VATICANO, 01 Mar. 17 / 06:23 am (ACI).- Con motivo del inicio de la Cuaresma,
el Papa Francisco dedicó la Audiencia General del miércoles a explicar su
significado y recordar el paso del pueblo de Israel por el desierto antes de
llegar a la Tierra prometida.
“La Cuaresma vive de esta dinámica: Cristo nos
precede con su éxodo, y nosotros atravesamos el desierto gracias a Él y detrás
de Él. Él es tentado por nosotros, y ha vencido al Tentador por nosotros, pero
también nosotros debemos con Él afrontar las tentaciones y superarlas”, explicó durante la catequesis.
A continuación, la catequesis completa del Papa:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En este día, Miércoles de Ceniza, entramos en el Tiempo litúrgico de la
Cuaresma. Y ya que estamos desarrollando el ciclo de catequesis sobre la
esperanza cristiana, hoy quisiera presentarles la Cuaresma como camino de
esperanza.
De hecho, esta perspectiva se hace enseguida evidente si pensamos que la
Cuaresma ha sido instituida en la Iglesia como tiempo de
preparación para la Pascua,
y por lo tanto, todo el sentido de este periodo de cuarenta días es iluminado
por el misterio pascual hacia el cual está orientado. Podemos imaginar al Señor
Resucitado que nos llama a salir de nuestras tinieblas, y nosotros nos ponemos
en camino hacia Él, que es la Luz. Y la Cuaresma es un camino hacia Jesús
Resucitado. La Cuaresma es un periodo de penitencia, también de mortificación,
pero no un fin en sí mismo, sino finalizado a hacernos resurgir con Cristo, a renovar
nuestra identidad bautismal, es decir, a renacer nuevamente “desde lo alto”, desde el amor de Dios (Cfr. Jn
3,3). Por esto es que la Cuaresma es, por su naturaleza, tiempo de esperanza.
Para comprender mejor que cosa significa esto, debemos referirnos a la
experiencia fundamental del éxodo de los Israelitas de Egipto, narrada en la Biblia en el libro que
lleva este nombre: Éxodo. El punto de partida es la condición de esclavitud en
Egipto, la opresión, los trabajos forzados. Pero el Señor no se ha olvidado de
su pueblo y de su promesa: llama a Moisés y, con brazo poderoso, hace salir a
los Israelitas de Egipto y los guía a través del desierto hacia la Tierra de la
libertad. Durante este camino de la esclavitud a la libertad, el Señor da a los
Israelitas la ley, para educarlos en el amor a Él, el único Señor, y para
amarse entre ellos como hermanos. La Escritura muestra que el éxodo es largo y
fatigoso: simbólicamente dura 40 años, es decir, el tiempo de vida de una generación. Una generación
que, ante las pruebas del camino, es siempre tentada a añorar Egipto y volver
atrás. También todos nosotros conocemos la tentación de regresar atrás, todos.
Pero el Señor permanece fiel y esta pobre gente, guiada por Moisés, llega a la
Tierra prometida. Todo este camino es realizado en la esperanza: la esperanza
de alcanzar la Tierra, y justamente en este sentido es un “éxodo”, una salida de la esclavitud a la libertad.
Y estos 40 días son también para todos nosotros una salida de la esclavitud del
pecado a la libertad, al encuentro del Cristo Resucitado. Cada paso, cada
fatiga, cada prueba, cada caída y cada salida, todo tiene sentido solo dentro
del designio de salvación de Dios, que quiere para su pueblo la vida y no la
muerte, la alegría y no el dolor.
La Pascua de Jesús es su éxodo, con el cual Él nos ha abierto la vía
para alcanzar la vida plena, eterna y gozosa. Para abrir esta vía, este camino,
Jesús ha debido despojarse de su gloria, humillarse, hacerse obediente hasta la
muerte y la muerte de cruz.
Abrirnos el camino a la vida eterna le ha costado toda su sangre, y gracias a
Él nosotros somos salvados de la esclavitud del pecado. Pero esto no quiere
decir que Él ha hecho todo y nosotros no debemos hacer nada, que Él ha pasado
por medio de la cruz y nosotros “vamos al paraíso
en un carruaje”. No, no quiere decir esto. No es así. Nuestra salvación
es ciertamente un don suyo, pero, como es una historia de amor, requiere
nuestro “si” y nuestra participación en su
amor, como nos demuestra nuestra Madre María y después de ella todos los
santos.
La Cuaresma vive de esta dinámica: Cristo nos precede con su éxodo, y
nosotros atravesamos el desierto gracias a Él y detrás de Él. Él es tentado por
nosotros, y ha vencido al Tentador por nosotros, pero también nosotros debemos
con Él afrontar las tentaciones y superarlas. Él nos dona el agua viva de su
Espíritu, y a nosotros corresponde tomar de su fuente y beber, en los Sacramentos, en la
oración, en la adoración; Él es la luz que vence las tinieblas, y a nosotros se
nos pide alimentar la pequeña llama que nos ha sido confiada el día de nuestro
Bautismo.
En este sentido la Cuaresma es «signo sacramental de nuestra conversión»
(Misal Romano, Oración colecta I Dom. de Cuaresma), quien realiza el camino de
la Cuaresma esta siempre en el camino de la conversión. Es un signo sacramental
de nuestro camino de la esclavitud a la libertad, siempre por renovar. Un
camino ciertamente difícil, como es justo que sea, porque el amor es arduo,
pero es un camino lleno de esperanza. Es más, diría además: el éxodo cuaresmal
es el camino en el cual la esperanza misma se forma. La fatiga de atravesar el
desierto – todas las pruebas, las tentaciones, las ilusiones, las visiones… –
todo esto vale para forjar una esperanza fuerte, sólida, en el modelo de la
Virgen María, que en medio a las tinieblas de la pasión y de la muerte de su
Hijo continuó creyendo y esperando en su resurrección, en la victoria del amor
de Dios.
Con el corazón abierto a este horizonte, entramos hoy en la Cuaresma.
Sintiéndonos parte del pueblo santo de Dios, iniciamos con alegría hoy este
camino de esperanza. Gracias.
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