Las posturas nos
ayudan de modo insospechado a recogernos en la presencia de Dios y a permanecer
concentrados en él.
Por: P. Sebastián Rodríguez, LC | Fuente: elblogdelafe.com
Por: P. Sebastián Rodríguez, LC | Fuente: elblogdelafe.com
San Francisco de Sales dijo en una ocasión: “todos los Santos Padres que dan tanto valor a la
oración, son de la opinión que una actitud piadosa, como ponerse de rodillas,
juntar las manos, cruzar los brazos sobre el pecho, tiene mucha importancia.
Estas posturas nos ayudan de modo insospechado a recogernos en la presencia de
Dios y a permanecer concentrados en él”. El estar sentados, de pie o de
rodillas no es indiferente, pues cada postura tiene su significado y es lo que
buscaremos explicar en este escrito.
Cuando estamos de pie es señal de respeto.
¿Acaso no nos levantamos cuando llega alguien importante a nuestra casa u
oficina? También es señal de atención y
disponibilidad, es decir, de pie es más fácil comenzar una acción que
implique movimiento (correr, saltar, sentarse), entonces nos ponemos de pie
para mostrar esa disponibilidad: estamos listos y preparados para lo que el
Señor nos quiera decir. En el Antiguo Testamento Salomón pronuncia de pie una
solemne oración de acción de gracias en la fiesta de la Dedicación del Templo,
oración que escucha también en la misma postura toda la asamblea de Israel (1 R
8) y en el Nuevo Testamento Jesús, en la sinagoga de su pueblo “se puso en pie para tener la lectura” (Lc 4,16),
mientras que luego, para la homilía, “enrolló el
volumen, lo devolvió al sacristán y se sentó”.
Cuando
estamos sentados por propia experiencia podemos decir que es una postura más
cómoda y nos ayuda a la concentración. Por
eso nos sentamos durante las lecturas y la homilía. Sentados nos recogemos más fácilmente y podemos escuchar en dos sentidos:
por un lado lo que se está diciendo y por el otro podemos escuchar la voz de
Dios en nuestro interior. En el Nuevo Testamento vemos cómo Jesús,
sentado, dirige a sus discípulos sus enseñanzas (ej. Sermón de la Montaña) y
que la muchedumbre, “sentada en torno a él”, le
escucha (Mc 3,32).
Durante la Consagración en la Misa o cuando
hacemos una visita a Cristo Eucaristía solemos ponernos de rodillas. De esa forma el hombre se hace pequeño ante la
grandeza de Dios. Nos reconocemos pecadores y nos damos cuenta que no somos
nada, que somos Sus creaturas y que dependemos de Él. Es por esto que en
la Consagración, el momento en que Dios baja al altar a ese pedazo de pan y de
vino que se transforman en Su Cuerpo y Sangre, nos ponemos de rodilla para
adorarle, para decirle bienvenido a Tu altar. Después de comulgar podemos
arrodillarnos pues así le adoramos y hablamos con Él. En la Biblia encontramos
en el Antiguo Testamento que Daniel ora de rodillas (Dn 6,11). Y en el Nuevo
Testamento vemos que Pablo ora de rodillas con sus discípulos, en la despedida
de Mileto o de Tiro (Hch 20,36 y 21,5). O también, Jesús mismo ora de rodillas
en la agonía del huerto en Getsemaní (Lc 22,41).
Otro
signo corporal es la postración. Nos lleva a reconocernos nada ante Dios y es
un gesto de gran humildad. En los ritos de las órdenes sagradas (diaconal
y sacerdotal) o en algunos actos de consagración a Dios en la vida religiosa y
consagrada los candidatos se postran ante Dios buscando mostrar su humildad y
sumisión a Dios. También lo vemos el viernes santo donde el sacerdote se postra
al iniciar la celebración. En la Sagrada Escritura vemos que los hermanos
de José, en Egipto, se postran ante él con sentimientos de culpabilidad y
respeto (Gn 42,6), siendo José una de las figuras Cristológicas del Antiguo Testamento.
El
juntar las manos para rezar es otro gesto que nos puede ayudar a recogernos
mejor. Nos ayuda a centrarnos en lo que estamos haciendo, evitando caer en
distracciones, para unirnos mejor a Dios.
Durante la Celebración Eucarística es importante
regirse a las posturas dadas por la Iglesia para cada una de sus partes, salvo
que se trate de una imposibilidad física (ej. ponerse de rodillas). Pero fuera
de ella, en el momento de hacer oración
personal cada fiel está invitado a ver qué es lo que más le ayuda para entrar
en oración con Dios que es el objetivo principal. Se aconseja comenzar
las oraciones de rodillas, al menos un rato, pero el cuerpo debe ayudar, es
decir, no debe ser una molestia que lleve a la distracción, pero tampoco se
recomienda una postura demasiado cómoda que lleve al cansancio, al sueño y a la
poca oración.
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