viernes, 23 de diciembre de 2016

SER ADICTO AL LUJO ES UNA FORMA DE ESCLAVITUD


Aunque las fortunas de los más millonarios del mundo son increíbles, eso no evita un gran problema de difícil solución: ¿en qué gastarse en dinero? Si uno decide no gastarlo en bien del prójimo, si uno decirle gastarlo en uno mismo, eso es un problema.

Un yate. ¿Para qué quiero un yate? Yo, concretamente, me mareo con solo pensar en montarme en uno de ellos. ¿Para qué quiero encerrarme en un pequeño barco, cuando puedo pasear por el campo, por un bosque, por un pueblo? Sí, no soy un amante del mar, lo reconozco. Para mí, hasta estar encerrado en una prisión estatal tiene más alicientes y diversiones que un aburrido yate.

Ropa lujosa. Creo que esta modalidad de gasto de dinero no merece ni una palabra al respecto.

Viajes. Viajar está muy bien. ¿Pero para qué voy a ir al otro lado del mundo, cuando todavía no conozco ni las capitales de provincia de mi país al que puedo ir en coche?

El millonario en la plaza con una cokctail en la mano. No me gusta el alcohol. Estar al sol en la playa es una forma de aburrirse como cualquier otra.

Manjares en la mesa. Cualquiera que haya visto a Arguiñano durante años se sabe cocinar lo que desee. Es cuestión de ir al supermercado y elegir. El placer de cocinar lo que uno va a comer es una de las grandes diversiones de la vida. Lo digo totalmente en serio, normalmente los alimentos más deliciosos son los más baratos. Los otros, para una vez… bien.

Joyas. La afición a los metales brillantes de tantos seres humanos es llamativa. ¿Cuál es el placer que produce colocarse metales brillantes encima de uno mismo? La única cosa que llevo encima es una medalla. Nunca nada más. Dejé de llevar reloj en la muñeca hace más de diez años. No sé por qué, pero me molestaba mucho llevar reloj en la muñeca. En cuanto llegaba a casa, lo primero que hacía era sacarme los zapatos y el reloj.

Mansiones. Lo único que necesito es un salón de estar para mi sillón, una cocina y un dormitorio. Y yo no tendría ningún inconveniente en dormir en mi salón de estar. ¿Para qué una casa grande si sólo necesito esas tres piezas? Un huertecito adosado sí que me sería para mí un deleite digno de un emperador romano.

Obras de arte. Las puedo ver en un museo. No quiero ni una sola ni regalada. Lo digo totalmente en serio.

El gran placer de un ser humano, impagable pero supremo, sería una casita sencilla con un huerto al lado y un bosque cerca por el que pasear. Ah, y poder ir andando a todas partes sin tener que coger el coche.


P. FORTEA

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