Si queremos que
Cristo viva y crezca en nosotros, tenemos que evitar las malas miradas que
suscitan malos deseos, que a su vez engendran adulterios del corazón y otros
pecados de lujuria.
Por: José María Iraburu | Fuente: Catholic.net
Por: José María Iraburu | Fuente: Catholic.net
-Yo esperaba que, habiendo
escrito usted varias veces sobre el pudor y la castidad, ya…
-Vana esperanza. Póngase
cómodo y siga leyendo.
Conviene
que en este blog trate yo de vez en cuando del pudor y de la castidad por
dos graves razones: porque los pecados contra esas virtudes van creciendo de
año en año, y porque actualmente es muy infrecuente, casi inexistente, la
predicación cristiana sobre esta grave cuestión moral. Por eso escribí sobre
estos temas en 2009, 2012 y 2014, publicando series de varios artículos, de los
que al final de éste doy referencia.
Esté
atento el lector, porque aquí se la va a recordar una doctrina católica de la
Iglesia, que partiendo de la palabra de Cristo, ha
estado siempre viva en el pueblo cristiano hasta hace unos cuantos decenios,
pero que actualmente está desaparecida,
cuando no negada abiertamente. En un
artículo anterior, (326) Catálogo de pecados descatalogados, ya
dije que "el impudor es hoy un pecado
descatalogado entre la mayor parte de los católicos".
Mateo
5,28: "Habéis oído que se dijo: 'no cometerás
adulterio'. Pero yo os digo: 'todo el que mira a una mujer deseándola, ya ha
cometido adulterio con ella en su corazón'"
-El Sexto mandamiento del Decálogo prohíbe sólo
el pecado de adulterio entendido como acto exterior
(Ex 20,14; Dt 5,18). Pero en el N.T. denuncia Jesús también "el adulterio del
corazón", cometido
únicamente en el interior, por las malas miradas y deseos consentidos.
El Décimo mandamiento, "no
desear la mujer del prójimo", Dt 5,21, no se refiere originalmente
al mal deseo de lujuria, sino, como se ve claramente por el contexto, al mal
deseo de apropiarse de lo ajeno. Sin embargo, como señala San Juan Pablo II, ya
en el A.T., en los libros sapienciales, concretamente en los Proverbios (5,1.6;
6,24-29) y en el Eclesiástico (26,9-12), se hallan advertencias para precaverse
de la seducción de la mujer mala y provocativa (El amor humano
en el plan divino, catequesis 38, El adulterio en el cuerpo y en el
corazón, 4). "Aparta
tus ojos de una mujer hermosa, y no te fijes en belleza ajena. Por la belleza
de una mujer muchos se perdieron, y a su lado el amor se inflama como el
fuego" (Eclo 9,8). Estas enseñanzas de la tradición sapiencial,
sigue diciendo el Papa, preparaban al pueblo judío para "comprender las palabras [de Jesús] que se refieren a la “mirada
concupiscente” o sea, al “adulterio cometido
con el corazón”" (ib.6; Juan Pablo II analiza ampliamente la
cuestión: Catequesis 38-43).
-La frase de Jesús que comento, incluida en el
Sermón de la Montaña, se fija en la
pecaminosidad de "la mala mirada", conoce que en ella está el origen del mal deseo, y sabe que de éste puede derivarse
la mala acción del adulterio o de
otros pecados de lujuria. Los Santos Padres, a este respecto, suelen recordar
el adulterio de David con Betsabé (2Sam 11): David ve a una mujer
bañándose en una azotea; la mira; la desea con mal deseo; la trae a su
palacio para convivir con ella en adulterio, y ordena el asesinato
de su esposo para ocultar su pecado.
-Habla Jesús del mal deseo de la mirada "a la mujer", porque sabe que el impudor social visible
relativo a la mujer es mucho más frecuente y peligroso que el referente al
varón, aunque, por supuesto, también se da en éste a su modo. Impudor, por otra
parte, puede haber en las conversaciones, en la literatura, en los
espectáculos, en tantas formas y ocasiones. Pero en esta frase del Señor que
comento Él habla del impudor de la mala mirada a
la mujer. Es realista. De hecho,
hoy la industria pornográfica centrada en el cuerpo de la mujer es
incomparablemente mayor que el referente al hombre. Y en ese "adulterio del corazón" del que habla
Cristo caen los hombres con mucha más frecuencia que las mujeres. En este
ámbito, la mujer peca más bien de impudor
-y de orgullo, y de vanidad- cuando con su modo de vestir, sus gestos y
actitudes, ocasiona en el varón el pecado del adulterio
interior. Aunque es obvio que una
mujer modesta y decente puede ser objeto, sin culpa suya alguna, de miradas y
deseos malos. Y sigue diciendo el Maestro:
Mateo
5,29: "Si tu ojo derecho te induce a pecar,
sácatelo y tíralo. Más te vale perder un miembro que ser echado en la “gehenna”
entero"
Nos manda, pues, Jesús en estas frases del
Evangelio referidas a la castidad, que evitemos
las malas miradas, que anticipan los
malos deseos, que fácilmente llevan a otros pecados de lujuria. No
manda, por supuesto, que realicemos ninguna amputación, que sería un
pecado, sino que con su gracia dominemos el
ejercicio de nuestros sentidos, no mirando con mal deseo aquello que puede
inducirnos al pecado, y apartándonos de toda ocasión próxima de pecado. Santo Tomás de Aquino, en la Catena aurea (Mt 5,27-28), sintetiza la
Tradición patrística citando, entre otros, este excelente texto de San Gregorio
Magno:
"Todo aquel que
mira exteriormente de una manera incauta, generalmente incurre en la
delectación de pecado, y obligado por los deseos, empieza a querer lo
que antes no quiso. Es muy grande la fuerza con que la carne obliga a caer,
y, una vez obligada por medio de los ojos, se forma el deseo en el corazón,
que apenas puede ya extinguirse con la ayuda de una gran batalla. Debemos,
pues, vigilarnos, porque no debe verse aquello que no es lícito desear. Para
que la inteligencia pueda conservarse libre de todo mal pensamiento, deben
apartarse los ojos de toda mirada lasciva, porque son como los ladrones que
nos arrastran a la culpa" (Moralia 21,2).
La "extraña" doctrina cristiana del pudor, muy
poco conocida y apreciada en el mundo pagano, llega al conocimiento de los
pueblos por la Revelación bíblica, y concretamente en relación con el pecado
original. Crea el Señor a Adán y Eva, y "estaban
ambos desnudos, sin avergonzarse de ello" (Gen 2,25). Pero
al perder por el pecado la justicia y gracia en que habían sido creados,
inmediatamente se les abren los ojos, sienten
vergüenza de su desnudez y se visten como
pueden (3,7). Más aún, "les hizo Yahvé Dios al hombre y a su mujer
unas túnicas de pieles, y los vistió" (3,21). En estos versículos la Biblia enseña dos verdades:
que en el hombre caído, trastornado por el pecado, el vestido es una exigencia natural y la
desnudez es anti-natural, algo contrario a la naturaleza caída del
hombre. Y enseña también que, después del pecado original, el mismo Dios que
creó desnudos al hombre y a la mujer, "los
vistió"; es decir, que quiso
Dios el vestido humano, y prohibió la
desnudez impúdica. Ésta ha sido
la fe constante de Israel y de la Iglesia de Cristo.
Por tanto, ciertas modas en el vestir, ciertos
espectáculos, ciertas playas y piscinas, ciertas imágenes innumerablemente
difundidas en prensa impresa y más aún en medios digitales, en los que casi se elimina totalmente ese velamiento social del cuerpo
humano querido por Dios, son inaceptables para los cristianos Aceptarlos es avergonzarse de la propia fe,
mundanizarse en pensamientos y obras, y acercarse a una apostasía explícita o
implícita. No voy a entrar en cuestión de centímetros; pero sería infiel a la
Revelación de Dios y a la doctrina de la Iglesia si no afirmara que el vestido es grato a Dios y la desnudez
impúdica le ofende, porque daña al hombre y a la mujer caídos.
Esta es la antigua enseñanza de la Sagrada
Escritura, de los Padres y de toda la tradición cristiana, que ya a los
comienzos de la Iglesia, teniéndolo todo en contra, venció el impudor de los
paganos. La desnudez total o parcial en público -relativamente normales en el
mundo greco-romano, en termas, teatros, gimnasios, juegos atléticos y orgías-,
fue y ha sido rechazada por la Iglesia siempre y en todo lugar. Volver a ella no indica ningún progreso, no significa
recuperar la naturalidad del desnudo y quitarle así su falsa malicia, sino que es una degradación. Es un mal, pues "el mal es la privación de un bien debido"
(STh I,48,3), y en este caso el vestido es un bien debido al hombre caído.
En conclusión, es un pecado de impudor que hombres y mujeres se muestren semi-desnudos
en público, haciéndose al mismo tiempo
para otros ocasión próxima de pecado. Aunque
esa costumbre esté hoy moralmente aceptada por la gran mayoría, también de los
cristianos, sigue siendo mundana, anti-cristiana. Jesús, María y José de ningún
modo aceptarían tal uso, por muy generalizado que estuviera en su tierra. Y
tampoco los santos. Como tampoco lo aceptan hoy, en la vida religiosa o laical,
los fieles cristianos que de verdad son fieles.
Que
Cristo viva en nosotros y crezca día a día
-Toda
espiritualidad cristiana es una participación pascual en la muerte y la
resurrección de Cristo. "Él, muriendo,
destruyó nuestra muerte, y resucitando, restauró la vida" (Pref.
I Pascua). Hay en cada uno de nosotros dos hombres, el viejo, el
carnal, el que viene de Adán, y el nuevo, el espiritual, el que viene de
Cristo. Y los dos tienen deseos absolutamente inconciliables. No puede Cristo vivir
y crecer en nosotros sino en la medida en que, dejándonos mover por su
gracia, vamos dando muerte al
hombre viejo. Ya nos lo ha avisado claramente: "Si
alguno quiere seguirme, niéguese a sí mismo, tome cada día su cruz y sígame"
(Lc 9,29). No hay otro modo. En virtud de
la Cruz de Cristo, participando de ella, podemos morir al hombre viejo; y en
virtud de su Resurrección, participando de ella, podemos crecer en la vida de
Cristo. Y esto que se produce en
cada obra buena cristiana, tiene su fuente en la Eucaristía: ahí es donde más
realmente participamos del misterio pascual de Cristo. Oigamos a San Pablo:
"La tendencia de la
carne es enemistad con Dios y no se sujeta ni puede sujetarse a la ley de Dios…
Los que viven según la carne no pueden agradar a Dios; pero vosotros no
vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que de verdad el
Espíritu de Dios habita en vosotros"… Por tanto, "no somos
deudores a la carne de vivir según la carne, que si vivís según la carne,
moriréis; pero si con el Espíritu mortificáis las obras de la carne,
viviréis" (Rm 8,1-13). En consecuencia, volviendo al tema:
Si
queremos que Cristo viva y crezca en nosotros, tenemos que evitar las malas
miradas que suscitan malos deseos, que a su vez engendran adulterios del
corazón y otros pecados de lujuria. Sin morir a los malos deseos del hombre viejo,
matándolos, no podemos vivir cristianamente: no le dejamos a Cristo vivir
en nosotros, comunicándonos su Espíritu, el de Dios. Evitar una mala mirada deseada
por el hombre viejo es, si se quiere, una muerte, algo negativo (es
negarse a sí mismo, tomar la cruz); pero en realidad es vida, es algo
positivo (seguir a Cristo, vivir con Él), pues es un acto de amor. Toda negación si está realizada por amor, es una inmensa
afirmación positiva (por ejemplo,
renunciar a un viaje de vacaciones, para poder entregar el gasto previsto a
unos familiares en apuros). Del mismo modo el no
mirar (-) aquello que no se debe desear es un acto intensamente
positivo (+), pues es un acto de amor a Cristo, realizado con el auxilio de su gracia.
-Potenciemos,
pues, con actos afirmativos de oración las negaciones que imponemos a las miradas impúdicas. Que
no quede esa obra preciosa limitada a su negatividad:
no mirar. Que siempre vaya acompañada de una oración por nosotros
y por la conversión de las personas impúdicas. El sistema ha dado resultados
infalibles durante veinte siglos. Pero eso sí: ha de unir siempre el ora y el labora.
El ora
con fe y el labora con
determinada determinación. No falla.
Bastará para la oración una elevación rápida del
corazón a Dios, en forma de súplica o de acción de gracias. Puede ser sin
palabras, pero también con palabras, si éstas nos ayudan: "Padre, líbranos del mal a mí y a ésa",
"Tu gracia vale más que la vida", "Por tu cruz y resurrección
nos has salvado, Señor", "Padre nuestro, no nos dejes caer en la
tentación", "Tomo la cruz y sigo a Cristo", "Virgen María,
auxilio de los cristianos"… Quien así ora y obra no vuelve de las
situaciones de tentación derrotado, herido y triste, sino victorioso,
fortalecido y alegre. Dando gracias a Cristo Salvador.
*Reconozcamos
la obligación moral de evitar las miradas concupiscentes en la calle, en
playas y piscinas, en revistas indecentes, en ciertos programas de la
televisión, en tantos sitios digitales, en espectáculos pornográficos, si
queremos guardarnos como templos sagrados de la Santísima Trinidad, que habita
en nosotros. Y si no queremos cometer "adulterios
del corazón".
*Reconozcamos
que incluso es pecado (leve o grave) ponerse sin necesidad en ocasión próxima
de pecado (leve o grave), y apliquemos este principio moral a las
miradas lascivas denunciadas por Cristo como "adulterios
interiores".
*Reconozcamos
los cristianos, especialmente las mujeres, que es pecado (leve o grave) poner a
otros en ocasión próxima de pecado (leve o grave). Muchas cristianas hoy
parecen creer que tienen derecho a vestir según las modas mundanas de su
ambiente, aunque esas modas sean sumamente indecentes. Más aún, creen (?) que
siendo seculares tiene por vocación y
obligación aceptar su condición secular, que consiste en adaptarse a las cosas del
mundo. Están muy equivocadas. Jesús y los Apóstoles enseñaron lo contrario (Rm
12,2). Les convendrá recordar, por otra parte, los avisos dados por Cristo con
toda gravedad: "Al que escandalice a uno de
estos pequeños que creen en mí, más le valdría que le colgasen una piedra
de molino al cuello y lo arrojasen al fondo del mar. ¡Ay del mundo por los
escándalos! Es inevitable que sucedan escándalos, ¡pero ay de aquel por quien
viene el escándalo!" (Mt 18,7-8).
Y no
se engañen tampoco nuestras hermanas cristianas, pensando que visten con pudor
cuando asumen en grados un poquito rebajados modas de un grado absolutamente
impúdico. Creen (?) que así ya no escandalizan. No pocas
veces escandalizan de hecho. Pero además, sepan que en sus modos de vestir la
misión de las mujeres cristianas en el mundo no consiste en no escandalizar, sino en manifestar en formas
visibles la santidad de Cristo, de
quien ellas son miembros, y en difundir en el mundo la belleza del pudor
evangélico. Sabemos que en la primera evangelización, la del Imperio Romano, la
modestia humilde y digna de las mujeres cristianas en el vestir tiene una
importancia muy considerable. Es para los paganos una revelación, una
pre-evangelización. Hoy por el contrario, aquellas cristianas que están
mundanizadas en el vestir, además de que escandalizan, difunden de modo
implícito, pero muy elocuente, un cristianismo profundamente falsificado.
-Como es
sabido, las virtudes crecen por actos intensos, no por la mera
repetición de actos remisos. En palabras de San Ignacio de Loyola: "vale más un acto intenso que mil remisos"
(Cta. 7-V-1547,2; cf. STh II-II, 24,6; I-II, 52,3). Pues bien, en
el verano, con eso del calor y de las vacaciones, suele llegar el ambiente del
mundo a un paroxismo de impudor: vale todo, todo está permitido. Si el
cristiano ha de guardarse de las tentaciones y resistirlas, tendrá que realizar
con la gracia de Cristo muy frecuentes actos
intensos, de tal modo que vaya
por la calle o en el autobús o entre en un mercado, y no digamos si va a la
playa o a la piscina, el Espíritu Santo le moverá a recoger su mirada cada vez
que venga la tentación o simplemente le llevará a no asistir a lugares impúdicos
-"muerto el perro, se acabó la rabia"-.
Según
esto, el verano puede ser un tiempo intenso de gracia, que
purifique los corazones y los haga crecer en Cristo. Lo que viene a demostrar
una vez más que "todas las cosas colaboran al
bien de los que aman a Dios" (Rm 8,28): también los pecados, en
este caso de impudor. Y por supuesto, estas condiciones estivales tan
estimulantes para crecer con la gracia de Dios en el pudor han de ser
aprovechadas no sólo por los varones,
no mirando lo que no deben, sino también por las
mujeres, vistiendo como Dios
manda, lo que también les exigirá a veces, según las circunstancias, actos
heroicos. Unos y otras, movidos por el Espíritu Santo, negarán día a día todo
lo que viene del diablo, príncipe de este
mundo, y afirmarán día a día todo lo que viene de Dios, por obra del Espíritu
Santo; tanto en el dominio de la mirada, como en el modo de vestir, o en la
renuncia a ciertos lugares, compañías o excursiones.
Las
ocasiones próximas para los pecados de lujuria vienen a abundar hoy en todas
las épocas del año en publicaciones, revistas, televisión, medios
digitales, y en un grado desconocido en la historia. Un niño de escuela, con un
clic, puede en unos minutos ver cien veces más y mayores indecencias que sus
abuelos, y quizá sus padres, vieron en toda su vida. Pero por lo que se refiere
a la vida ordinaria, en el verano se
multiplican mucho las tentaciones que estimulan las malas miradas: en la
calle, en todos los lugares, hasta en los templos. Consiguientemente, el verano es un tiempo muy favorable para el
crecimiento en pudor y castidad, si las tentaciones vienen a ocasionar
actos intensos movidos por la gracia del Salvador.
José María Iraburu, sacerdote
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