Serán como Dios, promete la serpiente y el hombre se enajena sintiéndose dueño, señor y su propio dios. Todo parece atractivo, todo parece bueno
Por: Mons. Enrique Diaz, Obispo Coadjutor de la Diocesis de San Cristobal de la Casas |
Lecturas:
Gen 2, 7-9; 3, 1-7: “Creación
y pecado de nuestros primeros padres”.
Salmo 50: “Misericordia,
Señor, hemos pecado”.
Romanos 5, 12-19: “El
don de Dios supera con mucho al delito”.
San Mateo 4, 1-11: “El
ayuno y las tentaciones de Jesús”.
“Todo parecía tan fácil y
la necesidad era grande. Solamente tenía que ir a la ciudad vecina a llevar ‘un
paquete’, me pagaban mucho y además, quien me lo pedía era mi novio de quien
estaba enamorada. Dije que solamente lo haría una vez, pero a esa vez se
sucedió otra, y una más y muchas más. Cada vez con más peligro, cada vez más
presionada. Después me exigieron entregar mi cuerpo a los jefes y mi novio no
dijo nada. Comprendí me error: él nunca me quiso, sólo me enroló para sus
fines. Ahora quiero salirme, he visto muchos horrores, injusticias, pleitos y
hasta asesinatos. Quiero salirme pero estoy atrapada, conocen a mis papás, a
mis hermanos, y si yo me escondiera, ellos pagarían las consecuencias. ¡Cómo es
la tentación tan atractiva y después quedas atrapada en su telaraña”. Es el
testimonio de alguien, de entre muchas inocentes, que se ha visto atrapada en
el narcotráfico y ahora no puede escaparse.
De una manera magistral el libro de Génesis
responde a las grandes interrogantes del hombre y hoy nos coloca de frente a la
dura realidad del pecado y la maldad. Hecho para la vida, colocado en el
paraíso, el hombre quiere imponer sus propios límites y dictar sus propias
leyes. “Serán como Dios”, promete la serpiente y el hombre se enajena
sintiéndose dueño, señor y su propio dios. Todo parece atractivo, todo parece
bueno… ¿Por qué aceptar restricciones si puede hacer lo que le venga en gana? Y
cae en la tentación y pronto se descubre desnudo, expulsado y castigado por su
propia ambición y orgullo. El Génesis nos plantea con términos sencillos y
didácticos, la raíz de toda tentación y pecado: quitar a Dios de nuestra vida.
Cuando alguien leía las tentaciones que
nos propone el Evangelio de San Mateo, se quedó desconcertado imaginando cómo
paseaban juntos el demonio y Jesús, y cómo el demonio lo lleva de un lado
a otro proponiendo las tentaciones. Esta narración no podemos tomarla en
un sentido literal, sino llena de símbolos y enseñanzas; sin embargo el
evangelista quiere testimoniar realidades y hechos que tienen vigencia, no
solamente en tiempos de Jesús, sino en nuestro mundo y en nuestra historia… Hoy
también hay tentaciones y lo más triste es que van metiéndose en nuestra vida
sin darnos cuenta. San Mateo usa este lenguaje lleno de alegorías para
describir todas las tentaciones por las que tuvo que pasar Jesús a lo largo de
su vida, y la triple prueba las engloba a todas. Pero también nos pone en
guardia sobre las tentaciones actuales que silenciosamente, malignamente, se
van metiendo en el corazón del hombre: la injusticia, la ambición, el
egoísmo, en fin, el poner en el centro al hombre y el olvidarse de Dios.
La primera de las tentaciones, “que las
piedras se conviertan en pan”, nos llevaría a un mundo que solamente vive del
placer, del disfrutar y del gozo egoísta. Nada raro, en nuestro mundo,
escuchar: “Si a mí me gusta, si nadie le hago daño…
¿Por qué es malo? ¿Qué les importa a otros?” Y sin embargo nos
llama Jesús a descubrir lo profundamente erróneo de esta afirmación. Cuando
sólo nos guiamos por los propios gustos y satisfacciones, dejamos fuera a los
hermanos, degeneramos nuestro propio cuerpo y nuestro propio ser. Sí, para
darnos gusto y saciar nuestros apetitos atentamos contra la dignidad y el
derecho de los demás y contra nuestra propia dignidad. Cuántos gobiernos e
instituciones se conforman con “pan y circo” y
distraen a los ciudadanos de sus verdaderas necesidades y derechos. Es más
fácil acallar y dar atole con el dedo que responder a las verdaderas
necesidades. Es fácil también en lo personal caer en el sentirse a gusto y
satisfacer los propios deseos, sin una moral que nos dirija, sin un sentido
comunitario que nos lleve a mirar más allá de nuestra propia comodidad.
Nadie quiere tropezar y caer, pero es el
pretexto que encuentra el demonio para hacer resaltar la fama, el aparecer, el
apantallar. Y nuestro mundo tiene la tentación de quedarse más en la máscara
que en el propio ser, más en la apariencia que en el contenido, más en la
opinión de los demás que en el ser interior. Nos hemos vaciado de nosotros
mismos y de Dios, y quedamos a merced de las opiniones ajenas y de las modas y
de las ideologías. Se convierte el hombre en veleta, sin principios: hoy es de
una religión, de un partido, de una tendencia; mañana, ha cambiado y se adapta
a lo que mejor le conviene con tal de estar a tono con las nuevas tendencias. Y
llegamos a una religión comodina y fácil, que dé gusto a todos y que no respete
ni a Dios ni a los demás.
La tercera tentación, “Adorarás al Señor tu Dios”, aparentemente la
menos difícil, es la que más se nos ha metido en nuestro corazón: quitar a Dios
de la vida, de las relaciones y del corazón. Vivir adorando sólo al hombre y
sus deseos, ponerlo por centro; y como cada hombre es diferente, acabamos
teniendo tantos dioses como personas hay en el mundo. Se ha olvidado el hombre
de Dios y aquí encuentra su propia perdición. No puede el hombre erigirse en su
propio ídolo, pues llegará a la injusticia, al egoísmo y hasta el
totalitarismo. Es la base de toda tentación: pretender ser Dios, olvidar la
condición de creatura, negar la posibilidad de pecado.
Es el primer Domingo de Cuaresma y nos
invita a desenmascarar nuestras tentaciones y nuestros tropiezos. No es
cuestión de asustarnos con el demonio, pero tampoco es hora de olvidar su
astucia. Se necesita creer más en Dios que en el demonio. La gracia es
infinitamente más fuerte que el mal, pero sería peligroso olvidarse de la
propia fragilidad. ¿Cuáles son mis tentaciones y cómo las disfrazo? ¿Qué estoy
haciendo para superarlas? Hoy necesitamos recordar que la misericordia y el
amor de Dios siempre están a la puerta para que les abramos nuestro corazón.
Señor, Jesús, que venciste las tentaciones con
la oración, el ayuno y la presencia de Dios Padre, fortalece e ilumina nuestro
corazón, para vencer la maldad y la injusticia que lo tienen atado. Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario