Un Santo nos enseña el poder
de la penitencia en la confesión con esta sencilla anécdota
Por: Qriswell J. Quero | Fuente: PildorasDeFe.net
Por: Qriswell J. Quero | Fuente: PildorasDeFe.net
Debemos
de cuidar lo que sale de nuestra boca. Un Santo nos enseña el poder de la
penitencia en la confesión con esta sencilla anécdota.
Como seres humanos imperfectos, en ocasiones nos vemos
envueltos en situaciones de la vida que nos conducen a proceder de forma
incorrecta en la vida, sea voluntaria o involuntariamente y caemos en el
pecado.
Nos cuesta aceptar muchas veces nuestros errores
y hasta vemos con mucha negativa el
asumir las consecuencias de nuestras acciones.
¿Caíste?
Si... Levántate e inténtalo de nuevo. Es
la oportunidad que todos tenemos cuando asistimos al Sacramento de la
reconciliación.
"Reza 3
Avemaría", "5 Padrenuestro", "un Rosario", es muchas veces lo que escuchamos decir al
Sacerdote en estos tiempos cuando le toca imponer la penitencia que
debemos cumplir para reparar nuestros actos.
Pienso que la oración NO debería considerarse una penitencia, la oración es
un momento especial de diálogo con Dios, una expresión del amor puro entre
Padre e hijo, no una penitencia; pero ese es otro tema de estudio que quizás
podamos debatir en algún otro artículo.
¿Qué sucedería si el acto de reparación que te
impone el Sacerdote va más allá de tu imaginación? Algo que jamás hayas
pensado.
San Felipe Neri era un santo con gran sentido común. Trataba a
sus penitentes de una manera muy práctica y era bastante didáctico con su
manera de obrar.
Una señora tenía la costumbre de irse a confesar
donde él y casi siempre tenía el mismo cuento que decir: el de calumniar a sus
vecinos. Por ello, san Felipe, le dijo: "De penitencia vas a
ir al mercado, compras un pollo y me lo traes a mí. Pero de regreso lo vas
desplumando, arrojando las plumas en las calles conforme caminas"
La señora pensó que ésta era una penitencia un
poco rara, pero deseando recibir la absolución, hizo conforme se le había
indicado y por fin regresó donde san Felipe.
"Bueno, Padre, he
completado mi penitencia", dijo la Señora, y le mostró el pollo desplumado.
"Oh, de ningún modo la has
completado", dijo el santo. "Ahora regresarás al mercado y en el
camino recoges todas las plumas y las pones en una bolsa. Entonces regresas
donde mí con la bolsa”.
"¡Pero eso es imposible!" –lloró la
señora–, "¡esas plumas deben de estar ahora por toda la ciudad!"
"Es cierto" –replicó el santo–,
"pero tienes aún menor oportunidad de recoger todos los chismes que has
dicho sobre tus vecinos".
Debemos tener cuidado con lo que decimos de los
demás, ya el mismo Papa Francisco lo ha dicho muchas veces: "El chisme es el terrorismo de las
palabras"
Amemos a nuestro prójimo y una de las formas de
amarlo es no inventar calumnias.
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