Me pedía Alfonso unas
palabras sobre cierto tema. Mejor le doy la palabra a él:
Padre
Fortea, si lo ve conveniente y sin quererle robar tiempo, sino sólo si tiene un
hueco, ¿nos puede explicar un poco por qué dice esto de “cuando escucho a un
predicador anunciar que va a hablar sobre esto [las posesiones de los ricos],
cierro los ojos y me temo lo peor”? A mí me sería de gran ayuda espiritual y
práctica entenderlo un poco. No hace falta una disertación sino sólo un
comentario de tres o cuatro frases para hacerse una idea.
La razón es la siguiente, en los
años 80, en España, la mayoría de los curas jóvenes solían ver la riqueza del
rico como una especie de pecado. Fueron multitud de sermones en los que se
venía a decir: si eres rico, has hecho algo malo. El pobre era noble, bueno,
cercano a Dios. El rico era malo, innoble, pérfido, egoísta y lejano a Dios.
A esto se unía un nulo
conocimiento de cómo funcionaba la economía, de cómo se creaba la riqueza de un
país. Se pensaba que sólo había que repartir los bienes y todos regresaríamos a
una época pastoril en una Arcadia feliz.
El tornado, en España, fue
especialmente intenso en los años 80. Pero después uno siempre se encuentra
aquí y allí a algún superviviente con esta mentalidad
pre-caída-del-muro-de-Berlín.
Yo
hubiera preferido que el predicador me hubiera explicado la historia de Abdemelec,
de Joar o de Abigail. Pero no que volviera a cargar contra los ricos y a hacer
apología de la raza proletariamente sana de los pobres.
P. FORTEA
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