VATICANO, 21 Jun. 17 / 04:27 am (ACI).- En su catequesis de la Audiencia
General de este miércoles, el Papa Francisco habló de los santos, “testimonios y compañeros de la esperanza”.
El Pontífice recordó que se puede alcanzar la santidad cumpliendo con el
deber de cada día con el corazón abierto a Dios. “Pensamos
que es algo difícil, ser santos. Que es más fácil ser delincuente que santo.
¡No! Ser santo se puede porque nos ayuda el Señor. Es Él quien nos ayuda”.
A continuación, el texto completo de la catequesis
del Papa Francisco:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El día de nuestro bautismo, se repite para nosotros la invocación a los
santos. Muchos de nosotros en ese momento éramos niños en los brazos de
nuestros padres. Poco antes de recibir el óleo de la unción bautismal como
catecúmenos, símbolo de la fuerza de Dios en la lucha contra el mal, el
sacerdote invita a toda la asamblea a rezar por aquellos que están a punto de
recibir el bautismo, invocando la intercesión de los santos.
Esta es la primera vez que en el curso de nuestra vida, se nos regala la presencia de los
hermanos y hermanas “mayores”, que han
pasado por nuestro mismo camino, que han vivido nuestras mismas fatigas, y
viven para siempre en el abrazo de Dios. La Carta a los Hebreos define esta
compañía que nos rodea, con la expresión “multitud
de testigos”.(12,1)
Los cristianos en el combate contra el mal, no desesperan. El
cristianismo cultiva una confianza inquebrantable: no cree que las fuerzas
negativas y disgregantes puedan prevalecer. La última palabra sobre la historia
del hombre, no es el odio, no es la muerte, no es la guerra.
En cada momento de la vida nos asiste la mano de Dios, y también la
discreta presencia de todos los creyentes que “nos
han precedido con el signo de la fe” (Canon Romano). Su existencia nos
demuestra sobre todo que la vida cristiana no es un ideal inalcanzable. Y
además nos conforta: no estamos solos, la Iglesia está compuesta de
innumerables hermanos, a menudo anónimos, que nos han precedido y que por la
acción del Espíritu Santo están involucrados en las vivencias de los que
todavía viven aquí abajo.
La del bautismo, no es la única invocación a los santos que marca el
camino de la vida cristiana. Cuando los novios consagran su amor en el
sacramento del Matrimonio,
viene invocada de nuevo para ellos- en esta ocasión como pareja- la intercesión
de los santos. Y esta invocación es fuente de confianza para los dos jóvenes
que parten hacia el “viaje” de la vida
conyugal.
Quien ama de verdad tiene la necesidad y el valor de decir “para siempre”, pero también sabe que necesita de
la gracia de Cristo y de la ayuda de los santos. Por esto, en la liturgia
nupcial, se invoca la presencia de los santos. Y en los momentos difíciles,
hace falta el valor para alzar los ojos al cielo, pensando en tantos
cristianos que han pasado por tribulaciones y han conservado blancos sus
vestidos bautismales, lavándolos en la sangre del Cordero (Ap. 7,14).
Dios no nos abandona nunca: cada vez que le necesitemos, vendrá un ángel
suyo a levantarnos y a infundirnos su consuelo. “Ángeles”
que algunas veces tienen un rostro y un corazón humano, porque los
santos de Dios están siempre aquí, escondidos en medio de nosotros.
También los sacerdotes custodian el recuerdo de una invocación a los
santos pronunciada sobre ellos. Es uno de los momentos más conmovedores de la
liturgia de ordenación. Los candidatos se echan a tierra, con la cara vuelta
hacia el suelo. Y toda la asamblea, guiada por el Obispo, invoca la intercesión
de los santos.
Un hombre, que permanece aplastado por el peso de la misión que se le
confía, pero que al mismo tiempo siente todo el paraíso en sus espaldas, que la
gracia de Dios no faltará, porque Jesús permanece siempre fiel, y por tanto se
puede partir serenos y llenos de ánimo. No estamos solos.
Somos polvo que aspira al cielo. Débiles en nuestras fuerzas, pero
potente el misterio de la gracia que está presente en la vida de los
cristianos. Somos fieles a esta tierra, que Jesús ha amado en cada instante de
su vida, pero sabemos y queremos esperar en la transfiguración del mundo, en su
cumplimiento definitivo, donde finalmente no habrá más lágrimas, ni maldad ni
sufrimiento.
Que el Señor nos de la esperanza de ser santos. Es el gran regalo que
cada uno de nosotros puede devolver al mundo. Que el Señor nos de la gracia de
creer tan profundamente en Él, que podamos volvernos imagen de Cristo en este
mundo. Nuestra historia necesita “místicos”.
Tiene necesidad de personas que rechazan todo dominio, que aspiran a la caridad
y a la fraternidad. Hombres y mujeres que viven aceptando también una porción
de sufrimiento, porque se hacen cargo de la fatiga de los demás. Y sin estos
hombres y mujeres el mundo no tendría esperanza.
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