Querida Estuarda: Tienes razón.
Como bien has dicho, soy demasiado duro conmigo mismo. ¿Pero cómo no serlo? Si
sólo tenemos un poco de tiempo para acumular mérito, digámoslo así, de un modo
rudo y simplista. ¿Cómo no ser duro? Si el nivel de felicidad depende de tan
poco tiempo, y el tiempo perdido queda perdido para siempre. ¿Cómo no ser
conscientes de esa pérdida irreparable? Sé que lo planteo de un modo demasiado
egoísta. Pero toda la poesía del mundo no puede evitar, al final, la conciencia
de esta realidad.
Es cierto que soy muy duro
conmigo mismo. Pero también es cierto que esa dureza no me lleva demasiado a
grandes propósitos de enmienda. Creo que esta tragedia es común a casi todos
los cristianos. En mí este hecho simplemente es bastante más consciente, está
más presente en mi vida. No puedo hacer una apología de mí mismo.
Estuarda,
Estuarda… el último consejo que me das lo seguiría muy a gusto. Pero sabes que
no debo. Hasta tú misma te das cuenta del dulce veneno de tus palabras. Hasta Borges
te reprocharía que si sigues a Borges, sigas a Borges; y si sigues a san Juan
de la Cruz, sigas a san Juan de la Cruz. Pero mezclar a Freud con santa Teresa
de Jesús nunca ha dado buenos resultados.
P. FORTEA
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