sábado, 20 de mayo de 2017

EL AMOR Y SUS ACTOS


La descripción completa de cómo se manifiesta el amor en las acciones.
Vamos ahora a exponer las acciones nacidas de la voluntad amorosa. Estos actos propios del amor se dan en cada una de las distintas relaciones (…): en el amor entre varón y mujer, en el amor familiar, y también en la amistad, tanto si se entiende en sentido estable como ocasional. Son, pues, las formas de comportarse amorosa o amistosamente. Se trata, como ya se ha dicho, de presentar una descripción de las relaciones interpersonales que resultan más enriquecedoras para el hombre y más beneficiosas para la sociedad, Las podemos resumir en un cuadro estructurado según los cinco usos de la voluntad, que se refuerzan mutuamente. Todo lo que se dice en ese cuadro en este epígrafe se puede resumir en una sola idea: el amor consiste en hacer feliz a la persona amada”. Cuando alguien quiere hacer feliz a alguien lleva a cabo los actos propios del amor, que se enumeran a continuación:

EL AMOR Y SUS ACTOS

– Deseo
– Afirmación
– Elección
– Creación
– Don
– Amor
– Desear
– Alegrarse
– Preferir
– Crear
– Corresponder
– Poseer
– Perdonar
– Lugar del otro
– Decir
– Agradecer
– Gozar
– Ayudar
– Comprender
– Reproducir
– Dar
– Conocer
– Cuidar
– Obedecer
– Regalar
– Darse
– Dialogar
– Curar
– Prometer
– Beneficiar
– Sacrificarse
– Compartir
– Recordar
– Ser leal
– Honrar
– Dar el ser
– Acompañar
– Sufrir
– Confiar
– Dar honor
– Enseñar
– Compadecer
– Esperar
– Corregir
– Aceptar
– Contemplar
– Respetar

1. EL DESEO Y EL CONOCIMIENTO DEL OTRO

Comenzaremos diciendo que la inclinación a la propia plenitud nos hace desear y amar aquello que nos hace felices, que nos perfecciona. Por eso amar es desear, es decir, buscar lo que no se tiene con afán, incansablemente. Hay en el hombre, como veremos al hablar de la felicidad, un deseo de plenitud que parece apagarse. Lo que colma ese deseo, total o parcialmente, es justamente la felicidad. Por eso el hombre busca poseer aquello que ama, porque el amor tiende a la unión. Amar es poseer, es decir, alcanzar lo amado, lo que se desea, tenerlo, hacerse uno con ello.

Poseer  lo amado significa gozo, es decir, un placer y un deleitarse en aquello que se alcanza, se tiene y se posee: «el gozo lo causa la presencia del bien amado, o también el hecho de que ese bien amado está en posesión del bien que le corresponde y lo conserva». Amar es gozar.

Cabe confundir aquí el deseo y la posesión propias de la voluntad con el deseo y posesión sensibles (tomarse un helado, etc.). Ciertamente el deseo, la posesión y el goce sensibles son también formas sensibles de amor, vividas en presente (se habló de esto en 2.4.l, al distinguir sensación y sentimiento). Pero se echa de ver fácilmente que los impulsos de la vida intelectual buscan formas más altas de goce y posesión. Y sobre todo, reducir el amor al goce y posesión propios de la sensibilidad es un reduccionismo no pequeño (8.8.2).

Ese reduccionismo se advierte en cuanto recordamos que una forma más alta de poseer que el tener físico es conocer, y conocer racionalmente: es un poseer intencional, cognoscitivo. Por eso el amor del hombre busca el conocimiento de lo amado. Ningún amante se conforma con conocimientos superficiales del ser amado: busca conocerlo del todo, hasta identificarse con él. No se puede amar lo que no se conoce. Amar es conocer.

Cuando dos personas se aman se tienen en común la una a la otra. No se trata sólo de hacer lo mismo, o compartir unas ideas, sino de conocerse, de darse a conocer. Y sabemos también (3.2.2) que las personas se conocen mediante la manifestación de su intimidad, y ésta se da sobre todo en el diálogo. Por eso amar es dialogar. La importancia del diálogo en el amor difícilmente puede ser exagerada: se trata de comunicarse (14.4) para conocerse, y ejercer así los restantes actos del amor. Sin esa comunicación no se puede conocer a la persona amada, ni por tanto afirmarla. Y ha de ser un diálogo recíproco.

Este diálogo hace manifiesto al amigo aquello que tengo y soy. Por eso, como ya hemos visto (7.2), el diálogo crea lo común. En el caso de dos personas que se aman lo común es lo íntimo. Amar es compartir, y especialmente aquello que uno conoce y guarda dentro de sí: los secretos se comparten sólo con quien nos ama, porque sabemos que no va a divulgar lo nuestro, porque es también suyo.

Del compartir nace el deseo de seguir compartiendo. Y sobre todo, del goce que da la presencia de la persona amada nace la voluntad de no separarse, de seguir estando con ella más tiempo: amar es acompañar, permanecer y estar juntos: «nada hay tan propio de la amistad como convivir»1. El amor busca la compañía del ser amado. Amar es dar tiempo al amado, estar con él sin cansamos de acompañarle, y saber esperar a que crezca y se vaya perfeccionando, tener paciencia con él, como una madre enseña a andar a su hijo.

7.4.2. LA AFIRMACIÓN DEL OTRO

En el amor, el segundo uso de la voluntad es aún más importante. Este uso implica el sí y el no, la aceptación y el rechazo. El sí es propio del amor porque con él aceptamos al ser amado. De esta aceptación nace la alegría de estar con él. Amar es alegrarse. Quien ama está alegre: se advierte en su semblante, en sus gestos, en su talante. La alegría es el sentimiento que nace al decir: «¡Es bueno que tú existas!», que es la forma de afirmar propia del amor.

Esto quiere decir, obviamente, como ya se dijo (7.3), que amar es afirmar. Esta afirmación incluye no sólo el presente, sino también el pasado. El amante aprueba lo que el amado ha hecho, y cuando no puede hacerlo, porque ha actuado mal, de un modo inaceptable, lo que hace es perdonarle. Perdonar consiste en borrar lo inaceptable y ofensivo en la conducta pasada del otro, y hacer nuevo el amor, como si no hubiera pasado nada: perdonar es «borrar» las limitaciones y defectos del otro, no tenerlas excesivamente en cuenta, no tomarlas demasiado en serio, sino con buen humor, quitarles importancia diciendo: «sí sé que tú no eres así!». Amar es perdonar. No se concibe que exista verdadero amor si no se sabe perdonar, porque en tal caso no se quiere borrar el error y la fealdad de la vida del otro.

Según esto, el amor hace nuevas las cosas del amado: las ve cada día como si fuera la primera vez. El amor detecta enseguida cualquier novedad: las madres leen el alma y el cuerpo de los hijos. Esta mirada contemplativa (7.5), que hace nuevas las cosas, enseña que amar es renovar el amor, y esto es una tarea ética, que adquiere muchas formas.

La afirmación en presente es evidente que significa ayudar, es decir, prestar cooperación, trabajo o medios para que el otro pueda recibir lo que necesita, terminar su tarea, llegar a tiempo, etc. Cuando la ayuda se hace habitual se dice que se presta un servicio en forma de ayuda estable. Cuando el servicio recibe una retribución puede llegar a convertirse en una profesión. El conjunto de estas profesiones forman el llamado «sector de servicios», extraordinariamente amplio. La ayuda es una forma muy importante y frecuente de relación interpersonal, sin la cual la sociedad no puede funcionar: comienza por el reconocimiento de que el otro la necesita, y suele ser desinteresada. En correspondencia, hay que dejarse ayudar, saber aceptar el ofrecimiento. Amar es ayudar.

Puede ser que el error y la fealdad en el ser amado sea evitable en el futuro: para esto se necesita tener cuidado, es decir, cuidar al ser amado para que no se estropee, para que no corra peligro, para que no sufra, para que nada le haga decrecer o disminuir, e incluso nada frene su desarrollo hacia la perfección. Amar es cuidar, jarrones, jardines, perros, libros, coches… ¡seres humanos! Cuidar es esmerarse en cuidados, limpiar, pulir y adornar al ser amado. Una forma de cuidar, desde luego, es ayudar.

Esta es la base de una gran cantidad de actitudes, que pueden convertirse incluso en profesión: cuidar a los seres humanos es amarlos, prevenir que no se hagan daño, protegerlos. También se protege el medio ambiente, porque se cuida. En especial es necesario cuidar a los débiles, porque ellos no saben cuidar de sí mismos, ni protegerse del peligro, del engaño en que alguien puede hacerles caer. Son los niños, los ancianos. El cuidado es una actitud humana extraordinariamente importante. Cuidar es amar.

Parte del cuidado es reparar el error, la fealdad y el dolor una vez que se ha producido: esto es curar. La cura consiste en remediar los defectos del ser amado, aliviar su mal, entretenerle, darle el remedio adecuado, física y psicológicamente, para que sane. Sanar depende del cuidado y de que se cure a los enfermos, que son quienes necesitan curación. Amar es curar el alma y el cuerpo, el dolor, la culpa, la infelicidad, la tristeza y la fealdad en los seres amados, hacer todo lo posible para que desaparezcan de ellos. El hombre pone su capacidad creadora al servicio de su afán de curar. Curar ha de hacerse con «cuidado».

Afirmar al otro puede hacerse cuando está ausente. Es más, parece que se ama más al ausente. Por eso, amar es recordar, evocar la presencia del amado mediante los recuerdos, que son como un sacar lo que se guarda dentro para revivirlo. Una madre siente el dolor más intenso cuando ha perdido un hijo, y lo recuerda siempre: el amor se convierte entonces en sufrimiento. Aunque más adelante volveremos sobre ello, amar es también sufrir, porque no podernos superar la ausencia del otro: se ha marchado, quizá no sabemos cuándo volverá. Las formas del recuerdo son enormemente ricas.

El sufrimiento propio del amor, sin embargo, nace del hecho de que compartimos los dolores con el amado: «quien ama considera al amigo como a sí mismo, y hace suyo el mal que él padece». Quien ama tiene «corazón», «entrañas» para la desgracia y la miseria del amado, se compadece de él. Esto es «tener el corazón compasivo por la miseria de otro». Los clásicos lo llamaban misericordia, y es un «sentimiento que nos compele a socorrer, si podemos», por cuanto «nos entristecemos y sufrimos por la miseria ajena en cuanto la consideramos como nuestra». Cuanto más amado es quien la sufre, más nos compadecemos. Amar es compadecer, padecer-con y tener compasión o misericordia. Si el amado está triste, le damos consuelo y aliento en el sufrimiento: amar es consolar.

La llegada del amado es siempre alegre, porque se consigue por fin tenerle y estar con él. Un acto específico del amor es acoger, recibir bien a la persona que llega, tener hospitalidad con ella, comenzar a cuidarla, aceptar todo lo que nos quiera ofrecer, aunque sean también problemas. Es lo que hacen las madres al abrazar a los hijos: los unen otra vez a sí. Amar es acoger. También se incluye aquí guardar aquello que la otra persona nos da, aceptarlo, porque se trata de algo que él a su vez guardaba en su intimidad: amar es aceptar lo que el otro nos da y hacerlo propio. Amar es aceptar el don del otro y hacerlo nuestro.

Se dijo que la benevolencia nos lleva a respetar las cosas. El respeto es una forma de reconocer la bondad y belleza de un ser, abstenerse de dañarlo y otorgarle un asentimiento que se expresa como reconocimiento de su dignidad. No es sólo «dejarle» ser, sino expresar de algún modo que queremos que sea así, e incluso que lo reconocemos como superior a nosotros. Esto sucede siempre que algo o alguien tienen cualquier autoridad o excelencia. Amar es respetar, dejar que las cosas sean como merecen ser. Faltar al respeto es rebajar la dignidad que el otro tiene, quitarle el reconocimiento que merece, tratarle con poco cuidado.

3. LA ANTICIPACIÓN DEL FUTURO

El tercer uso de la voluntad consiste en disponer del futuro mediante la elección de aquello que está en nuestro poder. Elegir amorosamente transforma la elección, la hace distinta. Es obvio que uno elige aquello que ama. Por eso, amar es preferir.

Sin embargo, cuando se trata de otro ser humano, amar es ponerse en el lugar del otro, y elegir aquello que él elegiría, sencillamente  porque es lo que le gusta. Es otra forma de querer que haya más otro: que pueda tener aquello que le alegra, que le hace feliz. Preferimos que el amado sea feliz y perfecto. Por eso elegimos lo que le gusta a él, no a nosotros. Cuando se ama un modelo, se elige lo que él preferiría para parecemos a él. Este ponerse en el lugar del otro es una de las claves para que el amor pueda consolidarse y crecer, y viceversa; cuando falta nace la discordia: concordia y discordia significan unión y separación de corazones, es decir, sentir lo mismo, y por tanto, elegir lo mismo. Pero no se elige lo mismo si no hay concordia, es decir, un sentir de la misma manera, pues el «corazón» es el «lugar» donde nacen y se guardan los sentimientos.

La concordia es también comprensión, es decir, un conocimiento del otro que nos lleva a ponemos en su lugar y entender y apoyar sus decisiones, sus puntos de vista, lo que lleva «dentro». Amar es comprender. Pero no se puede comprender si no se dialoga, porque así es como conocemos los motivos y opiniones del amigo, su interioridad. Se dijo que amar es dialogar, y se añade ahora: amar es escuchar, para llegar a comprender. Escuchar es dar tiempo al amado. El que no escucha, nunca se pone en el lugar del otro. Para escuchar se precisa cultivar la atención hacia el amigo: el cariño es atento, nada le pasa inadvertido. El amor es receptivo), escrutador e inquisitivo: amar es atender.

El amor y la concordia se viven también como unión e identificación de voluntades, mediante la cual queremos lo que el otro quiere, le hacemos caso: es propio de los amigos gozarse y querer lo mismo. Este hacer nuestra la voluntad de aquel a quien amamos se convierte, por ejemplo, en obediencia. Amar es obedecer, lo cual significa actuar gustosamente con la voluntad del otro. Se trata de una intensificación de lo que se definió como autoridad política, aquella que consigue que los súbditos hagan suyas las órdenes.

Se puede elegir por anticipado, sobre todo si alguien a quien amamos nos lo pide con insistencia. Entonces hacemos una promesa, que consiste en anticipar una elección futura, y decidir una conducta que aún no puede ponerse en práctica. Que amar es prometer significa que entregamos nuestro futuro al amado, lo invertimos en él, se lo damos. Sin promesas el amor no podría ser duradero. Amar significa una elección reafirmada en el tiempo: ¡vuelvo a elegirte! Prometer es decir: «¡siempre volveré a elegirte!».

Una promesa es algo distinto de un convenio o acuerdo. La primera tiene tres rasgos: 1) es futura, pues se refiere a un bien venidero y anticipa una decisión; 2) es desinteresada, pues se trata de un don espontáneo, que se da a cambio de nada; aunque el amado luego nos recompense, no se hace por la recompensa; 3) es incondicionada, pues uno se compromete de un modo tal, que sólo puede ser exonerado de la obligación de cumplir lo prometido si el receptor de la promesa le libera a uno de ella. La promesa obliga al que promete respecto de algo futuro, y de ella sólo se sigue un beneficio para el que la recibe. Para el que la hace es más bien una carga, aunque gustosa.

En cambio, un acuerdo es: 1) una decisión en presente, referida a unos bienes y a una situación actual; 2) interesada y 3) recíproca, pues se trata de un pacto o convenio de dos voluntades libres, mediante el cual ambas reciben algo cambio de algo, y así las dos se benefician. Cuando el beneficio de alguna de las partes desaparece, el mutuo acuerdo o convenio se rescinde o se cambia, porque desaparece la razón de su existencia o se origina una desigualdad.

La promesa nace del amor, el convenio del interés. Un comportamiento verdaderamente amoroso es capaz de prometer, precisamente porque ama con intensidad y benevolencia. En cambio, quienes han de recurrir al pacto no han sido aún capaces de elevarse hasta el amor. Un matrimonio es algo muy distinto según sea fruto de una promesa o de un pacto. En un caso los esposos hacen un compromiso o promesa recíproca, que ellos ya no pueden disolver. En el otro, sólo hay matrimonio mientras haya beneficio mutuo y se mantenga el acuerdo.

El ser humano tiende a superar el tiempo. Uno de los modos más intensos de lograrlo es hacer que el amor no se interrumpa, y dure siempre, que sea inmortal y eterno. El amor auténtico no desaparece; nunca dice: «te amo sólo hasta aquí». El amor es entero, y esto significa que prescinde voluntariamente de poner límites y plazos: es el don íntegro de la persona. Hoy en día, es frecuente una versión «débil» y «pactista» del amor, que consiste en renunciar a que pueda ser duradero, y sobre todo, que no se pueda interrumpir. Este modo de vivirlo se traduce en el abandono de las promesas: nadie quiere comprometer su elección futura, porque se entiende el amor como convenio, y se espera que me dé siempre beneficios.

Cuando se vive el poder elegir como el único poder importante que tiene el hombre, no quiere renunciarse a él: se busca ejercerlo siempre en presente, sobre todo para asegurar que se recibe algo a cambio de lo que se da. Pero en rigor, la elección más intensa es la incondicionada, la que promete «un amor sin condiciones» ni intereses, que da sin esperar nada a cambio, pase lo que pase, como sucede en la novela Jane Eyre de Charlotte Bronte. Si se ponen cláusulas de convenio al amor, es porque se confía poco en él: es sólo provisional e interesado. Un amor intenso es capaz de prometer, porque así incluye en el amor también el futuro, y se arriesga a solamente dar. Desde luego, lo que el amor promete es seguir amando: «el amor presupone la elección, pero no es idéntico con ella. El amor es la vida de la voluntad que mantiene definitivamente la afirmación que se hizo en la elección. El amor supone día a día reafirmar la elección, la afirmación aceptadora inicial».

Seguir amando cuando el ser amado está ausente significa ser leal, es decir, actuar como si el amado estuviera presente, evitar que le calumnien, no hacer lo que le disgustaría, y desde luego serle fiel, y actuar conforme a ese amor. Amar es ser leal. «Fulanito es un canalla», si Fulanito es nuestro amigo, es una afirmación que debe ser rectificada.

Si ser leal es no usar mi libertad de modo que el otro o el amor se vean dañados, en correspondencia simétrica, el amante no teme que el amado use su libertad para dañarle o destruir el amor: el amante confía en el amado, le deja actuar como quiera, porque sabe que será leal. Tener confianza en alguien es dársela, dejarle hacer lo que quiera, no fiscalizarle, no ser celoso. Confiar es dar libertad al amado, sabiendo que el uso de ella hará crecer el amor, en vez de disminuirlo.

Las relaciones humanas se basan en la confianza, que da por supuesta la benevolencia de los demás hacia mí. La forma más clara de confiar es creer lo que dicen los otros, por ejemplo, el aviso de que se han roto las cañerías de mí casa, o de que el horno microondas que voy a comprar es de buena calidad. La confianza se basa en el respeto y aceptación de la verdad, y hace presente a ésta en las relaciones interpersonales. Sin confianza es imposible convivir, la sociedad se destruiría. Confiar es estar seguro de que el otro, el amigo, no me engaña. A ello se opone el recelo, que atribuye al otro un encubrimiento de la verdad, y un daño o una amenaza consiguientes para mí: el desconfiado se aleja de aquel de quien desconfía, y pone murallas en medio. El recelo destruye el amor y la amistad, porque ahoga la confianza e impide la presencia de la verdad en las relaciones interpersonales. Amar es confiar, lo cual exige decir la verdad. El amor no miente.

El bien futuro puede apetecerse con esperanza. Lo propio del bien esperado es ser arduo y difícil, pero posible. La esperanza se funda en la seguridad de que alcanzaremos el bien amado, lo «vernos venir» a nosotros. Amar es esperar, y la esperanza fundada en el amor es la más tenaz, la que aguanta todas las dificultades y sostiene al que espera, aunque parezca imposible seguir esperando.

Esto lo veremos mejor al hablar de las tareas de la vida humana: «la esperanza es lo último que se pierde».

4. LA MANIFESTACIÓN DEL AMOR

El cuarto uso de la voluntad es la capacidad de crear, que brota de ese hontanar de novedades que. es la persona. Crear es hacer que existan cosas nuevas. Lo más creador que existe es el amor: «todo amor es creador, y no se crea más que por amor». Amar es crear.

Por ejemplo, el amor aguza la capacidad de superar las dificultades para unirse y conocer al amado, busca siempre nuevas formas de afirmación del otro. Pero sobre todo, la capacidad creadora del hombre, aplicada al amor, busca dos cosas fundamentales: manifestar el amor y perpetuarlo reproduciendo lo amado. Ambas se dan unidas con frecuencia. Si no se manifiesta el amor y no se perpetúa en los bienes que crea, es un amor que no deja huella. El amor empuja a crear.

El amor se manifiesta con palabras que lo declaren de modo explícito. Hay que decirlo y expresarlo, y recrearlo muchas veces, para que siga vivo y con el paso del tiempo se intensifique y no decrezca. Se manifiesta con palabras, que expresan y reproducen la belleza del ser amado y al mismo tiempo le manifiestan a él y a los demás la intensidad de nuestro amor. Se dijo que el sentido más alto de toda creación artística es expresar la verdad, encontrada y amada, por medio de una obra de arte. Decía Platón que el amor es el deseo de engendrar en la belleza, Este pensamiento apunta en esa dirección: lo amado es bello para el amante y despierta en él el deseo de expresar su belleza y reproducirla. Por eso el amor se manifiesta en obras de arte, aunque sean muy domésticas, que tratan de expresar y reproducir la belleza y la imagen del ser amado. Es una forma de recordarle y decirle cómo se le quiere: poesías, canciones, retratos, fotografías, etc.

Pero el amor, como todos los sentimientos, se expresa también en mil gestos y modos de la conducta, a través de los cuales el hombre canaliza su voluntad creadora para expresar el amor. Cuando no se hace así, se puede empezar a dudar de su sinceridad. Por eso, el amor hay que cuidarlo, alimentarlo y hacerlo crecer a base de estas manifestaciones prácticas. En caso contrario la rutina lo apaga, o quizá ni siquiera existe.

Uno de los actos creadores que manifiestan y alimentan el amor es el regalo. Regalar es una de las formas más puras de dar”, porque implica desprenderse totalmente de algo: su sentido es que sea para la persona amada, aquel a quien se regala. Se renuncia al derecho a reclamarlo. En caso contrario, no es tal. No hay interés propio en el regalo, sólo que el otro reciba un bien y que sea sólo suyo. Hacer un regalo, en el fondo, es dar una parte de nosotros mismos. En caso contrario tiene muy poco valor. Mientras en el mundo se siga regalando, mientras existan los Reyes Magos, existirá el don puro, desprovisto de cualquier interés egoísta. Se regala no sólo porque es una costumbre social, sino porque se quiere manifestar así un amor verdadero.

El regalo implica cierta sorpresa: es algo inesperado o desconocido. Por eso conlleva cierta «magia» o ilusión. Un regalo verdadero tiene además que ser algo valioso, exige desprenderse de algo que cueste, hacer un gasto, de dinero o de tiempo y trabajo: es algo bello, precioso. Los regalos más sentidos son aquellos que hemos construido nosotros mismos, con nuestras manos, porque son fruto de un esfuerzo, o un objeto precioso que ha costado «una fortuna». El valor del regalo (una piedra preciosa, por ejemplo) simboliza y expresa el valor de la persona amada y el amor de quien regala: no tiene sentido regalar un saco de cemento. Amar es regalar.

EL REGALO CONVIERTE EN DEUDOR AL QUE LO RECIBE. HAY DEUDAS IMPAGABLES, COMO LA VIDA.

Cuando se regala algo útil, o cuando en general se da un bien al ser amado, o a otras personas, hablamos de beneficiar, bene-facere, hacer un bien, de cualquier tipo: «hacer bien al amigo es una consecuencia del amor que se le tiene». El amor siempre busca beneficiar al amado, conseguirle ventajas, facilitarle las cosas, que tenga los medios que necesita. Los padres son los máximos benefactores de los hijos. Amar es beneficiar, y produce una deuda en el beneficiado.

Otro modo de manifestar el amor es honrar a la persona amada. Honrar es estimar, mostrar un reconocimiento que hace más digno al otro: «ser amado es ser honrado». Hay tantos modos de honrar que no podemos enumerarlos todos: agradecer, mostrar públicamente el mérito, devolver lo recibido, sentirse deudor, premiar, dar testimonio de la excelencia de alguien, decir que la persona amada es valiosa, etc. La conducta con los padres suele estar llena de gestos que los honran. Muchos actos del amor hasta aquí descritos (escuchar, cuidar, esperar .. ) son modos de honrar cuando se añade este deseo de reconocimiento que le es propio. Amar es honrar.

Un modo especial de honrar es dar honor, que significa honrar públicamente, delante de todos. Los honores buscan que el amado tenga buena fama, y sea considerado justo, bueno y bello: es un reconocimiento público de los méritos y la excelencia de alguien: «el honor se tributa a una persona como testimonio del bien que hay en ella». Suele ir acompañado de premios, celebraciones y homenajes. Amar es dar honor.

5. AMOR COMO DON

El reconocimiento mutuo es el modo primero de relacionarse con los demás. Cuando ese reconocimiento se hace muy intenso, aparecen los actos propios del amor que hasta aquí se han descrito.

Si amar es querer el bien para el otro, ese querer se refuerza cuando el otro desea el bien para mí y el amor se hace mutuo: entonces querer el bien para el otro es querer también mi propio bien, porque es lo que el otro quiere. Así como respetarse mutuamente es la única manera de no instrumentalizar a los demás, el amor culmina cuando se hace recíproco, porque entonces sus actos se refuerzan: si me siento amado, amaré más, porque el otro quiere mi bien. Amar es, entonces, corresponder al amor, devolverlo.

Hay muchos modos de corresponder al don recibido del amor. Suelen brotar de uno de los sentimientos más puros y desinteresados que existen: la gratitud. Mediante ella el hombre se convierte a sí mismo en deudor de aquel de quien se recibe el don: es una intensificación de la justicia, porque busca afirmar al otro pagándole amorosamente lo a él debido. El agradecimiento es el amor y el don debidos al otro, al benefactor, al amante. Haber recibido pone al hombre frente a la justa obligación de devolver siquiera una parte del regalo. Muchas veces este deber se vive, más radicalmente, como acto gustoso y espontáneo de agradecimiento. Amar es agradecer. Cuando el hombre recibe un bien, incluso el de la vida, siente su dependencia del benefactor y busca agradecérselo.

Es evidente que amar es dar, y que muchos actos del amor hasta aquí descritos son modos de dar: dar tiempo presente y futuro, cuidado, apertura de nuestra interioridad, regalo y honor, etc. Dijimos que el hombre es libre porque se posee a sí mismo, es dueño de sí. Por eso, cuando ama es dueño de dar de lo suyo. Y el modo más radical de dar es darse uno mismo: poseerse para darse a quien nos ama. Entonces le damos lo que él más quiere: nosotros mismos. Este es el modo más intenso de amar. Amar es darse, don de sí.

El modo más corriente de darse uno mismo es sacrificarse, renunciar a algo propio para dárselo al amado. Es el caso de padres que renuncian a muchas cosas para que los hijos tengan bienes costosos: pueden matarse a trabajar para que posean lo que ellos no pudieron tener. Y no sólo no les importa, sino que lo hacen muy gustosos, porque aman a los hijos y se sacrifican por ellos: son el sentido de su vida. Amar es sacrificarse.

Sin embargo, lo más radical que se puede dar o regalar es el ser: hacer que exista una cosa es el modo más intenso de afirmar algo, porque es crearlo. Amar es dar el ser. El hombre y la mujer pueden dar el ser a sus hijos. Dios es el único que puede dar el ser sin condiciones, ni materia preexistente; realiza actos de amor infinitos. El estudio de esos actos de amor puede hacerse desde la fe revelada. Su intensidad y perfección resultan insospechadas. En rigor, el hombre es capaz de amar a Dios si Él le ayuda. Entonces el amor-necesidad y el amor-dádiva quedan a salvo de sus limitaciones e incluso se transforman de una manera que C.S. Lewis ha sabido describir con acierto.

Otro acto del amor como don es dar la verdad que se tiene, es decir, enseñar lo que se sabe. La tarea de enseñar la verdad tiene que ver con el amor, no sólo respecto de la verdad teórica, sino sobre todo respecto de la verdad práctica: se incluye aquí la transmisión de la propia experiencia, de los valores centrales que rigen la vida, de las convicciones y los ideales, del camino para llegar a la verdad, etc. Amar es enseñar la verdad, mostrarla, encaminar al ser amado hacia ella. Es la tercera función de la autoridad.

Por eso también amar es corregir cuando vemos que la persona amada se equivoca: no queremos dejarla en el error. Si se trata de una verdad pequeña, le prestamos así una ayuda (advertirle de un defecto en su ropa o en su aspecto). Si se trata de una verdad grande entra en juego el diálogo y la libertad.

 Fuente: Fundamentos de Antropología, Pamplona 1996

RicardoYepes Stork

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