Envuelta en una
situación extraña, Cornelia Connelly permaneció firme en su búsqueda de la
santidad.
Nacida en una gran familia
presbiteriana de Philadelphia, Cornelia Peacock conoció rápidamente una vida de
dificultades y abandono. Su padre falleció cuando tenía nueve años y su madre
cuando cumplió catorce. Entonces se fue a vivir con su hermanastra.
Cornelia era una joven hermosa que atrajo la atención de
un sacerdote episcopal. A pesar de la oposición de su familia, Cornelia
se casó con el reverendo Pierce Connelly en 1831.
Se mudaron a Mississippi,
donde Pierce se hizo pastor de una iglesia episcopal. Cornelia dio a luz a dos
hijos allí y durante ese tiempo la
pareja empezó a explorar la fe católica. Con el tiempo, Connelly
renunció a su pastoral debido a su búsqueda de la verdad y decidió viajar a
Roma.
Ambos fueron recibidos en la fe católica, pero Connelly deseaba ser
ordenado sacerdote católico romano. Por entonces no había disposiciones que
permitieran a un hombre casado ordenarse en el rito latino, así que le sugirieron que
probara con el rito oriental. El consejo no caló en Connelly y por el momento
empezó a renunciar a su deseo.
La familia disfrutó de un
breve periodo viviendo en Italia y luego regresaron a Luisiana para que
Connelly enseñara inglés en una universidad jesuita. Cornelia enseñaba música
en una escuela local mientras criaba a sus cuatro hijos.
Sin embargo, Connelly no
estaba satisfecho y, de nuevo, renovó su búsqueda del sacerdocio. Mientras
tanto, Cornelia ya estaba embarazada de su quinto hijo. Comprensiblemente, ella
era reticente a la idea de su marido, pero consideró que, de alguna manera, era
la voluntad de Dios.
Así que la familia regresó a
Roma. Para que Connelly pudiera
ordenarse sacerdote, Cornelia tuvo que entrar en el convento del Sagrado
Corazón en Trinità dei Monti. Como hacía poco que había dado a luz, le
permitieron llevar a su hijo al convento, pero primero vivió como lega
durante la lactancia de su pequeño.
Connelly empezó los estudios para el sacerdocio. Antes de convertirse en
diácono, Cornelia le pidió que se replanteara su objetivo.
Connelly insistió en su ordenación, de modo que Cornelia consintió hacer
el voto de castidad y lo aceptó como la voluntad de Dios. Connelly sería ordenado sacerdote
mientras ella se convertiría en monja. Cornelia confiaba en que Dios extrajera
un bien mayor de aquella situación.
Un obispo de Inglaterra oyó
hablar de Cornelia y le preguntó si estaría dispuesta a fundar una orden
religiosa de hermanas educadoras. De nuevo, con la confianza de que Dios estaba
al mando, Cornelia viajó a Inglaterra
con sus dos hijos más jóvenes y fundó la Sociedad del Santo Niño Jesús.
Al principio, las religiosas
educaban a niños pobres de Inglaterra y, más tarde, establecieron escuelas en
Europa, Estados Unidos y África.
El sello distintivo de sus
escuelas, basado en su propia filosofía y experiencias vitales, se convirtió en
una referencia para la dignidad de todos los seres humanos.
Además, al contrario que la corriente general de la
época, ella creía que las escuelas debían parecerse a los hogares y que las
religiosas debían ser madres amorosas que trataran a los estudiantes con
atención y respeto.
Mientras ella sacaba adelante con éxito su nueva orden religiosa, su
marido se desquició. Fue a Roma y se presentó como cofundador de la orden de su esposa, con
la intención de ganar poderes sobre ella.
Cornelia se enteró de la
situación cuando unos documentos redactados por su marido llegaron a los
obispos ingleses. Tenía que devolver el asunto a su cauce y negar la
participación de Pierce en la orden.
Entonces Connelly decidió presentar una demanda civil
contra ella, después de arrebatarle los hijos y renunciar al sacerdocio y a la
fe católica. Esto supuso un gran dolor y sufrimiento para Cornelia, dado
el distanciamiento y el desafortunado destino de su marido. Connelly se dedicó
entonces a vivir como escritor de artículos contra la fe católica.
Durante todas las vicisitudes, Cornelia mantuvo una confianza
inquebrantable en Dios. Según escribió en su diario: “Pertenezco
por completo a Dios. No hay nada en el mundo que no abandonaría para hacer Su
Divina Voluntad y satisfacerle”.
Tras su muerte en 1879, su
búsqueda de la santidad a través de semejante sufrimiento fue una inspiración
para muchos. Más tarde se abrió la causa para su canonización y, en 1992, fue
declarada oficialmente ‘venerable’.
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