"En aquel
momento, Jesús, lleno de alegría por el Espíritu Santo, dijo:
- Te alabo, Padre,
Señor del cielo y de la tierra, porque has mostrado a los sencillos las cosas
que ocultaste a los sabios y entendidos. Sí, Padre, porque así lo has querido.
Mi Padre me ha
entregado todas las cosas. Nadie sabe quién es el Hijo, sino el Padre; y
nadie sabe quién es el Padre, sino el Hijo y aquellos a quienes el Hijo quiera
darlo a conocer.
Volviéndose a los
discípulos les dijo aparte:
- Dichosos quienes
vean lo que estáis viendo vosotros, porque os digo que muchos profetas y
reyes desearon ver lo que vosotros veis, y no lo vieron; desearon oír lo que
vosotros oís, y no lo oyeron."
Las palabras de Jesús son
sorprendentes. Se alegra de que sus enseñanzas las entiendas los sencillos, los
pequeños, y queden ocultas a los sabios. Y es que Dios es el Dios de los
sencillos. Para llegar a Él se llega por el camino de la humildad. Quienes se
las dan de inteligentes, se alejan de Él. Creen conocer muchas cosas y no saben
nada.
Jesús se alegra de que sus
discípulos "vean" y "oigan". Hoy también podemos ver y oír.
Pero para ello hemos de ser sencillos. Sólo desde la sencillez podemos ver a
Dios en el otro, en el pobre, en el refugiado. Sólo desde la sencillez podemos
oírlo en el lamento del necesitado.
Ser discípulo de Jesús es saber
mirar el mundo con ojos transparentes, con los ojos limpios de los niños. Es
hacerse pequeño.
Enviat per Joan Josep
Tamburini
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