del príncipe de este mundo
que siempre va detrás de las personas para acusarlas ante el Padre».
Si acusamos no nos parecemos a Jesús, ¡nos parecemos al diablo!
¿A quién nos queremos parecer? ¿Al Príncipe de la Paz o al príncipe de este
mundo?
5. El perdón de Dios requiere una transformación
Pero eso no significa necesariamente que nunca más lo vamos a
volver a hacer. Luego de ese hermoso diálogo con la mujer, Jesús le dice: «en adelante no peques más» (Jn 8,11). Y esa es la
parte que a veces más nos cuesta cuando hemos sido nosotros los que ofendimos. A veces caemos en la rutina de pecar «porque la misericordia de Dios es infinita», y no
ponemos los medios para producir esa conversión, esa transformación
interior que es nuestro deber hacer para agradecer el perdón misericordioso de
Dios. Cuando nuestro «Perdóname» a quien
ofendimos se vuelve rutinario, o cuando vamos a la confesión sacramental sin
propósito de enmienda, el poder del perdón se diluye. Tenemos que agradecer
constantemente la misericordia de Dios y de nuestros hermanos y poner todos los
medios para esa transformación interior. ¿Y si caemos de nuevo? ¡De nuevo nos
levantamos! Pedimos perdón sincero y volvemos a poner todos los medios para no
volver a caer. ¿Cuántas veces debemos perdonar a quienes nos hieren? ¡Setenta
veces siete!
El Papa Francisco dijo a Andrea Tornielli en el libro «El Nombre de Dios es Misericordia»:
«Hay muchas personas humildes que confiesan sus recaídas. Lo
importante, en la vida de cada hombre y de cada mujer, no es no volver a caer
jamás por el camino. Lo importante es levantarse siempre, no quedarse en el
suelo lamiéndose las heridas. El Señor de la misericordia me perdona siempre,
de manera que me ofrece la posibilidad de volver a empezar siempre».
6. Dios perdona completamente
Dios perdona completamente. Jesús le dice al buen ladrón: «Hoy estarás conmigo en el Paraíso» (Lc 23, 43).
¿Cómo perdonamos? El perdón no significa que tenga que olvidar la ofensa
recibida. El perdón no tiene que ver con
tu memoria. El perdón tampoco tiene nada que ver con los sentimientos. ¡Jesús
pidió perdón por sus torturadores desde la Cruz! Tal vez, si la ofensa fue muy
grave, nos vamos a acordar de la ofensa que nos hicieron hasta el último
momento de nuestras vidas. Perdonar
significa «seguir dando». Perdonar significa
«donarse otra vez». Cristo le da su perdón a alguien que
manifiestamente no lo merece. Tan buen ladrón fue que a último momento «se robó
el Cielo». Cuando perdonamos, no podemos seguir con «cara de víctimas», mucho
menos con «actitud de víctimas». Si el
perdón es real y completo, no volveremos a hablar del tema nunca más, ni con el
ofensor, ni con nadie, exceptuando con nuestro confesor. Eso significa
perdonar: dejar atrás una ofensa y hacerlo de una vez y para siempre.
7. Es Dios quien perdona
El
perdón no puede limitarse a pedirnos perdón mutuamente, aunque es un buen
comienzo. Pero luego de perdonarnos mutuamente, en forma inmediata y
completa, debemos saber que aquella persona que ofendimos, es ¡hija o hija de
Dios! (y uno de sus favoritos) Entonces, lo siguiente que tenemos que hacer es
ir y confesarlo a un sacerdote, para que mediante la absolución, la penitencia
y el consejo adecuado podamos tener realmente paz en el alma, en nuestro
matrimonio, en nuestra familia o en nuestras comunidades. La paz verdadera se
cimenta sobre el perdón sobrenatural. Nuestro Señor nos lo dijo al dejarnos la
paz «mi paz les dejo, mi paz les doy: no la doy
como la da el mundo» (Jn 14,27).
El Papa francisco dijo en sermón de Santa Marta del 15 de
junio de 2013:
«Pero ¿qué es la reconciliación? Tomar a uno de esta parte,
tomar a otro y hacer que estén unidos: no, esta es una parte pero no es… La verdadera reconciliación es que Dios, en
Cristo, ha tomado nuestros pecados y Él se ha hecho pecado por nosotros.
Y cuando vamos a confesarnos, por ejemplo, no es que decimos el pecado y Dios
nos perdona. No, ¡no es esto! Nosotros encontramos a Jesucristo y le decimos:
‘Esto es tuyo y yo te hago pecado otra vez. Y a Él le gusta eso, porque ha sido
su misión: hacerse pecado por nosotros, para liberarnos».
Y para
cerrar, otra cita del Querido Papa Francisco, esta
vez a los niños el 11 de mayo de 2015:
«Sí: peleamos, pero no se debe terminar la jornada sin hacer
la paz. Tengan siempre en mente esto. A veces yo tengo razón, el otro está
equivocado, ¿cómo voy a pedir perdón? No pido perdón sino que hago un gesto y
la amistad sigue. Esto es posible: no dejar que haber peleado dure hasta el día
siguiente. ¡Esto es malo! No terminar el día sin hacer la paz».
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