VATICANO, 05 Abr. 17 / 05:38 am (ACI).- En una nueva catequesis, el Papa Francisco
reflexionó sobre el sufrimiento del hombre y el lugar que ocupa en él la
esperanza cristiana.
En la Audiencia General del miércoles, el Pontífice señaló que “si Cristo está vivo y habita en nosotros, en nuestro
corazón, entonces debemos también dejar que se haga visible, no esconderlo, y
que actúe en nosotros”.
A continuación, el texto completo de la catequesis
del Papa:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
¡La Primera Carta del Apóstol Pedro lleva en sí una carga
extraordinaria! Es necesario leerla una, dos, tres veces para entender, esta
carga extraordinaria: logra infundir gran consolación y paz, haciendo percibir
como el Señor está siempre junto a nosotros y no nos abandona jamás, sobre todo
en los momentos más delicados y difíciles de nuestra vida. Pero, ¿cuál es el secreto de esta
Carta, y en modo particular del pasaje que hemos apenas escuchado (Cfr. 1 Pt 3,8-17)?
Esta es la pregunta. Yo sé que ustedes hoy tomarán el Nuevo Testamento,
buscarán la Primera Carta de Pedro y la leerán con calma, para entender el
secreto y la fuerza de esta Carta. ¿Cuál es el secreto de esta Carta?
1. El secreto está en el hecho de
que este escrito tiene sus raíces directamente en la Pascua,
en el corazón del misterio que estamos por celebrar, haciéndonos así percibir
toda la luz y la alegría que surgen de la muerte y resurrección de Cristo.
Cristo ha resucitado verdaderamente, y este es un bonito saludo para darnos los
días de Pascua: “¡Cristo ha resucitado! ¡Cristo ha
resucitado!”, como muchos pueblos hacen. Recordándonos que Cristo ha
resucitado, está vivo entre nosotros, está vivo y habita en cada uno de
nosotros. Es por esto que San Pedro nos invita con fuerza a adorarlo en
nuestros corazones (Cfr. v. 16).
Allí el Señor ha establecido su morada en el momento de nuestro
Bautismo, y desde allí continúa renovándonos y renovando nuestra vida,
llenándonos de su amor y de la plenitud del Espíritu. Es por esto que el
Apóstol nos exhorta a dar razones de la esperanza que habita en nosotros (Cfr.
v. 15): nuestra esperanza no es un concepto, no es un sentimiento, no es un
teléfono celular, no es un montón de riquezas: ¡no! Nuestra esperanza es una
Persona, es el Señor Jesús que lo reconocemos vivo y presente en nosotros y en
nuestros hermanos, porque Cristo ha resucitado. Los pueblos eslavos se saludan,
en vez de decir “buenos días”, “buenas tardes”, en
los días de Pascua se saludan con esto “¡Cristo ha
resucitado!”, “¡Christos voskrese!”, lo dicen entre ellos; y son felices
al decirlo. Y este es el “buenos días” y las
“buenas tardes” que nos dan: “¡Cristo ha resucitado!”.
2. Entonces, comprendemos que de
esta esperanza no se debe dar tantas razones a nivel teórico, con palabras,
sino sobre todo con el testimonio de vida, y esto sea dentro de la comunidad
cristiana, sea fuera de ella. Si Cristo está vivo y habita en nosotros, en
nuestro corazón, entonces debemos también dejar que se haga visible, no
esconderlo, y que actúe en nosotros. Esto significa que el Señor Jesús debe ser
cada vez más nuestro modelo: modelo de vida y que nosotros debemos aprender a
comportarnos como Él se ha comportado. Hacer lo mismo que hacia Jesús. La
esperanza que habita en nosotros, por tanto, no puede permanecer escondida
dentro de nosotros, en nuestro corazón: sino, sería una esperanza débil, que no
tiene la valentía de salir fuera y hacerse ver; sino nuestra esperanza, como se
ve en el Salmo 33 citado por Pedro, debe necesariamente difundirse fuera,
tomando la forma exquisita e inconfundible de la dulzura, del respeto, de la
benevolencia hacia el prójimo, llegando incluso a perdonar a quien nos hace el
mal.
Una persona que no tiene esperanza no logra perdonar, no logra dar el
consuelo del perdón y tener el consuelo de perdonar. Sí, porque así ha hecho
Jesús, y así continúa haciendo por medio de quienes le hacen espacio en sus
corazones y en sus vidas, con la conciencia de que el mal no se vence con el
mal, sino con la humildad, la misericordia y la mansedumbre. Los mafiosos
piensan que el mal se puede vencer con el mal, y así realizan la venganza y
hacen muchas cosas que todos nosotros sabemos. Pero no conocen que cosa es la
humildad, la misericordia y la mansedumbre. ¿Y por qué? Porque los mafiosos no
tienen esperanza. ¡Eh! Piensen en esto.
3. Es por esto que San Pedro afirma
que «es preferible sufrir haciendo el bien,
si esta es la voluntad de Dios, que haciendo el mal» (v. 17): no quiere
decir que es bueno sufrir, sino que, cuando sufrimos por el bien, estamos en
comunión con el Señor, quien ha aceptado sufrir y ser crucificado por nuestra
salvación. Entonces cuando también nosotros, en las situaciones más pequeñas o
más grandes de nuestra vida, aceptamos sufrir por el bien, es como si
difundiéramos a nuestro alrededor las semillas de la resurrección, las semillas
de vida e hiciéramos resplandecer en la oscuridad la luz de la Pascua.
Es por esto que el Apóstol nos exhorta a responder siempre «deseando el bien» (v. 9): la bendición no es una
formalidad, no es sólo un signo de cortesía, sino es un gran don que nosotros
en primer lugar hemos recibido y que tenemos la posibilidad de compartirlo con
los hermanos. Es el anuncio del amor de Dios, un amor infinito, que no se
termina, que no disminuye jamás y que constituye el verdadero fundamento de
nuestra esperanza.
Queridos amigos, comprendemos también porque el Apóstol Pedro nos llama «dichosos», cuando tengamos que sufrir por la
justicia (Cfr. v. 13). No es sólo por una razón moral o ascética, sino es
porque cada vez que nosotros tomamos parte a favor de los últimos y de los
marginados o que no respondemos al mal con el mal, sino perdonando, sin
venganza, perdonando y bendiciendo, cada vez que hacemos esto nosotros
resplandecemos como signos vivos y luminosos de esperanza, convirtiéndonos así
en instrumentos de consolación y de paz, según el corazón de Dios. Así,
adelante con la dulzura, la mansedumbre, siendo amables y haciendo el bien
incluso a aquellos que no nos quieren, o nos hacen del mal. ¡Adelante!
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