Vivió en la pobreza
salvo en sus últimos años.
Recordar haber sido niños es la clave para volver a abrir sin presunción los
libros de cuentos, escribe Antonio
Giuliano en Il Timone al
comentar la biografía de uno de los autores de narraciones infantiles más
célebres de todos los tiempos: A menudo los cuentos
se escriben más para los adultos que para los niños. Y tienen un extraño poder: nos ayudan a releer nuestra existencia proyectándola
hacia horizontes más amplios e inimaginables. También cuando parece que la vida
no nos sonríe en absoluto.
Ésta fue la experiencia de un verdadero maestro del género, Hans Christian Andersen (1805-1875), como emerge de su autobiografía El cuento de mi vida, que acaba de publicar Donzelli en Italia con la nueva traducción de Bruno Berni.
El gran escritor danés revela algunos rasgos pocos conocidos y paradójicos de su personalidad. Y empieza: "Mi vida ha sido un hermoso cuento, rica y feliz" cuando, en realidad, su existencia fue todo menos un cuento. Nació en Odense, en una familia muy pobre, hijo de un zapatero y de una lavandera que enviudó cuando Christian tenía sólo once años. El muchacho fue abandonado a sus sueños y a su fantasía, alimentados por los libros infantiles que leía con su padre.
Fue su deseo aspirar a este mundo de cuento, junto a los intentos infructuosos de aprender un oficio, lo que hizo que se fuera lejos. Con catorce años, con poco dinero en el bolsillo y una bandolera partió hacia Copenhague: "Abandonado a mí mismo, sin nadie más que Dios en el cielo". Lo intentó con el canto, la danza y el teatro, pero fueron muchas las puertas que le cerraron en las narices.
Tuvo siempre que afrontar problemas económicos y a menudo le ayudaron protectores generosos o becas que le permitieron satisfacer una de sus más grandes pasiones, los viajes. Al final fueron treinta sus viajes fuera de Dinamarca, siete de ellos a Italia, país que amaba como pocos.
Hans Christian Andersen nos hace soñar con los que fueron sus propios sueños.
Pero siempre con la preocupación del dinero. Nunca tuvo casa propia ni una familia, y vivía a menudo en casa de amigos. La pobreza le obligaba a organizar la semana entre comidas y cenas en casa de sus benefactores. Fue sólo en los últimos años cuando consiguió el favor de los intelectuales y aristócratas de media Europa y a gozar de la merecida fama también en su país.
Poeta y prolífico autor de teatro, sin embargo debe a sus Cuentos (desde La Sirenita a La pequeña vendedora de fósforos, desde El soldadito de plomo a El traje nuevo del emperador) su éxito en todo el mundo. Pero no fueron pocos los críticos y detractores cuando quiso probar suerte con un género considerado infantil. "Me lo desaconsejaron absolutamente -anota el escritor de cuentos- y todos me dijeron que me faltaba el talento necesario y que no era cosa de nuestra época".
En el musical El fabuloso Andersen, dirigido por Charles Vidor en 1952, Danny Kaye encarnó la figura soñadora del escritor danés. En esta escena, la más conocida de la película, proclama su propio nombre cargado de ilusiones y esperanzas.
Su vida se refleja en los cuentos. Basta leer El patito feo para convencerse de que se puede nacer pobres, marginados y rechazados por todos y alcanzar igualmente la gloria. No nos asombremos, entonces, si la narración de su historia calca este cliché. Por otra parte, para conocer la vida de cualquier escritor no es ciertamente la autobiografía la mejor fuente. Y no porque los hechos narrados hayan sido inventados.
Pero, obviamente, Andersen revela sólo una parte de sus neurosis (llevaba siempre consigo una cuerda para bajar de los pisos altos de los hoteles en caso de incendio), el ansia de éxito o su carácter difícil (Dickens, tras haberlo acogido en su casa, parece ser que escribió en un cartel: "Hans Andersen ha dormido en esta habitación durante cuatro semanas que a la familia le han parecido una eternidad").
Pero como en sus cuentos el bien es superior al mal, a él le urgía sobre todo hacer pasar el mensaje de que en la vida no hay que darse nunca por vencidos. Basta creer en ello, sostenidos por esa certeza que se puede leer en el íncipit de su autobiografía: "La historia de mi vida le dirá al mundo lo que ella me dice: existe un Dios amoroso que conduce todo a mejor fin".
Traducción de Helena Faccia Serrano (diócesis de Alcalá de Henares).
Ésta fue la experiencia de un verdadero maestro del género, Hans Christian Andersen (1805-1875), como emerge de su autobiografía El cuento de mi vida, que acaba de publicar Donzelli en Italia con la nueva traducción de Bruno Berni.
El gran escritor danés revela algunos rasgos pocos conocidos y paradójicos de su personalidad. Y empieza: "Mi vida ha sido un hermoso cuento, rica y feliz" cuando, en realidad, su existencia fue todo menos un cuento. Nació en Odense, en una familia muy pobre, hijo de un zapatero y de una lavandera que enviudó cuando Christian tenía sólo once años. El muchacho fue abandonado a sus sueños y a su fantasía, alimentados por los libros infantiles que leía con su padre.
Fue su deseo aspirar a este mundo de cuento, junto a los intentos infructuosos de aprender un oficio, lo que hizo que se fuera lejos. Con catorce años, con poco dinero en el bolsillo y una bandolera partió hacia Copenhague: "Abandonado a mí mismo, sin nadie más que Dios en el cielo". Lo intentó con el canto, la danza y el teatro, pero fueron muchas las puertas que le cerraron en las narices.
Tuvo siempre que afrontar problemas económicos y a menudo le ayudaron protectores generosos o becas que le permitieron satisfacer una de sus más grandes pasiones, los viajes. Al final fueron treinta sus viajes fuera de Dinamarca, siete de ellos a Italia, país que amaba como pocos.
Hans Christian Andersen nos hace soñar con los que fueron sus propios sueños.
Pero siempre con la preocupación del dinero. Nunca tuvo casa propia ni una familia, y vivía a menudo en casa de amigos. La pobreza le obligaba a organizar la semana entre comidas y cenas en casa de sus benefactores. Fue sólo en los últimos años cuando consiguió el favor de los intelectuales y aristócratas de media Europa y a gozar de la merecida fama también en su país.
Poeta y prolífico autor de teatro, sin embargo debe a sus Cuentos (desde La Sirenita a La pequeña vendedora de fósforos, desde El soldadito de plomo a El traje nuevo del emperador) su éxito en todo el mundo. Pero no fueron pocos los críticos y detractores cuando quiso probar suerte con un género considerado infantil. "Me lo desaconsejaron absolutamente -anota el escritor de cuentos- y todos me dijeron que me faltaba el talento necesario y que no era cosa de nuestra época".
En el musical El fabuloso Andersen, dirigido por Charles Vidor en 1952, Danny Kaye encarnó la figura soñadora del escritor danés. En esta escena, la más conocida de la película, proclama su propio nombre cargado de ilusiones y esperanzas.
Su vida se refleja en los cuentos. Basta leer El patito feo para convencerse de que se puede nacer pobres, marginados y rechazados por todos y alcanzar igualmente la gloria. No nos asombremos, entonces, si la narración de su historia calca este cliché. Por otra parte, para conocer la vida de cualquier escritor no es ciertamente la autobiografía la mejor fuente. Y no porque los hechos narrados hayan sido inventados.
Pero, obviamente, Andersen revela sólo una parte de sus neurosis (llevaba siempre consigo una cuerda para bajar de los pisos altos de los hoteles en caso de incendio), el ansia de éxito o su carácter difícil (Dickens, tras haberlo acogido en su casa, parece ser que escribió en un cartel: "Hans Andersen ha dormido en esta habitación durante cuatro semanas que a la familia le han parecido una eternidad").
Pero como en sus cuentos el bien es superior al mal, a él le urgía sobre todo hacer pasar el mensaje de que en la vida no hay que darse nunca por vencidos. Basta creer en ello, sostenidos por esa certeza que se puede leer en el íncipit de su autobiografía: "La historia de mi vida le dirá al mundo lo que ella me dice: existe un Dios amoroso que conduce todo a mejor fin".
Traducción de Helena Faccia Serrano (diócesis de Alcalá de Henares).
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