VATICANO, 09 Abr. 17 / 07:43 am (ACI).- El Papa Francisco presidió
la celebración de la Misa
del Domingo de
Ramos, o Domingo de Pasión, en la Plaza de San Pedro del Vaticano.
El Santo Padre animó a los cristianos a seguir a Jesús y a llevar la cruz con paciencia, sin
rechazarla.
A continuación el texto completo de la homilía:
Esta celebración tiene como un doble sabor, dulce y amargo, es alegre y dolorosa,
porque en ella celebramos la entrada del Señor en Jerusalén, aclamado por sus
discípulos como rey, al mismo tiempo que se proclama solemnemente el relato del
evangelio sobre su pasión. Por eso nuestro corazón siente ese doloroso
contraste y experimenta en cierta medida lo que Jesús sintió en su corazón en
ese día, el día en que se regocijó con sus amigos y lloró sobre Jerusalén.
Desde hace 32 años la dimensión gozosa de este domingo se ha enriquecido
con la fiesta de los jóvenes: La Jornada Mundial de la Juventud, que este año
se celebra en ámbito diocesano, pero que en esta plaza vivirá dentro de poco un
momento intenso, de horizontes abiertos, cuando los jóvenes de Cracovia
entreguen la Cruz a los jóvenes de Panamá.
El Evangelio que se ha proclamado antes de la procesión (cf. Mt 21,1-11)
describe a Jesús bajando del monte de los Olivos montado en una borrica, que
nadie había montado nunca; se hace hincapié en el entusiasmo de los discípulos,
que acompañan al Maestro con aclamaciones festivas; y podemos imaginarnos con
razón cómo los muchachos y jóvenes de la ciudad se dejaron contagiar de este
ambiente, uniéndose al cortejo con sus gritos. Jesús mismo ve en esta alegre
bienvenida una fuerza irresistible querida por Dios, y a los fariseos
escandalizados les responde: ‘Os digo que, si estos
callan, gritarán las piedras’ (Lc 19,40).
Pero este Jesús, que justamente según las Escrituras entra de esa manera
en la Ciudad Santa, no es un iluso que siembra falsas ilusiones, un profeta ‘new age’, un vendedor de humo, todo lo contrario:
es un Mesías bien definido, con la fisonomía concreta del siervo, el siervo de
Dios y del hombre que va a la pasión; es el gran Paciente del dolor humano.
Así, al mismo tiempo que también nosotros festejamos a nuestro Rey,
pensamos en el sufrimiento que él tendrá que sufrir en esta Semana. Pensamos en
las calumnias, los ultrajes, los engaños, las traiciones, el abandono, el
juicio inicuo, los golpes, los azotes, la corona de espinas..., y en definitiva
al via crucis,
hasta la crucifixión.
Él lo dijo claramente a sus discípulos: ‘Si
alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me
siga’ (Mt 16,24). Él nunca prometió honores y triunfos. Los Evangelios
son muy claros. Siempre advirtió a sus amigos que el camino era ese, y que la
victoria final pasaría a través de la pasión y de la cruz. Y lo mismo vale para
nosotros. Para seguir fielmente a Jesús, pedimos la gracia de hacerlo no de
palabra sino con los hechos, y de llevar nuestra cruz con paciencia, de no
rechazarla, ni deshacerse de ella, sino que, mirándolo a Él, aceptémosla y
llevémosla día a día.
Y este Jesús, que acepta que lo aclamen aun sabiendo que le espera el ‘crucifícalo’, no nos pide que lo contemplemos
sólo en los cuadros o en las fotografías, o incluso en los vídeos que circulan
por la red. No. Él está presente en muchos de nuestros hermanos y hermanas que hoy,
hoy sufren como Él, sufren a causa de un trabajo esclavo, sufren por los dramas
familiares, por las enfermedades... Sufren a causa de la guerra y del
terrorismo, por culpa de los intereses que mueven las armas y dañan con ellas.
Hombres y mujeres engañados, pisoteados en su dignidad, descartados... Jesús
está en ellos, en cada uno de ellos, y con ese rostro desfigurado, con esa voz
rota pide que se le mire, que se le reconozca, que se le ame
No es otro Jesús: es el mismo que entró en Jerusalén en medio de un
ondear de ramos de palmas y de olivos. Es el mismo que fue clavado en la cruz y
murió entre dos malhechores. No tenemos otro Señor fuera de él: Jesús, humilde
Rey de justicia, de misericordia y de paz.
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