Hacer
silencio exterior es más fácil que encontrar el silencio interior...
Ku
Para hacer una
oración provechosa hay que favorecer el silencio. Es una condición
indispensable para escuchar y encontrarnos con Dios.
Y más que propiciar un silencio
exterior hay que propiciar el interior; hay que ELIMINAR TODOS LOS RUIDOS que intervienen negativamente en la
oración, ruidos que distraen o, incluso, impiden realizar la oración.
EL SILENCIO EXTERIOR
“Tú, en cambio,
cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de CERRAR LA PUERTA, ora a
tu Padre que está allí, en lo secreto…” (Mt 6,
6).
Muy difícilmente escucharemos a
Dios si estamos sumergidos en un contexto caótico lleno agitación, de
palabrería y de dispersión. Es importante el silencio de la lengua, de los
medios de comunicación, de cosas y de personas.
Este silencio es el más fácil,
basta con internarse en un bosque, estar en la cima de una montaña, entrar en
una capilla solitaria, etc.
EL SILENCIO INTERIOR
El encuentro con Dios se da en el
silencio del alma. Es importante conocer los ruidos que también podríamos
llamar “interiores” para superarlos en la
serenidad.
Estos son ruidos tremendos que no
nos permiten el encuentro con Dios en la oración, ya sea esta comunitaria
(verbal, litúrgica) cuando se reza, como –y con mayor razón- en la personal
(oración mental: contemplación, meditación) cuando se ora.
Son ruidos silenciosos que,
aunque no salgan a flote, anidan en la profundidad de la persona. Son ruidos
que, incluso, a la larga nos van enfermando. Recordemos algunos:
1. EL RUIDO DEL ODIO: Este
sentimiento hace inviable la oración, pues la persona no tiene vida espiritual
o vida de Dios pues prescinde del otro. Bien lo dice san Juan: “Todo el que aborrece a su hermano es un asesino” (1
Jn 3, 15).
2. EL RUIDO DE LA CRÍTICA A DIOS: Cuando le reprochamos a Dios lo malo que nos pasa o vemos. Este ruido
silencioso nos hace callar al ser una actitud de reproche, crea distancias y
elimina deseos de diálogo con Dios. Con un sentimiento de disgusto contra Dios
se impide entablar un diálogo sereno.
3. EL RUIDO DEL RENCOR: El enfado por algo o contra alguien, si no se elimina a tiempo, se puede
convertir en rencor. Este ruido es negativo hasta para la salud física y
psicológica. Aquí conviene recordar que una condición previa para la oración
es tener un corazón reconciliado (Mt 5, 24).
4. EL RUIDO DEL ORGULLO: Este ruido silencioso es exceso de amor propio, un amor hacia los
propios méritos por lo que la persona se cree superior a las demás o no
necesitada de Dios.
5. EL RUIDO DE LA ENVIDIA: Este ruido silencioso hace que no se alabe a nadie ni se hable bien de
alguien. Es un ruido que desconoce los propios talentos negando la acción de
Dios en la propia vida, esto crea tensión contra Él.
6. EL RUIDO DEL MIEDO: Impide
confiar en Dios y en su providencia. Incluso se cree que a Dios no le
importamos.
7. EL RUIDO DE
LAS PREOCUPACIONES: Estas circunstancias absorben la atención. No hay la debida cercanía con
Dios, hay incomunicación pues las preocupaciones generan inquietud.
8. EL RUIDO DE LA DEBILIDAD: Es prácticamente el silencio de la impotencia. Se cree que la oración no
es posible, o que sea ineficaz. No se sabe qué hacer o decir en la oración y se
decide no hacerla.
9. EL RUIDO DE LA ACOMODACIÓN EN EL PECADO: El recuerdo del propio pecado y/o la complacencia o la instalación en el
mismo es un ancla que nos impide elevarnos a Dios, o sintonizarnos con Él.
10.- EL RUIDO DE
LA VANIDAD: La inclinación a amoldarnos a la mentalidad del mundo y a sus
frivolidades acaparan la atención y hacen que la oración sea inviable al no
considerarla algo prioritario en la vida.
11.- EL RUIDO DEL
PROPIO PASADO PERSONAL:
Un pasado en el que no se ha tenido experiencia ni
de Dios ni de oración. Además el recuerdo de los errores del pasado crea un
desasosiego e inquietud interior.
12. EL RUIDO DE
LAS FANTASÍAS: Una imaginación desbordada que no se controla genera fantasías de todo
tipo que impiden escuchar la voz de Dios.
Conviene recordar estos ruidos y
detectar otros tantos para luego reconocerlos como un problema, porque sólo de
esta manera podemos hacer algo para superarlos y favorecer la oración.
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