—¿Quién eres tú para
juzgar a mi vicario?
—Es que…
—¿Cómo osas estar
seguro de que Yo no lo escogí precisamente a él para dirigir a mi Iglesia?
¿Estás totalmente seguro de que no envié a mi Espíritu Santo para inspirar a
mis cardenales reunidos en oración?
—Es que va a destruir a la
Iglesia, es que no es ortodoxo, es que… populismo, divorcio…
—¡Calla! Sí tú hubieras
vivido en los tiempos del Evangelio, hubieras atacado a mi Pedro como ahora
atacas a su sucesor.
—¡Pero la Iglesia! ¿Cómo no voy a
reaccionar ante el escándalo…?
—Si vas a seguir
defendiendo a mi Iglesia sembrando la duda, la división y la cizaña, Yo te
digo: Más vale que te vayas de mi Iglesia. Más vale que vayas a servir a quien
quiera ser servido así.
—¿Cómo voy a callarme si está
negando el magisterio de Juan Pablo II?
—El mejor amigo de ese
santo sigue vivo: ahora se llama Benedicto XVI. Sus palabras ya te acusan ahora.
—Yo sólo quiero servir a la
Iglesia.
—Pues ten cuidado, no
sea que cuando mueras recibas la retribución de los enemigos de Cristo.
—Son unos tibios, se han amoldado
al mundo, son…
—La Palabra de Dios es
verdadera. Te lo aseguro: juzga y serás juzgado.
—Siempre seré fiel a la doctrina
de siempre. ¡No he sido yo el que ha cambiado!
—Eso decían los
fariseos que me condenaron.
—¡Es él el que lo está cambiando
todo!
—Yo ya te he advertido. Sigue el camino
que quieras. Gran sorpresa para ti será el juicio.
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