Saber cuál es el enemigo que debes vencer
EL CAMINO DE LA
SANTIDAD
En este
momento te preguntarás: ¿qué voy a hacer con mi defecto dominante? Lo primero
que debes hacer es felicitarte. Sí, felicitarte porque te has conocido un poco
más a ti mismo. Si has elegido ser mejor católico, luchar por alcanzar la
santidad de vida a la cual todos estamos llamados, entonces ¡felicidades! Ya
sabes por donde enfocar todas tus baterías, ya sabes cuál es el enemigo que
debes vencer: tu soberbia o tu sensualidad.
San
Agustín, ese gran pensador y filósofo, hombre de su tiempo y de todos los
tiempos, nos ha dejado una frase que viene muy al caso ahora que estamos por
iniciar el camino de nuestra santidad. Él decía “Conócete,
acéptate, supérate”. Y es lo que vamos a seguir en nuestras vidas.
Conocernos en lo más íntimo de nuestro ser. Y esto lo hemos logrado
revisándonos día tras día, sin afán de aparentar nada, siendo muy sinceros con
nosotros mismos y llegando a la realidad de nuestra vida: yo soy un soberbio o
soberbia del tamaño del mundo. O bien, aceptar que en lo que se refiere a la
sensualidad no hay quien me gane. Debes aceptar esta realidad si quieres seguir
adelante. Fíjate bien que San Agustín dice aceptar. Él no dice debes
resignarte. Porque entre aceptar y resignarse hay una diferencia muy grande.
Resignarse es reconocerse como soy y creer que ya no se puede cambiar. “He tratado tantas veces de ser paciente, especialmente
con mi suegra… pero ya me conozco, no puedo cambiar. Es algo superior a mis
fuerzas”. “No me digan que es posible que yo deje de ser un donjuán. Por favor,
eso ni ustedes mismos se lo creen”. Estas personas que así hablan, en lo
profundo de su ser se han resignado a ser como son. No se han aceptado. Porque
aceptarse es reconocer lo que uno es y estar dispuesto a cambiar, a
transformarse a ser otro, a convertirse en un mejor católico. “Yo acepto que me cuesta mucho guardar la castidad en mi
noviazgo”. “Yo acepto que no es fácil vivir siempre con la sonrisa en la boca,
tratando de comprender el carácter tan cambiante de mi esposa”. Es una
postura muy diversa el aceptar que el resignarse.
Una vez
que hemos aceptado lo que somos y que queremos cambiarlo para ser mejores,
entonces viene la superación, el trabajo constante y continuo para alcanzar la
santidad. Pero no corramos prisas y no nos adelantemos. Estamos aún dando los
primeros pasos en nuestro camino de santidad, en nuestro camino de conversión.
¿Qué tenemos que hacer ahora?
No basta
con reconocer mi defecto dominante. Reconocerlo es como describir las
características de una persona: alto o bajo, gordo o flaco, pelo castaño o
rubio, ojos verdes o azules. Es necesario ahora armarnos de valor para conocer
las manifestaciones de mi defecto dominante y poner los medios para combatirlo.
Ahora
viene la hora de la verdad. Toma tu defecto dominante, la soberbia o la
sensualidad y escribe en forma clara y detallada las principales
manifestaciones con las que ese defecto dominante se presenta en tu vida. El
éxito, la clave, el punto central de tu camino a la santidad está aquí, así es
que ¡mucha atención, por favor! Debes bajar a puntos específicos y muy
concretos. No basta con decir: “Mi defecto
dominante es la soberbia porque soy muy iracundo y me enojo muy seguido”. Si
lo escribes de esa forma, no vas a ir muy lejos en tu camino a la santidad.
Debes escribir con toda precisión esa manifestación de soberbia: “Mi defecto dominante es la soberbia porque cada vez que
alguien me contradice me pongo furioso y arrojo por el suelo todas las figuras
de porcelana que encuentro a mi alrededor”. Quizás exageramos un poco,
pero tú no debes exagerar. Debes ser muy preciso para detectar esas
manifestaciones de tu defecto dominante.
Debes ir
a lo esencial y no perderte en generalidades. “Mi
defecto dominante es la sensualidad porque todas las tardes pierdo el tiempo
con mis amigas hablando por teléfono durante una hora y media”. “Mi defecto
dominante es la sensualidad porque en el internet busco siempre sitios de
cibersexo”. “Mi defecto dominante es la soberbia porque yo soy el que fijo el
plan del fin de semana sin escuchar el parecer de mi esposa o de mis hijos”.
Date
cuenta que mientras más preciso seas en bajar al detalle en las manifestaciones
de tu defecto dominante, tendrás más armas para combatirlo. Porque ahora debes
iniciar el trabajo positivo, es decir, lanzarte a la conquista de la santidad,
combatiendo cada una de las manifestaciones que has escrito.
Te
recomiendo ahora que estás iniciando este camino de santidad que te limites a
escribir cuatro o cinco manifestaciones de tu defecto dominante, no más. Y por
cada manifestación de tu defecto dominante deberás escribir un medio concreta
para combatirlo. Aquí tienes que ser muy sincero y muy valiente. Debes ir a la
raíz del problema, recordando las palabras de Jesucristo en el evangelio: “Si tu ojo te es causa de escándalo, arráncatelo…”
Aquí vamos a ir al fondo, sin piedad. Proponte aquellos medios que más te
convengan para erradicar el defecto.
Pueden ser
medios sobrenaturales y medios prácticos. Medios sobrenaturales como la
oración, para pedirle paciencia y pureza a Dios. Rezar un misterio del rosario
todos los días para pedirle a la Virgen que te dé el don de la paciencia.
Comulgar uno o dos días entre semana para vencer la pereza. Y luego están los
medios prácticos. Pero por favor, que sean muy prácticos: “No voy a hablar con mis amigas por teléfono más de media
hora”. “Sólo voy a usar el internet para contestar el correo electrónico y
siempre lo voy a usar en presencia de algún familiar en mi casa”. “Los jueves
voy a consultar a mi esposa qué haremos en familia ese fin de semana”.
Escribe
los medios sobrenaturales y los medios prácticos en una lista y también y haz
una lista de forma que puedas revisarlos todos los días y llevar el control de
cada uno de ellos, colocando una señal positiva si has cumplido o una señal
negativa si has fallado. Así al final del mes podrás darte cuenta cómo vas
trabajando en tu camino por alcanzar la santidad.
Para
ayudarte a vivir con mayor motivación este programa de vida espiritual puedes
encontrar un lema que te ayude en cada momento a recordar los medios que te has
propuesto. El lema es como un grito de guerra, corto, sencillo que para ti
puede tener un gran significado y lo puedes usar en los momentos en que se te
presenta la tentación de caer en el pecado. Si llegando a tu casa abres la
puerta y te das cuenta que acaba de llegar tu suegra y que lo más fácil sería
darle un beso y helado y decidir ignorarla durante tu visita, busca en tu
interior de tu alma el lema y grítalo en tu corazón “Por
Cristo y por las almas”. “Señor, todo por ti”. Si abres el internet y te
das cuenta que en tu correo electrónico tienes una invitación para visitar un
sitio no conveniente, interiormente puedes recordar tu lema: “Pureza ante todo”. Por ello, aunque parece algo
sencillo, el lema es la piedra de toque que te recordará todo tu programa de
vida, precisamente en los momentos de duda, de tentación, de máxima dificultad.
Piensa
bien el lema pues él te traerá a la mente y al corazón todos los medios para
alcanzar la santidad en el momento preciso.
Algo que
también te puede ayudar es fijarte una virtud a conquistar que generalmente es
lo opuesto a las manifestaciones de tu defecto dominante. Escríbela para tener
siempre presente lo que quieres alcanzar.
Silvia Marconi
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