"Habéis oído que antes se dijo:
‘Ojo por ojo y diente por diente.’ Pero yo os digo: No resistáis a quien
os haga algún daño. Al contrario, si alguien te pega en la mejilla derecha,
ofrécele también la otra. Si alguien te demanda y te quiere quitar la
túnica, déjale también la capa. Y si alguien te obliga a llevar carga una
milla, ve con él dos. Al que te pida algo, dáselo; y no le vuelvas la espalda
a quien te pida prestado.
También habéis oído que antes se
dijo: ‘Ama a tu prójimo y odia a tu enemigo.’ Pero yo os digo: Amad a
vuestros enemigos y orad por los que os persiguen. Así seréis hijos de
vuestro Padre que está en el cielo, pues él hace que su sol salga sobre malos y
buenos, y envía la lluvia sobre justos e injustos. Porque si amáis
solamente a quienes os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¡Hasta los que cobran
impuestos para Roma se portan así! Y si saludáis solamente a vuestros
hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¡Hasta los paganos se portan así! Vosotros,
pues, sed perfectos, como vuestro Padre que está en el cielo es perfecto."
Hoy, como en el domingo pasado, Jesús sigue
profundizando en nuestras obligaciones. Nosotros dividimos la sociedad entre
buenos y malos. Entre amigos y enemigos. Jesús nos dice que esta división se
arregla con el amor y el perdón; devolviendo bien por mal.
A nosotros, esto nos cuesta mucho. Nuestro sentido
de la justicia nos dice, que el que la hace la paga. Después buscamos toda
clase de subterfugios, para que algunos la paguen menos que otros. Los
poderosos y nosotros. Sin embargo, la justicia de Jesús se basa en el perdón y
en el amor. Si amamos, nadie es nuestro enemigo.
Nuestro razonamiento nos dice al instante, que esto
es muy fácil de decir, pero que en la práctica esto lleva a que unos pisoteen a
los otros. Pero quien nos hable lo cumplió hasta el fin. Él, desde la cruz
exclamó: perdónales, porque no saben lo que hacen.
Perdonar, devolver bien por mal, deja sin armas al
que nos persigue. A nosotros nos es más fácil el fanatismo, disfrazándolo de
amor a Dios. Condenamos, perseguimos, en nombre de Dios. ¿De qué Dios? No del
de Jesús, que nos pide amar al enemigo y devolver bien por mal. Si Jesús
condena a alguien en el evangelio, es precisamente a los que se creen
perfectos, a los fariseos. Nuestra Iglesia ha de ser una Iglesia de puertas
abiertas, que acoja a todo el mundo. Sobre todo a aquellos que consideramos
pecadores, sin mirarnos a nosotros mismos, que quizá lo somos más.
Seguir estas palabras de Jesús no es fácil. Pero
sólo así podemos considerarnos sus discípulos.
Enviat per Joan Josep Tamburini
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