1.
Jesucristo vino al mundo por medio de la Santísima Virgen, y por medio de ella
debe también reinar en el mundo.
2.
La vida de María fue vida oculta, por eso el Espíritu Santo y la Iglesia la
llaman alma mater: madre oculta y escondida. Su humildad fue tan grande, que no
hubo para ella en la tierra anhelo más poderoso y constante, que pasar
desconocida de sí misma y de toda criatura, para ser conocida de solo Dios.
3.
Pidió sobre todas las cosas pobreza y humillación, y Dios, condescendiendo,
tuvo a bien ocultarla en su concepción, en su nacimiento, en su vida, en sus
misterios, en su resurrección y asunción, a las miradas de todos los hombres.
Sus mismos padres no la conocían, y aun los ángeles unos a otros se preguntaban
frecuentemente ¿Quién es esta? Y es que el Altísimo se la ocultaba, o si algo
les descubrían, era infinitamente más lo que les encubría, era infinitamente más
lo que les encubrían.
4.
Dios Padre, a pesar de haberle comunicado su poder, consistió en que María
durante su vida no obrase ningún milagro, al menos portentoso. Dios Espíritu
Santo, a pesar de sr Ella su Esposa fiel, consintió en que los apóstoles y
evangelistas dijesen de Ella muy poco, y solamente lo necesario para dar a
conocer a Jesucristo.
5. María
es la excelente obra maestra del Altísimo, cuyo conocimiento y posesión Él se
ha reservado para Sí. María es la Madre admirable del Hijo, que tuvo a bien
humillarla y ocultarla durante su vida, para fomentar su humildad, llamándola mujer, como a
una extraña, si bien en su corazón la apreciaba y amaba más que a todos los ángeles
y hombres. María es la fuente sellada en
que solo puede entrar el Espíritu Santo, de quien es fiel Esposa. María es el Santuario
y descanso de la Santísima Trinidad, donde Dios mora más magnifica y
divinamente que en ningún otro lugar del universo, sin exceptuar su mansión en
los querubines y serafines, y a ninguna criatura, por pura que sea, está
permitido entrar en Ella sin un gran privilegio.
6.
Lo digo con los santos: La divina María es el paraíso terrestre del nuevo Adán,
donde se encarnó por obra del Espíritu Santo para obrar en El maravillas
incomprensibles. Ella es el grande y divino mundo de Dios, que contiende
bellezas y tesoros inefables. Es la magnificencia del Altísimo, donde oculto,
como en su propio seno, a su Unigénito, y con El, todo cuanto hay de más
excelente y precioso. ¡Oh, qué cosas tan grandes y tan ocultas ha hecho este
Dios todopoderoso en esta criatura admirable, como Ella misma se ve obligada a
confesar, a pesar de su profunda humildad: Hizo en mi favor grandes cosas el poderoso! El
mundo no las conoce, porque es incapaz e indigno.
7.
Los santos han dicho cosas admirables de esta santa ciudad de Dios, y nunca ha
estado tan elocuentes y tan contentos, según ellos mismos nos dicen, como al
hablar de Ella. Todos a una proclaman que la altura de sus méritos, elevados
por Ella hasta el trono de la divinidad, es inaccesible, que la anchura de
su caridad, mas dilatada que la tierra, no se puede medir, que la grandeza del poder, que tiene aún sobre el mismo Dios, no
puede comprenderse, y, en fin, que lo profundo de su humildad, como de todas sus
virtudes y de todas sus gracias, es un abismo que no puede sondearse. ¡Oh anchura inefable! ¡Oh grandeza sin medida! ¡Oh abismo
impenetrable!
8. Todos
los días, de uno a otro confín de la tierra, en lo más alto de los cielos y en
lo más profundo de los abismos, todo pregona, todo predica a la admirable María.
Los nueve coros de los ángeles, los hombres de toda edad, sexo, condición y religión,
buenos y malos, hasta los mismos demonios, de buen grado o por la fuerza de la
verdad, se ven obligados a llamarla bienaventurada. “Todos
los ángeles en los cielos, dice el Salterio de Nuestra Señora, la proclaman
incesantemente: Santa, Santa, Santa María, Virgen y Madre de Dios”, y
millones y millones de veces todos los días le ofrecen la salutación angelical:
Ave María,
y prosternados ante Ella le suplican por
gracia, los honre con alguno de sus mandatos. San Miguel, dice San Agustín, con
ser el príncipe de toda la milicia celestial, es el más celoso en rendirle, y
procurar que los demás le rindan, todo género de honores, siempre esperando sus
órdenes para acudir en socorro de alguno der sus servidores.
9.
Toda la tierra está llena de su gloria, particularmente entre los cristianos,
que la han tomado por tutelar y protectora de varios reinos, provincias, diócesis
y ciudades. Muchas catedrales están consagradas a Dios con su advocación. No
hay iglesia sin un altar en su honor, ni comarca ni cantón donde no se de culto
a alguna de sus imágenes milagrosas, donde se curan toda suerte de dolencias y
se obtienen toda clase de bienes. Tantas cofradías y congregaciones en su
honor, tantas Religiosas puestas bajo su nombre y amparo, tantos religiosos y
religiosas de todas las Órdenes, que publican sus alabanzas y anuncian sus
misericordias. No hay un solo pequeñuelo que, al balbucir el Ave María,
no la alabe, no hay apenas un pecador, por endurecido que este, que no guarde
alguna centella de confianza en Ella, ni siquiera hay un demonio, en los
infiernos, que temiéndola, no la respete.
10.
Por todo esto, nos vemos forzados a decir, en verdad, con los santos: De María nunquam
satis… Todavía no ha sido María bastante alabada, ensalzada,
honrada, amada y servida. Todavía merece más alabanzas, más respeto, más amor y
más obsequios.
11.
Después de esto, conviene decir, con el Espíritu Santo: Toda la gloria de la hija del Rey está en
el interior, como si toda la gloria exterior que el cielo y la
tierra le rinden a porfía, fuese nada en comparación de la que en su interior,
recibe del Creador, la cual es
desconocida de las infelices criaturas, incapaces de penetrar el secreto de los
secretos del Rey.
12.
He aquí por qué debemos exclamar con el Apóstol: Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el corazón
del hombre comprendió las bellezas, las grandezas y las excelencias
de María, milagro de los milagros de la gracia, de la naturaleza y de la gloria.
“Si quieres comprender a la Madre, dice un santo,
comprende antes al Hijo, pues Ella es digna Madre de Dios”.
Aquí
enmudezca toda lengua.
13.
Mi corazón, con particular alegría, me ha dictado lo que acabo de escribir para
demostrar que la divina María ha permanecido desconocida hasta ahora, y que
esta es una de las razones porque Jesucristo no es todavía conocido como debe serlo.
Si, pues, es cierto, como lo es, que el conocimiento y reinado de Jesucristo ha
de venir al mundo, esto no será sino como consecuencia necesaria del cono
cimiento y del reinado de la Santísima Virgen María, que lo trajo al mundo la
primera vez y lo hará triunfar la segunda.
San Luis M. de Montfort
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