miércoles, 14 de junio de 2017

¿DEBEMOS ORAR CUANDO “ES INÚTIL”?

El 9 de junio de 1717, hace exactamente 300 años, murió Madame Guyon, mística francesa y una de los principales exponentes de la espiritualidad quietista. Aunque ella predicaba el abandono y la pasividad ante Dios para permitir a la gracia actuar libremente, otros místicos preconizaban la perseverancia. ¿Hay que insistir en la oración cuando todo esfuerzo parece en vano?
La humanidad está condenada a luchar con los entresijos de la vida, y la vida espiritual no es una excepción. Aunque la oración está en el epicentro de la vida cristiana, a veces parece que no da ningún fruto, que es inútil, árida y desesperada. Nadie, ni siquiera los más grandes santos y monjes más aislados escapan de este conflicto, aunque no todo el mundo responde de la misma manera.
El quietismo de Juana María de la MotteGuyon, Madame Guyon, nació de la crítica a una espiritualidad voluntarista que se dirige a la razón, que enseña la teoría sin siempre dar las claves de la práctica y que se vive en el esfuerzo y la lucha contra toda laxitud.
Ella defiende la “involuntad y la pasividad. Una especie de espera o inmovilismo de la voluntad que busca, a través del abandono de todo esfuerzo, disponerse para permitir actuar a la gracia sin solicitarla con insistencia.
Es decir, se considera que la terquedad de la voluntad y de la razón nos desvía necesariamente de Dios, acalla su voz y su aliento. En cierto sentido es una experiencia mística de la muerte lo que recomienda Madame Guyon, que nos recuerda claramente el precepto de los jesuitas resumido en el latinazgo perindeaccadaver”, una invitación al abandono de la voluntad propia “del mismo modo que un cadáver” para así dejarnos guiar solo por la voluntad de Dios.
Juana Guyon escribe que en primer lugar el alma debe estar “sumergida en el abismo donde no vea ni conozca nada”, para que a continuación “caiga en Dios, no para disfrutar de Dios, sino Dios de ella y Dios en Sí mismo”.
LA HUMILDAD MUESTRA EL CAMINO
Sin embargo, aunque este objetivo era perseguido por místicos y ascetas desde los primeros siglos, no todos utilizaban la misma vía.
Los místicos orientales, como san Macario, insistían en la necesidad de la perseverancia en la oración, a pesar de la aspereza y la inquietud de rezar mentalmente sin disponer de la oración de corazón.
De igual modo se requiere un esfuerzo incesante para orientar todos los actos de la vida en función de la voluntad de Dios, con el fin de cosechar el fruto del “espíritu bien dispuesto” que evoca el salmista.
Evagrio Póntico destacaba la necesidad de insistir ante todo en la praxis, la actividad espiritual, para acceder al fin a la auténtica contemplación denominada théôria. Un concepto que contrasta radicalmente con un racionalismo occidental que tiende a considerar que hay que conocer y comprender antes de practicar.
En el salmo 51 se muestra que Dios no rechaza al “corazón contrito y humillado”, y aquí encuentra su fundamento esta práctica: los Padres de la Iglesia consideraban que a fuerza de perseverancia y de invocación del nombre de Jesús, chocando contra la sequía, el que ora se vuelve humilde y su corazón se abre a la gracia de Dios. La oración mental, simple pensamiento, se convierte así progresivamente en una auténtica oración de corazón.
En cualquier caso, las dos escuelas tienen un eco de verdad: el quietismo de Madame Guyon ha influido sobre todo al mundo protestante, mientras que la tradición oriental nunca ha dejado de perpetuarse gracias al resplandor de los altos lugares del monacato ortodoxo, como el del monte Athos.
Sea cual sea el medio empleado, se busca la auténtica finalidad mística, y es la humildad la que muestra el camino.
Estos testimonios del pasado cuestionan una manera demasiado racional y sistemática de rezar y nos enseñan que la Verdad se descubre ante todo en el corazón. Desvelan una profundidad espiritual que se tiende a ocultar pero que no está reservada a solo unos pocos iniciados.

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