miércoles, 31 de mayo de 2017

POR QUÉ DEBEMOS ORAR POR NUESTROS SACERDOTES


Los católicos, el pueblo de Dios, debemos orar y hacer sacrificios intensamente por nuestros Sacerdotes, por su seguridad y su santificación.

Por: Eduardo del Valle Conde | Fuente: Catholic.net
Jesús, el Hijo de Dios instituyo el sacerdocio “la misma noche que fue entregado” en la última cena con sus Apóstoles. Desde el principio de su vida pública, Nuestro Señor Jesucristo anunció a sus Apóstoles que los llamaba para un ministerio muy especial, pues de pescadores de peces, los convertiría en "pescadores de hombres" (Mt.4,1 g). "Llamó a los que Él quiso y vinieron donde El. Instituyó doce para que estuvieran con El para enviarlos a predicar" (Mc.3, 13-14)

En la última cena, Jesús les da el poder de transubstanciar el pan en su Cuerpo y el vino en su Sangre cuando les dice: "Haced esto en memoria mía" (Lc.22,1 g) Así, con esas palabras les da poder para ofrecer por la salvación del mundo el sacrificio de Su Cuerpo y Su Sangre, como Él mismo lo acababa de hacer y es en ese momento que instituye el Sacramento del sacerdocio.

Después de resucitar, otorga a sus Apóstoles la misión de perdonar los pecados: "Como el Padre me envió, así también yo os envío. Dicho esto sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados, a quienes se los retengáis, les quedan retenidos" (Jn.20, 21-22) así instituye el Sacramento de la Reconciliación, en este ministerio se da algo grandioso: los Sacerdotes se vuelven algo así como nuestros confidentes y por consiguiente su orientación nos permite tranquilidad y claridad en nuestro actuar.

También el Señor da a los Sacerdotes la potestad y la tarea de enseñar, de bautizar y guiar a sus “ovejas” al expresarles: "A mí se me ha dado toda potestad en el cielo y en la tierra, id pues y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado" (Mt.28, 18-20).

La misión del sacerdocio fue más firmemente dada por Jesús a los Apóstoles cuando les dice: “Les aseguro: todo lo que aten en la tierra, será atado en el cielo, y todo lo que desaten en la tierra, será desatado en el cielo” (Mt. 18, 18).

Jesús confiere a los Apóstoles el sacerdocio, que no queda limitado a ellos si no que habría de extenderse a todo el mundo y por siempre “hasta el fin del mundo”: "He aquí que yo estaré con vosotros, todos los días, hasta la consumación de los siglos" (Mt.28, 20)
 Esta misión divina del sacerdocio tenía que perdurar a través del tiempo y así lo hicieron los Apóstoles por medio de la imposición de las manos a otros discípulos como es hasta nuestros días, cuando el Obispo impone las manos y pronuncia la Oración Consecratoria (Oración de Consagración) a los seminaristas que han concluido su formación, al ordenarlos Sacerdotes, quienes por vocación y llamado del mismo Dios han aceptado servirlo y dedicarse a colaborar a la salvación eterna de las almas. San Pablo, el llamado “Apóstol por excelencia”, no era de los Doce pero fue incorporado al orden apostólico sacerdotal por la imposición de manos.

Es claro que el trabajo y los frutos del Sacerdote no terminan en este mundo sino que son eternos porque participan en la salvación de sus hermanas y hermanos, por lo que este “trabajo” es el más grande aquí en la tierra porque, como ya se ha dicho, los Sacerdotes tienen el poder de convertir el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo así como el de perdonar los pecados.

La vocación al sacerdocio lleva consigo el celibato. La obligación del celibato no es por exigencia de la naturaleza del sacerdocio, sino por ley eclesiástica. La Iglesia Católica quiere a sus sacerdotes célibes para que puedan dedicarse completamente al bien de las almas sin las limitaciones de tiempo ni las preocupaciones que conlleva la atención y responsabilidad de una familia. La Iglesia quiere que los hombres que tengan la aspiración al sacerdocio acepten libremente el celibato por amor a Dios y no por exigencia o imposición.

Pero sobre todo, el celibato tiene un principio teológico: Cristo fue célibe y el Sacerdote  es “alter Christus”, es decir “otro Cristo”. El amor de Jesucristo es universal, es para todas y todos sin los exclusivismos propios del amor matrimonial, así debe ser el amor del Sacerdote por su rebaño.

Los Sacerdotes religiosos que pertenecen a una congregación, Franciscanos, Salesianos, etc. hacen votos de pobreza, obediencia y castidad (celibato) y los Sacerdotes diocesanos, además de los tres votos anteriores  prometen obediencia al Obispo de su diócesis.

Los Sacerdotes, como seres humanos que son y principalmente por ser ungidos de Dios, es decir “otros Cristos”, son sometidos frecuentemente, en la época que nos ha tocado vivir, a agresiones de todo tipo y a grandes tentaciones que pretenden separarlos de la gran misión a la que Dios les ha llamado y  encomendado.

QUEDA CLARO QUE UN SACERDOTE ES UN HOMBRE QUE HA RENUNCIADO A TODO POR SEGUIR A CRISTO Y SERVIR A LA HUMANIDAD, POR LO QUE MERECE NUESTRA VENERACIÓN, RESPETO, COMPRENSIÓN, APOYO, ACOMPAÑAMIENTO, AMOR, RECIBIR NUESTRO AGRADECIMIENTO Y PRINCIPALMENTE REQUIERE DE NUESTRA ORACIÓN.

Los católicos, el pueblo de Dios, debemos orar y hacer sacrificios intensamente por nuestros Sacerdotes, por su seguridad y su santificación, es algo muy necesario y conveniente para la humanidad ya que en la medida en tengamos Sacerdotes santos, en esa medida tendremos la guía para que la sociedad se desarrolle teniendo como fundamento los principios evangélicos, valores y virtudes cristianas que nos permitirán lograr la salvación eterna de nuestra alma y conducirnos en esta vida con ética, moral y justicia para alcanzar la equidad social ante las desigualdades evidentes que lastiman a México.

También debemos orar y pedir a Dios Nuestro Señor para que haya más vocaciones al sacerdocio, necesitamos muchos Sacerdotes santos porque mientras más Sacerdotes tengamos, más ovejas del pueblo de Dios tendrán la bendición y presencia de JESÚS EUCARISTÍA, también tenemos que implorar a la Madre de Dios Santa María de Guadalupe, su intercesión por la Santificación de sus hijos los Sacerdotes, que los cubra maternalmente con su manto para que los libre de todas las asechanzas del demonio y del mundo.

No caigamos en el error de pensar que los Sacerdotes, por el hecho de serlo, no necesitan que  oremos por ellos, es por eso que nosotros los laicos, el pueblo de Dios, debemos orar intensamente por nuestros Sacerdotes, nuestros pastores, pidamos a Dios por ellos para que los preserve de todo mal e insidia y principalmente para que los haga santos,

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