Voy a escribir el post que sé que
va a ser el más polémico de todos los que he escrito. Soy muy consciente de que
voy a ser lapidado por infinidad de mis lectores y que para muchos de ellos mis
palabras van a significar un antes y un después respecto a sus sentimientos
respecto a mi persona. Pero si voy a escribir no es porque me apetezca ser
polémico, para nada. Sino porque creo que tengo un deber moral, una obligación
como sacerdote de combatir el error. Se trata del caso del niño Charlie Gard.
En este post no voy a explicar el
caso, sino que voy a ir directamente a mis reflexiones. El que quiera conocer
la historia tiene una magnífica explicación aquí:
Si yo fuera el padre de ese niño,
dejaría que muriera de forma natural. Una cosa es matar y otra dejar morir.
Me parece desacertado no dejar
que la naturaleza siga su curso en el caso de un niño con graves daños
cerebrales, al que (si no fuera porque su enfermedad es degenerativa) le
podrían esperar 50 o 60 años de vida permanentemente tumbado en una cama, sin
poder hablar, ni comunicarse, con convulsiones frecuentes y paulatinamente
(conforme envejezca) más conectado a tubos y aparatos.
¿Se puede desconectar del
respirador a una persona en una situación así? Afirmativo.
Pero no sólo eso. Los padres han
recogido 1,3 millones de libras por crowfunding.
¿Es moral gastarse más de un millón de libras en mantener a toda costa la vida
sufriente de un niño que ya no puede vivir de forma natural, cuando hay
millares de niños perfectamente santos revolviendo en los basureros de las
grandes ciudades del tercer mundo? ¿Es moral que un multimillonario de casi
noventa años gaste fortunas ingentes para intentar agarrarse a la vida un año
de vida más, cuando millones de personas sanas y jóvenes viven en medio de la
miseria? Eso siempre me ha parecido inmoral.
No voy a explicar con detalle el
ofrecimiento de un tratamiento experimental en Estados Unidos. Baste decir que
si no se han logrado curar otros síndromes, como el de Párkinson, después de
tantos años y tanto dinero invertido, tener esperanzas que van curar el
Síndrome del agotamiento mitocondrial que sólo lo padecen 16 personas en el
mundo, esta es una esperanza que se mueve en el campo de la esperanza, no en el
campo de lo razonable. Perdonadme si os digo que me parece simplemente un medio
del hospital en cuestión para hacerse propaganda.
Por último, ¿debe impedirse a los
padres trasladar a su hijo a Estados Unidos u otro lugar? No. Reconozco el
derecho legal de los padres a luchar por la vida de su hijo. Ahora bien, además
de la ley está la moral, y esta lucha posee las connotaciones morales que he
explicado más arriba. No es un acto indiferente.
Tan malo es arrebatar la vida a
alguien, como aferrarse a toda costa y a cualquier precio a ella. La vida
debería tener un origen natural y un final natural. Hay medios razonables para
mantener a alguien con vida, a veces es razonable seguir luchando a toda costa.
Pero a veces no.
He conocido muchos casos de
ancianos de más de ochenta años, sin ninguna esperanza de sanación, con unos
dolores muy graves, tumbados en una cama de hospital durante meses. Si se les
pregunta a los familiares, muchos no quieren ni oír hablar de suspender la
respiración artificial, la diálisis y la medicación continua contra las
infecciones. No importa que ese anciano lleve ya diez operaciones quirúrgicas,
el familiar pedirá la número 16. No importa que ese octogenario lleve viviendo
un mes a base de transfusiones, el familiar pedirá otro mes más. Es como si a
algunos se volvieran ciegos al sufrimiento de ese ser querido y estuvieran
dispuestos a pagar ese sufrimiento durante cuatro meses más con tal de no
perderlo.
Como se
ve, la diferencia entre matar y dejar morir es muy nítida. Muchos católicos han
luchado tanto contra el aborto y la eutanasia que llevo años observando como
algunos han acabado defendiendo posturas radicales que van más allá del
magisterio de la Iglesia.
P.
FORTEA
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