SANTIAGO, 06 Feb. 14 /
06:51 am (ACI/EWTN Noticias).- Una madre de familia chilena narró la
dramática y dolorosa experiencia que le tocó vivir al tener que enfrentar la
posesión demoniaca de uno de sus hijos cuando era bebé, luego que sus hijas
jugaran a la ouija.
El relato fue publicado originalmente en el sitio web
Portaluz.org y lo presentamos a continuación:
Con su esposo habían optado por sentar las bases de su matrimonio y familia en
una cotidiana vida de fe, señala Teresa
B. a Portaluz. Los sacramentos,
las actividades pastorales y espirituales que compartían les daban una base, “que creíamos sólida para nuestras dificultades
personales, las alegrías y debilidades, como pareja y familia”. Teresa y
Roberto tenían tres hijas y anhelaban concebir un varón.
“Vivimos la noticia como un regalo de Dios que
todos celebraban, cuando se supo que estaba embarazada esperando a Miguel. Fue
tan deseado, querido y bienvenido este niño… que incluso los vecinos de mi
sector enviaban saludos y regalos por montones”.
Ya en los primeros meses de gestación Teresa sintió que este era un niño
especial, porque sin buscarlo empezaron las bendiciones. Estaba en su tercer
mes de embarazo cuando el Papa Juan Pablo II llegó a
Chile y por el vínculo activo que ella mantenía en la Iglesia, tuvo la
oportunidad de estar físicamente muy cerca de él.
“Recuerdo que en un determinado momento el Papa me
miró la barriga, sonrió, y me dio una bendición. Me estremecí de emoción, fue
muy impactante. Ese mismo año además, dos obispos visitaron mi parroquia. Cada
uno de ellos, en fechas distintas, nada más llegar, también me bendijeron el
vientre. En algún momento me dije, ¡qué extraño esto!, tantas bendiciones para
este bebé…”.
UNA AGRESIÓN OCULTA E
INESPERADA
Miguel, confiesa esta madre, “era un niño
que emanaba paz” y su bautizo fue celebrado, comenzando así su camino
como hijo de la Iglesia… “Disfruto ir a misa cada día y por eso
siempre llevaba al niño conmigo. Cierto día del año mil novecientos ochenta y
nueve me comprometí para colaborar un par de horas en un retiro de oración
guiado por unos sacerdotes amigos de nuestro cura párroco. Miguel tenía poco
más de un año y como era una salida breve, no vi inconveniente en dejarle junto
a sus hermanas al cuidado de una tía, hermana de mi padre, que me ofreció
recibirlos aquella tarde”.
Cuando pasó a recogerlos Teresa notó a su hijo muy extraño. “Estaba inquieto, lloraba y lloraba”. Pensó que
pronto se calmaría, pero la intranquilidad del pequeño continuó. Pasaban los
días y el niño seguía muy llorón y casi no dormía por la noche. Los médicos no
encontraban explicación, pero Teresa, por su sensibilidad espiritual captó que “algo” grave ocurría… “Comenzó a ponerse agresivo,
especialmente cuando iba con él a misa. Luego de comulgar, teniéndolo en mis
brazos… me agredía, mordía mi cara, me arañaba. Violento casi, todo era muy
extraño. Me angustiaba no saber cómo ayudarlo, oraba más por él y continuaba
llevándolo a misa conmigo. Pero lejos de variar su conducta se iba poniendo más
agresivo y más llorón. Entonces yo decía, ¿qué pasa aquí?”
Fue su cura párroco quien después de la misa se me acercó. ¡Él también
se había dado cuenta del cambio repentino de Miguel! y al saber que tampoco los
médicos tenían explicación le refirió el nombre y dirección de dos sacerdotes
que tal vez podrían ayudarles.
SUPLICANDO AL CIELO
“Las distancias en Chile son bastante grandes y
aunque estos sacerdotes vivían aproximadamente a tres horas de mi casa, decidí
ir a conversar con ellos, el Padre Carlos Aldunate y el Padre Agustín Sánchez.
Nada más llegar el Padre Carlos llamó al Padre Agustín y en ese momento el
niño, cuando vio a este sacerdote, se puso llorón, llorón, ¡tremendo!, sin
control. Me sentí horrible. Sereno, el Padre Agustín me hizo un gesto con la
mano para que me acercase, al tiempo que se alejaba un poco; así es que le
entregué a mi esposo el niño y fui con él… «Mira, yo no puedo ayudar en este
momento a tu hijo», me dijo. «¿Pero Padre por qué, qué pasa?», repliqué. Y agrega… «Hay algo dentro de tu
hijo, pero yo no lo puedo ayudar aún. Piensa Teresa, ¿con quién se quedó tu
hijo, a cargo de quién, qué ha pasado en este tiempo? Mira, trata de averiguar
y a la hora que sea, el día que tú te enteres, me llamas y lo traes»”.
Con el corazón apretado, muy triste, el matrimonio regresó a su hogar.
Al llegar sus hijas estaban esperándolos en la puerta. Apenas se bajaron del
auto les preguntaron cómo había ido todo con su hermano. Teresa les contó lo
que el sacerdote Agustín Sánchez les había dicho…
“Ese día decidimos acostarnos temprano, tipo nueve
y media. Estaba entrando el invierno, ya estaba frío y comenzábamos a dormirnos
cuando escuchamos un par de golpes suaves en la puerta de nuestra pieza. Eran
dos de nuestras hijas, las mayores… «Mamá, Papá, nosotras sabemos lo que pasó
con mi hermano», fue lo primero que dijeron al entrar”...
EL SECRETO
Teresa y su esposo se incorporaron en un segundo pidiéndoles que se
explicaran…
“Nerviosa, una de ellas hizo el relato: «Bueno,
ocurre que… ¿te acuerdas ese día cuando ustedes nos dejaron en la casa de la
tía porque tenían un retiro y tú nos permitiste invitar a unas compañeras para
hacer juntas las tareas?». Asentí, intentando mantener la calma. «Bueno –continuó narrando mi hija- cuando
terminamos los deberes nosotras nos pusimos a jugar… Es que una de nuestras
amigas llevaba la tabla de la Ouija, esa con las letras, con el vasito, para
hablar con los espíritus… y empezamos a ver si nos resultaba. Estábamos en el
comedor, abajo, y pusimos todo ahí en el piso, al lado del calefactor que tiene
la tía…». Poco a poco, algo temerosas, casi arrepentidas diría, fueron
narrándome su secreto. Nos dijeron que llevaban pocos minutos con lo de la
Ouija y a su parecer todo iba bien, alguien o algo estaba allí, afirmaban. Pero
repentinamente, sin darse apenas cuenta por lo concentradas que estaban en sus
preguntas como en las respuestas que iban surgiendo, apareció su hermanito y
sin tiempo de reacción para detenerlo, el niño con la inocencia propia de la
edad, pasó corriendo por encima del tablero, que estaba en el suelo,
desbaratándolo todo. Nuestras hijas nos miraban acongojadas mientras terminaban
el relato confesándonos que en un primer instante sintieron mucha rabia con su
hermanito por lo sucedido. «¿Pasó algo más hijas?»,
pregunté. Y me aseguraron que eso era todo.
Sin demora el matrimonio llamó al sacerdote Sánchez quien les indicó que
la familia completa fuera de inmediato a verlo. “Partimos
todos y nuevamente, nada más entrar al jardín de la casa de los sacerdotes, mi
hijo se puso a llorar, se revolvía en mis brazos, estaba claro que no quería
entrar allí, el corazón me dio un vuelco”.
LIBERACIÓN
El Padre Agustín –cuenta Teresa– conversó con cada una de las niñas, las
confesó, luego las ungió y con firmeza como lo haría cualquier papá, las
reprendió por su imprudencia. En eso estaban, dice, cuando apareció
también el Padre Carlos y el Padre Agustín tomando de los brazos de Teresa a su
hijo se lo entregó al recién llegado… “Miguel
lloraba a todo pulmón cuando ambos sacerdotes ingresaron en la capilla del recinto
llevando a mi hijo. Yo, instintivamente les seguí para entrar con ellos, pero
el Padre Agustín me detuvo y dijo… «No hija, tú te quedas fuera»”.
La angustia, los nervios, pero también la esperanza de que todo se
resolviera por fin, formaban un torbellino en la mente de la atribulada madre,
padre y hermanas. “Yo lo único que sentía era la
voz fuerte del Padre Agustín adentro exorcizando a mi hijo y como no conocía
del tema la inquietud me aguijoneaba pensando… ¿pero qué le están haciendo a mi
hijo?”.
Cuando Teresa estaba al límite de estas emociones “¡salieron de la capilla y traían a mi hijo, dormido, con
ese rostro plácido que siempre había sido tan característico en él y que en las
últimas semanas había perdido!”.
Al entregarle –dice la madre- al pequeño Miguel, el sacerdote Agustín
Sánchez se dirigió nuevamente a las niñas, al tiempo que acariciaba sus
cabezas, diciéndoles: «¡Y ustedes no jueguen más
con tonteras… ¡porque miren lo que pasó con su hermano, se le había metido un
‘espíritu inmundo!».
Aún tuvieron que llevar al niño nuevamente en varias ocasiones con el
sacerdote, según él mismo se los indicara. “En esos
momentos el padre Carlos lo ungía con aceite –que supe era para exorcizar- en
la frente, en sus manitos y otros lugares del cuerpo. Luego oraba por el niño
pidiendo a la Virgen María que lo protegiera. Aún recuerdo que sería luego de
la tercera o cuarta de esas liberaciones que mi hijo comenzó a estar envuelto
en un aroma a flores, que se podía percibir en los lugares donde había estado y
esto siguió ocurriendo varios días después que terminó todo el ciclo de unción
y oraciones. Yo también rezaba cada día con ahínco por mi hijo y al finalizar,
este buen sacerdote me enseñó una oración de protección que hasta hoy es una de
mis devociones cotidianas; es la conocida Coraza de San Patricio, pero en
versión adaptada por este exorcista.”
Con el paso del tiempo, agradecida de Dios, esta experiencia llevó a
Teresa a participar hasta hoy en un pequeño grupo de laicos que colaboran con
sacerdotes para liberar a otros que son atormentados por el demonio. “En un comienzo me provocaba algo de temor el saber que
estaba decidiendo servir a Nuestro Señor Jesucristo enfrentando a su enemigo.
Pero Jesús gracias a la vida sacramental me da su gracia y ya no temo. Si
Cristo está contigo ¿quién contra ti? La clave está en mantener una vida
coherente con la fe. Miguel, mi hijo, volvió a ser el mismo de siempre. Cuando
comenzó a hablar, sin proponérselo nosotros, pedía él mismo ir a misa e incluso
prepararse para la Primera Comunión. La hizo a los siete años y el Padre Carlos
se la dio. El quería recibir a Jesús. Continuamos orando juntos por su
protección. Es importante que él y todos quienes han vivido algo semejante
tengan conciencia que si una vez te pasó, puedes ser vulnerable a que te ocurra
de nuevo si olvidas estar en comunión con Dios… Padre, Hijo, Espíritu Santo y
como mediadora poderosa la Virgen María, Madre, que siempre acude en nuestra
ayuda”.
Nota del editor: Por expresa solicitud de la madre al
editor de Portaluz, a quien entregó su testimonio (el cual se encuentra
debidamente registrado), hemos cambiado los nombres de las personas señaladas
en el relato, con excepción de los nombres de ambos sacerdotes. Los sacerdotes
Carlos Aldunate y Agustín Sanchez, efectivamente atendieron y acompañaron en
Chile a las personas que el relato refiere, en los hechos que se narran.
Puede leer el artículo original en http://portaluz.org/una-madre-narra-desde-chile-su-dramatica-experiencia-con-el-demonio-423.htm
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