El 9 de junio de 1717, hace
exactamente 300 años, murió Madame Guyon, mística francesa y una de los
principales exponentes de la espiritualidad quietista. Aunque ella predicaba el
abandono y la pasividad ante Dios para permitir a la gracia actuar libremente,
otros místicos preconizaban la perseverancia. ¿Hay
que insistir en la oración cuando todo esfuerzo parece en vano?
La humanidad está condenada a
luchar con los entresijos de la vida, y la vida espiritual no es una excepción.
Aunque la oración está en
el epicentro de la vida cristiana, a veces parece que no da ningún fruto, que
es inútil, árida y desesperada. Nadie, ni siquiera los más grandes santos y
monjes más aislados escapan de este conflicto, aunque no todo el mundo responde
de la misma manera.
El quietismo de Juana María de
la MotteGuyon, Madame Guyon, nació de la crítica a una
espiritualidad voluntarista que se dirige a la razón, que enseña la teoría sin
siempre dar las claves de la práctica y que se vive en el esfuerzo y la lucha
contra toda laxitud.
Ella defiende la “involuntad” y
la pasividad. Una
especie de espera o inmovilismo de la voluntad que busca, a través del abandono
de todo esfuerzo, disponerse para
permitir actuar a la gracia sin solicitarla con insistencia.
Es decir, se considera que la terquedad de la voluntad y de la razón nos
desvía necesariamente de Dios, acalla su voz y su aliento. En cierto
sentido es una experiencia mística de
la muerte lo que recomienda Madame Guyon, que nos recuerda claramente el
precepto de los jesuitas resumido en el latinazgo “perindeaccadaver”,
una invitación al abandono de la voluntad propia “del mismo modo que un cadáver” para así dejarnos guiar solo
por la voluntad de Dios.
Juana Guyon escribe que en
primer lugar el alma debe estar “sumergida en el
abismo donde no vea ni conozca nada”, para que a continuación “caiga en Dios, no para disfrutar de Dios, sino Dios de
ella y Dios en Sí mismo”.
LA HUMILDAD MUESTRA
EL CAMINO
Sin embargo, aunque este
objetivo era perseguido por místicos y ascetas desde los primeros siglos, no
todos utilizaban la misma vía.
Los místicos orientales, como san Macario, insistían en la necesidad de
la perseverancia en la oración, a pesar de la aspereza y la inquietud de rezar
mentalmente sin disponer de la oración de corazón.
De igual modo se requiere un
esfuerzo incesante para orientar todos los actos de la vida en función de la
voluntad de Dios, con el fin de cosechar el fruto del “espíritu
bien dispuesto” que evoca el salmista.
Evagrio Póntico destacaba la
necesidad de insistir ante todo en la praxis, la actividad espiritual, para acceder al fin a
la auténtica contemplación denominada théôria.
Un concepto que contrasta radicalmente con un racionalismo occidental que
tiende a considerar que hay que conocer y comprender antes de practicar.
En el salmo 51 se muestra que
Dios no rechaza al “corazón contrito y humillado”, y
aquí encuentra su fundamento esta práctica: los Padres de la Iglesia
consideraban que a fuerza de perseverancia y de invocación del nombre de Jesús,
chocando contra la sequía, el que ora se vuelve humilde y su corazón se abre a
la gracia de Dios. La oración mental, simple pensamiento, se convierte así
progresivamente en una auténtica oración de corazón.
En cualquier caso, las dos escuelas tienen un eco de verdad: el
quietismo de Madame Guyon ha influido sobre todo al mundo protestante, mientras
que la tradición oriental nunca ha dejado de perpetuarse gracias al resplandor
de los altos lugares del monacato ortodoxo, como el del monte Athos.
Sea cual sea el medio empleado, se busca la auténtica finalidad mística,
y es la humildad la que muestra el camino.
Estos testimonios del pasado
cuestionan una manera demasiado racional y sistemática de rezar y nos enseñan
que la Verdad se descubre ante todo en
el corazón. Desvelan una profundidad espiritual que se tiende a ocultar
pero que no está reservada a solo unos pocos iniciados.
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