1ª Lectura: Isaías- capítulo 42, versículos del 1
al 7
2ª Lectura: Evangelio de San Juan- capítulo 12, versículos del 1 al 11
2ª Lectura: Evangelio de San Juan- capítulo 12, versículos del 1 al 11
La Semana
Santa, que es Semana Grande, porque los cristianos la queremos hacer Santa, es
decir, diferente. Sanctus significa diferente. Pues diferentes queremos ser
todos nosotros. Queremos ser mejores, ¿no es verdad? Dar un paso adelante en este
caminar hacia lo que puede dar sentido a mi vida y hasta mis fallos, si
queréis, decimos, pecados. Ir hacia lo trascendente, hacia Dios.
En este
camino encontraremos la verdad y la vida en Jesucristo: “Yo soy el
camino, la verdad y la vida”. Semana, pues, de conversión, de
cambio, de metanoia, para acercarnos un poco más a esta meta, a la que todos
aspiramos, aunque a veces nos equivoquemos de camino, pero lo que sí es cierto
en todos, es que todos buscamos la felicidad, el bien estar, el ser, sea como sea.
“Que si arduos son nuestros caminos, sabemos bien a dónde vamos”
Pero,
convertirnos ¿de qué? ¿Qué queremos y qué debemos cambiar en nosotros para
hacer santa esta semana, para hacerla grande? ¿Qué es lo más grande que podemos
encontrar en el ser humano?
San Pablo
nos lo dirá: “ahora
permanecen estas tres cosas: la fe, la esperanza y el amor; pero la más grande
y excelente de todas es el amor”
¿Deberemos
prestar más atención y ayuda a nuestros padres ancianos, a veces, un tanto
olvidados? ¿Procuraremos no matar la honra y el buen nombre de mi prójimo, no
murmurando, calumniando, diciendo mentiras y perjurando en algunas ocasiones?
¿Controlaremos mejor, con un cierto señorío, nuestra sexualidad y afectividad
para hacerla humana, racional y hasta más bella y bonita? ¿Despertaremos
nuestra responsabilidad en nuestro compromiso social y evangélico, político y
económico, empezando por lo menos importante y más difícil de hacer: sostener
con mi dinero la economía de mi parroquia y de mi diócesis? ¿La siento como
mía?…
Mirad,
todo esto lo hemos debido examinar, pensar e intentar realizar durante la
cuaresma. Pero hoy, al comenzar la Gran Semana, debemos dar un salto hacia
adelante y mirar hacia lo alto. “Quae sursum sunt quaerite, non quod super terram” “Buscad
las cosas de arriba, nos
dice San Pablo, pensad en las cosas de arriba, no en las de la tierra”
El paso,
que debemos dar hacia adelante en esta Semana Santa, en esta Semana Grande, es,
pues, un paso hacia adelante en el AMOR; pero no en cualquier amor, sino en el AMOR de
AMISTAD, porque la AMISTAD
es la forma perfecta del AMOR,
tan perfecta es, que la Iglesia, madre y maestra, pone a la consideración de
todos los cristianos del mundo y aun a la de todos los hombres de buena
voluntad, y nada menos que durante la Semana Grande de toda la Cristiandad y
por dos veces: la negación de la
amistad como desastre cósmico, la traición en el amor de amistad. El
Martes, la traición de Judas. Y el miércoles, de nuevo, la traición de uno de
los doce, llamado Judas, el hijo de Simón Iscariote, para más señas.
Veremos a
Jesús, profundamente conmovido y conmocionado, sin casi aliento, por este gran
contraste, experimentando en sus sentimientos y en sus amores, pues “seis días
antes, tan solo, de la Pascua, fue recibido por amigos de verdad”,
que no hacen traición y que todo lo dan, todo lo entregan y lo ponen a tu
servicio. Esto “fue en
Betania”.
Lo
podemos leer en el texto evangélico de este lunes. Cenó con ellos, que la cena
es siempre más romántica, íntima y amorosa, porque brillan los ojos al
resplandor de la llama de las velas. Y además, aquel anochecer, en Betania, fue
un derroche de amor, de ágape, que es el amor totalmente desinteresado, “al llenarse
la estancia del perfume caro”, selecto y para tal
circunstancia, con que “María ungió sus pies y no encontró mejor paño para
enjugarlos que sus propios cabellos”.
Ocurría
esto, “seis días antes
de la Pascua. Jesús llegó a Betania donde vivía Lázaro, que Él había resucitado
de entre los muertos”.
La
proximidad de la Pascua y la presencia de Lázaro, resucitado, son una clave
para la buena interpretación de esta escena ocurrida en la última semana de la
vida de Jesús. Le invitaron a cenar. Es una cena entre amigos. Marta servía. “Lázaro, símbolo
de la resurrección y de la alegría, era uno de los comensales. María
escuchaba.”
Los amigos son los únicos que nos escuchan.
Los demás, solo nos oyen. Imaginemos un poco la escena para ver si esta semana
y nuestra vida la hacemos Grande, invitando también nosotros a Cristo para
escucharle, como buenos amigos.
Antes de
las horas de brutalidad y odio, la hora
de la AMISTAD y de la convivencia.
Dichoso en esta casa de las afueras de Jerusalén, mientras sus enemigos tenían
un conciliábulo de intrigas en la noche.
“María, tomó una
libra de perfume, de gran valor. La derramó sobre sus pies, se los secó con sus
cabellos y la casa se llenó de la fragancia del perfume”. Escena
misteriosa y gesto insólito, excesivo, enorme, un derroche. El salario anual de
un obrero. Así lo vio y juzgó Judas. No era amigo, no entendía las locuras de
la amistad.
María, la
orante, la que escucha, ella misma es perfume y crea un clima de paz y hasta de
placer. Esas horas de oración parecen pérdida de tiempo, como a Judas le
parecía pérdida, derroche, el perfume que derramó sobre los pies de Jesús.
Quien no es amigo, no entiende de amores, solo del materialismo y de los
intereses sórdidos de la vida, pues a “Judas, ladrón, le gustaba el dinero”,
como dios de su corazón.
“¿ Por qué no se ha
vendido este perfume por 300 denarios para dárselo a los pobres?” “Jesús dijo
entonces: dejadla; ha guardado este perfume para el día de mi sepultura”. El gesto
tiene un alcance pascual. María anticipa los cuidados tradicionales, de
embalsamamiento, que no podrán darse a su cuerpo, porque cuando vayan a
hacerlo, ya habrá resucitado. Esta unción es, pues, símbolo y anunciadora de su
triunfo: la RESURRECCION
“Los pobres los
tendréis siempre entre vosotros; a mí, no”. Su
ausencia producirá un gran vacío físico, material. Nosotros seguimos teniendo
dificultad para encontrarle en los signos de los sacramentos, en la oración, en
la vida de cada día. Aparentemente está ausente, pero presente en los
acontecimientos, en el pobre, en el marginado, en el pecador, en esas
situaciones límite de nuestra vida. Ahí está.
Y si por
amigo de verdad lo tenemos, hagamos locuras, como María, que ella tampoco veía
claramente en Cristo al Hijo de Dios.
Enséñanos
a encontrarte, Señor Jesús, como buen amigo en los acontecimientos y avatares
de la vida. Enséñanos a encontrarte en la Comunidad de tu familia, de la
nación, de la sociedad internacional, en la Iglesia, en la Eucaristía, cuando
participo en su celebración, como cumbre de toda la vida de la Iglesia y de la
Humanidad.
Y que
escuchemos muy quedamente en el corazón lo que él nos susurra: “Ya no os llamo siervos, porque
el siervo no sabe lo que hace su señor; a vosotros os llamo amigos, porque todo
lo que oí de mi Padre os lo he dado a conocer”
P. Eduardo Martínez
Abad, escolapio
www.mercaba.org
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