No pacte con sus
defectos... No cierre sus ojos ante sus contradicciones... No niegue sus
errores... No quiera defender sus vicios... No los pregone si no quiere, pero
reconózcalos delante de Dios...
Por: por Mario Anzorena, S.J. | Fuente: Devocionario Católico
A Ud. le cuesta mucho
confesarse? No nos extraña: a todos nos cuesta... Tiene un miedo y vergüenza...
Y si hace ya varios años que no se confiesa, mucho más aún...
Mil excusas le van a
entorpecer entonces la claridad de su decisión. Después de tantos años uno no
está bien seguro de lo que ha hecho... Pensamientos, palabras, mentiras,
deudas, sexo, odio, rencor... ¡Cuántas
flaquezas y debilidades que gustaríamos de enterrar, olvidándonos para siempre
de ellas...! ¡Y ahora sobreviene esa idea funesta de la CONFESIÓN...!
¿VALE LA PENA CONFESARSE?
¿Vale la pena confesarse...?. Usted no está
seguro ni de eso... Sabe que es débil... Sabe que tal vez vuelva a caer: no es
de hierro ni de granito. Está en un mundo en dónde no es fácil la virtud. En
donde la verdad, la honestidad, la justicia, la castidad, la mansedumbre... ¡no
dan dividendos! ¿Vale la pena confesarse...? ¿Vale realmente la pena...?
Y sin embargo, allí, dentro de Ud., a pesar de
todos los argumentos en contra, Ud. sabe que vale la pena... Hay algo: un
lastre que le pesa y que no le deja vivir... hay una sensación desagradable,
insufrible, del que tiene las manos sucias... del que siente que sus ojos están
sucios... y que su alma está sucia... Ese hombre se convence de que tiene, de
alguna manera, que empezar de nuevo... Como en los viejos tiempos de la Escuela
primaria cuando a hurtadillas arrancaba una o dos hojas del cuaderno de clase
para que no hubiese en él ningún borrón... ¿Habrá alguna fórmula sencilla para
arrancar hojas del cuaderno de la vida, y limpiar todas las manchas descargando
nuestra conciencia...?
Hay gente que dice que ha encontrado esa
fórmula. Van a un psiquiatra, o a un psicoanalista. A él le descubren su
conciencia,. Y tratan de investigar el origen de sus errores y fracasos...
Hablan durante horas en el consultorio psiquiátrico, tratando de hallar la
serenidad perdida... Pero es difícil reconquistar la paz. Lo que han dicho,
está dicho, lo que hicieron, hecho está... Nadie puede borrar de la mente totalmente
su pasado, ni hacer desaparecer las cicatrices de sus recuerdos con un
monólogo, como si fuese una goma de borrar...
Pero hablando, y hablando... –reconozcámoslo-
uno se desahoga... Al compartir sus secretos, sus fracasos, su vida..., con
otro, humanamente se libera. Es como si de pronto, consiguiésemos un amigo, un
socio, un cómplice... Entre dos es más fácil llevar la carga, y compartir la
responsabilidad de la vida diaria...
LA
PARTE HUMANA DE LA CONFESIÓN
Este es también la parte humana de la confesión.
La confesión descarga la conciencia, y la apuntala en el otro... con esta
ventaja: que la confesión no son ni los honorarios, ni la idoneidad
profesional, lo que hace que el otro escuche. No, en la confesión hay algo más.
Aún en el plano humano Ud. se siente más seguro, más protegido en su
confidencia, y en la serenidad del posterior consejo de ese hombre consagrado.
Sabe que conscientemente no puede mentir, y que no le puede fallar..., y de que
de sus labios no escapará ninguna infidencia, ni le perjudicará con el
prejuicio, la pasión, o la prevención humana... el tiene que dar cuenta a Dios
de todo lo que haga y diga: no se puede poner a inventar una nueva moral ni un
nuevo dogma.
En la confesión hay, además algo que ayuda a la
reconstrucción de nuestra personalidad... Esta por el conflicto diario está en
cierta manera deteriorada... ¿Cuál es la raíz de tantas personalidades
fragmentadas? El que toda esa gente rehúye
consciente e inconscientemente asumir sus propias responsabilidades. Buscan en
el escapismo y la evasión, huir de su vida. Son “desertores”
del puesto que la providencia les ha confiado: madres neurasténicas;
esposos infieles; empleados deshonestos; hijos desobedientes; adolescentes en
rebeldía. Inútilmente buscan alguien a quien echar la culpa de su
desacomodación... Pero es inútil: ellos son los únicos culpables... Deberían a
aprender a aceptarse a sí mismos y a su destino... Deberían aprender alegre y
conscientemente su responsabilidad frente a Dios...
En el psicoanálisis Ud. descarga su
responsabilidad en el otro. En la confesión Ud. la asume frente a Dios. En el
primero, se busca una transferencia y una explicación. Ud.,. se pone una
etiqueta y se siente liberado... En la confesión Ud. es a la vez acusador,
fiscal y juez de sí mismo... Ud. enfrenta su vida: no pone un polvo
cicatrizante encima de la herida infectada... No la airea, la trata de curar...
Si la cerrase sin antes haberla curado sería peor...
¡Qué alivio
se siente cuando uno al fin se siente dueño y responsable de su vida...! ¡Ud.
es responsable! ¡Ud. es libre...! Si en su acusación hay sencillez y esperanza,
Ud. está en vías de curarse... Pero, para eso, tiene que hacer su confesión
delante de Dios...
¿Dios?
¿Dios...? ¡Que pocas veces pensamos en Dios!
¡Que pocas veces sentimos a Dios...! Para la mayorías es algo oscuro y
misterioso que le da miedo... Un ser infinito, y lejano, siempre silencioso...
Y no es así... Está cerca suyo... Y lo va a sentir en la medida que Ud. se
coloque en su verdadera medida... Sea Ud. humilde, no se haga el Dios... Si cae
de rodillas frente a Dios lo conocerá a Dios... Si, precisamente cuando nos
sentimos pecadores, es cuando estamos en vías de curarnos... ¿por qué? Porque allí,
frente a nuestra miseria aprendemos a ser humildes –una virtud desconocida
hoy...- y a través de ella reconocemos a Dios tal cual es...
Una de las dimensiones más impresionantes de
Dios, es su misericordia... La misericordia es el amor de Dios por el pecador.
Dios –entendámonos- no ama el pecado, pero sí al pecador... el vino a decirnos
que “era amigo de pecadores...” “que no venía por
los justos, sino por los pecadores” Y que “hay
más gozo en el cielo por un pecador que se convierte que por noventa y nueve
que hacen penitencia”. La misericordia es la dimensión infinita del
perdón de Dios. Quien cayendo de rodillas en la confesión haya sentido alguna
vez que Dios le perdona, sin condiciones... El que sienta como otrora la mujer
adúltera la pregunta de Cristo: ¿nadie te ha condenado, mujer...? Pues yo
tampoco te condenaré, pero no quieras más pecar comprenderá cuan necesaria sea
en su vida la confesión. Pero no una confesión "rutinaria",
"ritual"... una de esas etiquetas sin contenido... No: la
confesión tiene que ser auténtica, comprometida, verdadera... Esa es la
confesión que le sugerimos que haga en esta semana... Será un comienzo de Vida
verdadera. Como el comienzo de la sinfonía de una orquesta... Un canto a la
vida... Un nuevo amanecer.
¿POR
QUÉ BUSCAMOS EXCUSAS?
¿Por qué buscamos excusas para no confesarnos?
La gran mayoría de las veces porque la confesión nos humilla... O porque no nos
perdonamos... o porque nos parece inútil confesarnos, si tenemos la convicción
de que volveremos a caer... ¿De qué vale vaciar el tarro de basura -me dijo
alguien alguna vez- si después lo volveremos a llenar... ?
Empecemos por lo último: con ese argumento nadie nunca haría nada... Ni se cortaría el pelo, ni se lavarían las manos... Hay gestos trascendentes en la vida... Gestos definitivos e irrevocables... Pero hay otros que hay que repetir sin cesar... Ud., por ejemplo, no puede tomar la decisión de guardar el equilibrio de ahora para siempre... Lo tiene que guardar en cada instante, si no resbala, cae, se viene abajo... Ese es el género de propósito que debemos aprender a hacer en la confesión... En resumidas cuentas, es el mismo que Ud. tiene que hacer cuando va al médico y se compromete a tomar los remedios y a cuidarse...
Porque tiene que persuadirse que estamos todo un
poco enfermos... Enfermos de sexualidad, de egoísmo, de envidia, de rencores,
de violencia, de resentimiento, de pasiones mal domadas, de agravios, de
mentiras, de injusticias, y de mil cosas más... Hay gente que frente a este
hecho de experiencia diaria, se contenta con decir: "...
Yo soy así..." "Es mi naturaleza y no la puedo cambiar" Esa
frase es falsa. Refleja una cobardía y una comodidad. Es en el fondo un
suicidio... Ud. tiene que aceptar su vida como un punto de partida, pero no
puede renunciar a progresar...
Ud. progresa en el plano material anhela mayores
comodidades de las que tiene: una heladera mejor; una casa mejor; unas
vacaciones mejores; un mejor puesto; un mejor sueldo... Todo está bien, pero
anhele también progresar espiritualmente... Cada día tiene que ser un poco
mejor... Hoy mejor de lo que fue ayer, mañana mejor de lo que es hoy.
No pacte con sus defectos...
No pacte con sus defectos... No cierre sus ojos
ante sus contradicciones... No niegue sus errores... No quiera defender sus
vicios... No los pregone si no quiere, pero reconózcalos delante de Dios...
Delante de Él sea humilde: es la simple actitud que uno tiene delante del
médico a quien le enseña sus llagas, y le habla de su enfermedad.
Volvamos a ser sinceros con Dios. Ud. no es de
hierro ni de mármol... Reconozca delante de El que es un pecador... "Señor quiero ver... " Señor ¡quiero
curarme!" Busque con Dios su verdadero progreso... No lo haga
consistir en ambicionar un lavarropas o un auto...
Aunque haga años que Ud. no se confiesa... Aunque haga se haya olvidado las oraciones, y apenas si sepa hacer la señal de la Cruz... Ud. puede confesarse. Lo más importante es que ese encuentro con Dios sea inolvidable... ¡Qué Ud. se acerque a Él con deseo de sanarse! ¡Que con un grito de sinceridad diga en la confesión: "¡Señor! ¡Pequé...!"
NO
IMPROVISE SU CONFESIÓN
No improvise su confesión: haga previamente un
examen de conciencia... Recuerde cuánto tiempo hace, más o menos, de su última
confesión, y eso dígalo al principio de su confesión. Luego, siguiendo los
mandamientos diga los pecados que recuerde con sus circunstancias agravantes...
Frente a problemas pendientes, proponga sus dudas, y las soluciones a las que
ha echado mano hasta ahora... Pida consejo al sacerdote: recuérdelo, es hermano
suyo y tiene la obligación de ayudarle...
Al terminar su confesión escuche la penitencia
que se le da. Son unas oraciones, o es tal vez, una meditación, o algo que se
le pide que haga... Si no puede hacerlo dígaselo francamente al sacerdote. Y luego
mientras él rece la absolución sobre su cabeza inclinada, rece el acto de
contrición con toda sinceridad... Si no la recuerda, pídale perdón a Dios con
sus propias palabras... Sentirá una nueva Vida, se lo garantizo...
Volvamos a la pregunta inicial: ¿A Ud. le cuesta
mucho confesarse?... Le decíamos al principio: No nos extraña a todos nos
cuesta... Pero ¡qué bien se siente uno después que se ha confesado bien!... Es
la sensación de bienestar que uno siente después de arreglar su ropero, o su
habitación... A la tranquilidad que uno siente después que ha pagado una
deuda... A la paz y felicidad que uno goza cuando después de la operación el
médico le dice: ¡Amigo, la operación ha sido brava, pero Ud. se ha salvado!..
Goce Ud. también de esa terapéutica de Dios... Es el mejor regalo divino, y
está allí a su mano...
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