jueves, 18 de mayo de 2017

¿ESTÁ MAL QUERER LUCIR BIEN?


¿Yo creyente tengo la misma preocupación por culturizar e ir a la última en mi cuerpo espiritual?

Por: José Ramón Peón / Juan García Noriega | Fuente: Catholic.net

Nuestra sociedad se caracteriza, entre otras muchas cosas, por el culto al cuerpo, la exaltación de la masa muscular, tener una piel siempre tersa y suave; nos preocupamos mucho de nuestra imagen y estética; admiramos sobremanera a las personas dotadas de un físico espectacular; procuramos estar al día en cuestiones de moda y diseño vistiendo el “último modelo”.

En fin, parece como si sólo nos preocupase nuestra imagen exterior, para así poder ser y tener (aparentar) más que el que está a nuestro lado; mis valores y virtudes son mejores que los tuyos; mis defectos y carencias son más pequeños que los tuyos; mi coche es mejor que el tuyo; mi piso vale más que el tuyo; en definitiva –ser más que el otro-, y por qué no decirlo, más alto, más fuerte, más guapo, más rico, etc.

La fe del hombre en sí mismo, lo hace colocarse "más allá del bien y del mal" e invertir los valores vitales y trascendentes, considerando a la moral cristiana como una debilidad y dando supremacía al hombre por encima de Dios.

Ante esto, los cristianos no debemos de quedarnos impasibles como si no fuese con nosotros. Hemos de oponernos firmemente a todas las creencias y tendencias que lleven al hombre a una degradación, no sólo física o psíquica sino moral y trascendente, en su paso por este mundo.

Convertir nuestro cuerpo en un dios, no es moralmente aceptable, pero cuidar de
él y lucir bien es lícito y recomendable. En este aspecto es tan degradante la persona que exhibe su cuerpo sin pudor, como aquella que descuida la vida, la salud, la higiene o la apariencia física. Ambas actitudes son ofensivas y atentan contra la dignidad humana.

La vida y la salud física son bienes preciosos confiados por Dios. Debemos cuidar de ellos racionalmente teniendo en cuenta las necesidades de los demás y el bien común.

La moral exige el respeto de la vida corporal, pero no hace de ella un valor absoluto. Se opone a una concepción neopagana que tiende a promover el culto del cuerpo, a sacrificar todo a él, a idolatrar la perfección física y el éxito deportivo. Semejante concepción, por la selección que opera entre los fuertes y los débiles, puede conducir a la perversión de las relaciones humanas.
(Catecismo de la Iglesia Católica 2288-2289)

¿Dónde termina el pudor, dónde el escrúpulo? Una religiosa se cubre con mucho pudor, porque su cuerpo está reservado a Dios, una esposa debe vestir con recato pues su cuerpo ya no le pertenece. ¿Un soltero?

Nuestros cuerpos, Templos del Espíritu Santo, cualquiera que sea nuestra condición y situación de vida, deben ser tratados con dignidad. La unidad cuerpo-alma debe tener cuidados, lucir bien. Y los que nos rodean, también son dignos de que les presentemos una imagen agradable y atractiva. Eso está muy está bien, pero como en todas las cosas, en su justa medida. La virtud de la templanza conduce a evitar toda clase de excesos.

Somos seres sexuados, creados con sexo, y la atracción hacia el sexo opuesto es parte de nuestro natural. ¿Hasta dónde llevaremos está necesidad de resultar atractivos? La medida es difícil de establecer, cambia con la cultura, pero cualquier cosa que cae en lo vulgar degrada nuestros cuerpos ante nosotros mismos, y los demás.

Ante Dios estamos desnudos, pero ante los hombres debemos preservar la intimidad de nuestros cuerpos. En el paraíso Adán y Eva estaban desnudos, era su natural, Dios les proporcionó vestido por el pecado. No existe forma de evitar la lujuria de los demás, lo que es pecaminoso es vestirse con el propósito de incitar la lujuria ajena.

Por otro lado ser atractivo e incluso sexy es necesario para el cortejo. Dos personas no se casan -ni deberían casarse-, sólo porque tienen almas bonitas, la atracción física es importante. El sexo es primordial en el matrimonio, simplemente sin noche de bodas el matrimonio es nulo.

También es importante el atractivo a nivel social. Una persona sucia o desarreglada, puede ser tolerada, pero su integración al medio y su aceptación por parte de los demás, dejará mucho que desear.

El hombre es una unidad de cuerpo y alma (Gadium et spes 3). El hombre no es un ser espiritual que posee accidentalmente un cuerpo, sino que es las dos cosas: es el cuerpo y el alma juntos. Por eso, con el alma, el cuerpo goza de una dignidad especial y cuidar nuestro aspecto y nuestra salud es hacer lucir bien el cuerpo y el alma.

Se me ocurre que tal vez, a la luz del Evangelio y la Doctrina de la Iglesia, daremos culto a Dios con nuestros cuerpos y un testimonio lleno de respeto hacia nosotros mismos y hacia los demás que nos lleve a tener un cuerpo glorioso y espectacular, con una piel eterna, siempre tersa y suave, donde siempre estaremos de moda y a “la última” al lado de Dios.

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