VATICANO, 31 May. 17 / 04:24 am (ACI).- En una nueva Audiencia
General del miércoles en la Plaza de San Pedro, el Papa Francisco dedicó su catequesis al Espíritu
Santo y la esperanza, por la proximidad de la celebración de Pentecostés.
El Santo Padre afirmó que “los hombres
tienen necesidad de la esperanza para vivir y tienen necesidad del Espíritu
Santo para esperar”.
“La esperanza es de verdad como una vela; esa
recoge el viento del Espíritu Santo y la transforma en fuerza motriz que empuja
la nave, según sea el caso, al mar o a la orilla”, dijo también.
A continuación, el texto completo de la catequesis
del Papa:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Ante la inminencia de la Solemnidad de Pentecostés no podemos no hablar
de la relación que existe entre la esperanza cristiana y el Espíritu Santo. El
Espíritu es el viento que nos impulsa adelante, que nos mantiene en camino, nos
hace sentir peregrinos y forasteros, y no nos permite recostarnos y
convertirnos en un pueblo “sedentario”.
La Carta a los Hebreos compara la esperanza con un ancla (Cfr. 6,18-19);
y a esta imagen podemos agregar aquella de la vela. Si el ancla es lo que da
seguridad a la barca y la tiene “anclada” entre
el oleaje del mar, la vela en cambio es la que la hace caminar y avanzar sobre
las aguas. La esperanza es de verdad como una vela; esa recoge el viento del
Espíritu Santo y la transforma en fuerza motriz que empuja la nave, según sea
el caso, al mar o a la orilla.
El Apóstol Pablo concluye su Carta a los Romanos con este deseo,
escuchen bien, escuchen bien qué bonito deseo: «Que
el Dios de la esperanza los llene de alegría y de paz en la fe, para que la
esperanza sobreabunde en ustedes por obra del Espíritu Santo» (15,13).
Reflexionemos un poco sobre el contenido de esta bellísima palabra.
La expresión “Dios de la esperanza” no
quiere decir solamente que Dios es el objeto de nuestra esperanza, es decir, a
Quien esperamos alcanzar un día en la vida
eterna; quiere decir también que Dios es Quien ya ahora nos hace esperar, es
más, nos hace «alegres en la esperanza» (Rom
12,12): alegres de esperar, y no solo esperar ser felices. Es la alegría de
esperar y no esperar de tener la alegría. Hoy. “Mientras
haya vida, hay esperanza”, dice un dicho popular; y es verdad también lo
contrario: mientras hay esperanza, hay vida. Los hombres tienen necesidad de la
esperanza para vivir y tienen necesidad del Espíritu Santo para esperar.
San Pablo – hemos escuchado – atribuye al Espíritu Santo la capacidad de
hacernos incluso “sobreabundar en la esperanza”. Abundar
en la esperanza significa no desanimarse jamás; significa esperar «contra toda
esperanza» (Rom 4,18), es decir, esperar incluso cuando disminuye todo motivo
humano para esperar, como fue para Abraham cuando Dios le pidió sacrificar a su
único hijo, Isaac, y como fue, aún más, para la Virgen María bajo la cruz de Jesús.
El Espíritu Santo hace posible esta esperanza invencible dándonos el
testimonio interior que somos hijos de Dios y sus herederos (Cfr. Rom 8,16).
¿Cómo podría Aquel que nos ha dado a su propio Hijo único no darnos toda cosa
con Él? (Cfr. Rom 8,32). «La esperanza –
hermanos y hermanas – no defrauda: la esperanza no
defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por
medio del Espíritu Santo, que nos ha sido dado» (Rom 5,5). Por esto no
defrauda, porque está el Espíritu Santo dentro que nos impulsa a ir adelante,
siempre adelante. Y por esto la esperanza no defrauda.
Hay más: el Espíritu Santo no nos hace sólo capaces de esperar, sino
también de ser sembradores de esperanza, de ser también nosotros – como Él y
gracias a Él – los “paráclitos”, es decir,
consoladores y defensores de los hermanos. Sembradores de esperanza. Un
cristiano puede sembrar amargura, puede sembrar perplejidad, y esto no es
cristiano, y tú, si haces esto, no eres un buen cristiano. Siembra esperanza:
siembra el bálsamo de esperanza, siembre el perfume de esperanza y no vinagre
de amargura y de des-esperanza.
El Beato Cardenal Newman, en uno de sus discursos, decía a los fieles: «Instruidos por nuestro mismo sufrimiento, por el mismo
dolor, es más, por nuestros mismos pecados, tendremos la mente y el corazón
ejercitados a toda obra de amor hacia aquellos que tienen necesidad. Seremos,
según nuestra capacidad, consoladores a imagen del Paráclito – es decir, del
Espíritu Santo – y en todos los sentidos que esta palabra comporta: abogados, asistentes,
dispensadores de consolación. Nuestras palabras y nuestros consejos, nuestro
modo de actuar, nuestra voz, nuestra mirada, serán gentiles y tranquilizantes» (Parochial
and plain Sermons, vol. V, Londra 1870, pp. 300s.). Son sobre todo los pobres, los
excluidos, los no amados los que necesitan de alguien que se haga para ellos “paráclito”, es decir, consoladores y defensores,
como el Espíritu Santo se hace para cada uno de nosotros, que estamos aquí en
la Plaza, consolador y defensor. Nosotros debemos hacer lo mismo por los más
necesitados, por los descartados, por aquellos que tienen necesidad, aquellos
que sufren más. Defensores y consoladores.
El Espíritu Santo alimenta la esperanza no sólo en el corazón de los
hombres, sino también en la entera creación. Dice el Apóstol Pablo – esto
parece un poco extraño, pero es verdad. Dice así: que también la creación “está proyectada con ardiente espera” hacia la
liberación y “gime y sufre” con dolores de
parto (Cfr. Rom 8,20-22). «La energía capaz de
mover el mundo no es una fuerza anónima y ciega, sino es la acción del Espíritu
de Dios que “aleteaba sobre las aguas” (Gen 1,2) al inicio de la creación» (Benedicto XVI,
Homilía, 31 mayo 2009). También esto nos impulsa a respetar la creación: no se
puede denigrar un cuadro sin ofender al artista que lo ha creado.
Hermanos y hermanas, la próxima fiesta de Pentecostés – que es el
cumpleaños de la Iglesia:
Pentecostés – esta próxima fiesta de Pentecostés nos encuentre concordes en la
oración, con María, la Madre de Jesús y nuestra. Y el don del espíritu Santo
nos haga sobreabundar en la esperanza. Les diré más: nos haga derrochar
esperanza con todos aquellos que son los más necesitados, los más descartados y
por todos aquellos que tienen necesidad. Gracia.
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