REDACCIÓN CENTRAL, 20 Feb. 17 / 12:06 am (ACI).- "Contemplar como Francisco y amar como
Jacinta", fue el lema con el que estos dos videntes de la Virgen de
Fátima fueron beatificados por San Juan Pablo II y cuya
memoria se celebra el 20 de febrero.
Entérate de lo que pasó con ellos después de las apariciones, por
quiénes ofrecieron sus sufrimientos y sus últimos consejos.
"Rezad, rezad mucho y haced sacrificios por
los pecadores, pues muchas almas van al infierno porque no hay
quien se sacrifique y pida por ellas", les pidió
la Virgen de Fátima a Francisco, Jacinta y Lucía.
Francisco nació en 1908 y Jacinta, dos años después. Desde pequeños
aprendieron a cuidarse de las malas compañías y por eso preferían estar con su
prima Lucía, quien solía hablarles de Jesús. Los tres cuidaban las ovejas,
jugaban y rezaban juntos.
Del 13 de mayo al 13 de octubre de 1917 la Virgen se les apareció en
varias ocasiones en Cova de Iría (Potugal). Durante estos sucesos, soportaron
con valentía las calumnias, injurias, malas interpretaciones, persecuciones y
la prisión. Ellos decían: “Si nos matan, no
importa; vamos al cielo”.
Luego de las apariciones, Jacinta y Francisco siguieron su vida normal. Lucía fue a la escuela, tal
como se lo pidió la Virgen, y era acompañada por Jacinta y Francisco. De camino
pasaban por la Iglesia
y saludaban a Jesús Eucaristía.
Francisco, sabiendo que no viviría mucho tiempo, le decía a Lucía: “Vayan ustedes al colegio, yo me quedaré aquí con Jesús
Escondido”. A la salida del colegio, las chicas lo encontraban lo más
cerca posible del Tabernáculo y en recogimiento.
El pequeño Francisco era el más contemplativo y quería consolar a Dios,
tan ofendido por los pecados de la humanidad. En una ocasión Lucía le preguntó:
"Francisco, ¿qué prefieres más, consolar al
Señor o convertir a los pecadores?" Él respondió: "Yo prefiero consolar al Señor”.
“¿No viste qué triste estaba Nuestra Señora cuando
nos dijo que los hombres no deben ofender más al Señor, que está ya tan
ofendido? A mí me gustaría consolar al Señor y después, convertir a los
pecadores para que ellos no ofendan más al Señor." Y siguió, "Pronto estaré en el cielo. Y
cuando llegue, voy a consolar mucho a Nuestro Señor y a Nuestra Señora."
Jacinta participaba diariamente de la Santa Misa y tenía gran deseo de
recibir la Comunión en reparación de los pobres pecadores. Le atraía mucho el
estar con Jesús Sacramentado. "Cuánto amo el
estar aquí, es tanto lo que le tengo que decir a Jesús", repetía.
Cierto día, poco después de la cuarta aparición, Jacinta encontró una
cuerda y acordaron partirla en tres y ponérsela a la cintura, sobre la carne,
como sacrificio. Esto los hacía sufrir mucho, contaría Lucía después. La Virgen
les dijo que Jesús estaba muy contento con sus sacrificios, pero que no quería
que durmieran con la cuerda. Así lo hicieron.
A Jacinta se le concedió la visión de ver los sufrimientos del Sumo
Pontífice. "Yo lo he visto en una casa muy
grande, arrodillado, con el rostro entre las manos, y lloraba. Afuera había
mucha gente; algunos tiraban piedras, otros decían imprecaciones y
palabrotas", contó ella.
Por esto y otros hechos, los niños tenían presente al Santo Padre y
ofrecían tres Ave María por él después de cada Rosario. Asimismo, las
familias acudían a ellos para que intercedieran por sus problemas.
En una ocasión, una madre le rogó a Jacinta que le pidiera por su hijo
que se había ido como el hijo pródigo. Días después, el joven regresó a casa,
pidió perdón y le contó a su familia que después de
haber gastado todo lo que tenía, robado y estado en la cárcel, huyó a unos
bosques desconocidos.
Cuando se halló completamente perdido, se arrodilló llorando, y rezó. En
eso, vio a Jacinta que lo tomó de la mano y lo condujo hasta un camino. Así
pudo regresar a casa. Luego interrogaron a Jacinta si se había encontrado con
el muchacho y ella dijo que no, pero que sí había rogado mucho a la Virgen por
él.
El 23 de diciembre de 1918, francisco y Jacinta enfermaron de una
terrible epidemia de bronco-neumonía. Francisco se fue deteriorando poco a poco
durante los meses posteriores. Pidió recibir la Primera Comunión y para
ello se confesó y guardó ayuno. La recibió con gran lucidez y piedad. Luego
pidió perdón a todos.
“Yo me voy al Paraíso; pero desde allí pediré mucho
a Jesús y a la Virgen para que os lleve también pronto allá arriba”, le dijo a Lucía y Jacinta. Al día siguiente, el 4 de abril de 1919,
partió a la casa del Padre con una sonrisa angelical.
Jacinta sufrió mucho por la muerte de su hermano. Más adelante su
enfermedad se complicó. Fue llevada al hospital de Vila Nova, pero regresó a
casa con una llaga en el pecho. Luego le confiaría a su prima: "Sufro mucho; pero ofrezco todo por la conversión de
los pecadores y para desagraviar al Corazón Inmaculado de María".
Antes de ser llevada al hospital de Lisboa le dijo a Lucía: “Ya falta poco para irme al cielo… Di a toda la gente que
Dios nos concede las gracias por medio del Inmaculado Corazón de María. Que las
pidan a Ella, que el Corazón de Jesús quiere que a su lado se venere el
Inmaculado Corazón de María, que pidan la paz al Inmaculado Corazón, que Dios
la confió a Ella”.
Operaron a Jacinta, le quitaron dos costillas del lado izquierdo y quedó
una llaga ancha como de una mano. Los dolores eran espantosos, pero ella
invocaba a la Virgen y ofrecía sus dolores por la conversión de los pecadores.
El 20 de febrero de 1920 pidió los últimos sacramentos, se confesó y
rogó que le llevaran el Viático porque pronto moriría, pero poco después partió
a la Casa del Padre con diez años de edad. Entre las cosas que le dictó a su
madrina están:
Los pecados que llevan más almas al infierno son los de la carne
Las guerras son consecuencia del pecado del mundo. Es preciso hacer
penitencias para que se detengan.
No hablar mal de nadie y huir de quien habla mal.
Tener mucha paciencia porque la paciencia nos lleva al cielo.
Los cuerpos de Francisco y Jacinta fueron trasladados al Santuario de
Fátima. Cuando abrieron el sepulcro de Francisco, vieron que el Rosario que le
colocaron sobre su pecho estaba enredado entre los dedos de sus manos. Mientras
que el cuerpo de Jacinta, 15 años después de su muerte, estaba incorrupto.
Por Abel Camasca
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