Cristo Sufrió y
asumió el sufrimiento como instrumento de salvación ¿Podremos seguir su
ejemplo?
Por: P. Eusebio Gómez Navarro OCD | Fuente: eusebiogomeznavarro.org
Por: P. Eusebio Gómez Navarro OCD | Fuente: eusebiogomeznavarro.org
Un rayó cayó en un frutal y rompió la mayor
parte de las ramas. Sin embargo, una de ellas quedaba sujeta al tronco por unas
pocas fibras y por la corteza, gracias a lo cual daba todavía frutos.
La adversidad, el sufrimiento, forma parte de
nuestra existencia. Una infinita gama de dolor, de sufrimiento acosan al ser
humano. El mal, el sufrimiento, no entraba en los planes de Dios, el pecado nos
lo trajo y desde entonces se pasea entre nosotros. Para el cristiano la
enfermedad, el dolor, tiene que ser una escuela de santificación, “signo de predilección divina”, oportunidad de
crecimiento.
“¿Puede engendrar felicidad
la adversidad?”, pregunta José Luis Martín Descalzo. Él mismo da
esta respuesta: “Puede engendrar, al menos, muchas
cosas: Hondura de alma, plenitud de condición humana, nuevos caminos para
descubrir más luz, para acercarnos a Dios. Por eso no hay que tenerle miedo al
dolor. Lo mismo que no le tenemos miedo a la noche. Sabemos que el sol sigue
saliendo aunque no lo veamos. Sabemos que volverá. Dios no desaparece cuando
sufrimos. Esta ahí, de otro modo, como está el sol, cuando se ha ido de
nuestros ojos”.
Cristo sintió el amargor del cáliz y el abandono
del Padre. Sufrió y asumió el sufrimiento como instrumento de salvación. El
vino para salvar siempre. “Decidle a Juan lo que
habéis visto y oído; los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan
limpios, los sordos oyen y a los pobres se les anuncia el Evangelio” (Lc
7, 22). Según el Evangelio, Cristo recorría toda Galilea enseñando y curando
toda enfermedad y dolencia…Y se extendía su fama. y le traían a todos los que padecían
algún mal: a los atacados de diferentes enfermedades y dolores y a los
endemoniados, lunáticos y paralíticos; y los curaba (Mt 40, 23-25).
Cristo se acerca al que sufre y con él usa
gestos de amor: palabras, silencios... A él le oye, le ve, le toca, le toma de
la mano y camina con él (Jn 9, 1). Como siente compasión por el que sufre, a
todos sana. Cristo sigue acercándose a cada uno de los que sufren. Será bueno
tener fe en él y poner los ojos en él, no estar sin su presencia y amistad.
El Dios que se nos revela en Jesús es un Dios
que comparte con el ser humano su situación, la de caminante y peregrino, la de
un ser débil como el barro. Sentirse débil, cansado, perdido y rezar a Dios, es
disipar dudas, temores, reponer fuerzas para seguir en el camino.
En los momentos de dificultad, hay que doblar la
rodilla y levantar el corazón y la mirada al cielo. Louis Veuillot, tras la
muerte de su mujer y de sus tres hijos, pasaba mucho tiempo orando. A un amigo
que le miraba, le dijo: “No estoy derribado en
tierra; estoy sencillamente de rodillas”.
Ramón Font cuenta cómo a una joven le ayudó la
oración durante 9 horas que estuvo encaramada en un árbol en medio del río
Segre. Aquella mucha rezaba continuamente. “Me
impresionó comprobar que en momentos difíciles, aquél en concreto para la
chica, lo único que la sostenía y daba fuerzas era ese Dios que está al lado de
quienes sufren, de quienes le reclaman y de quienes le quieren”.
Leonard Cohen, escritor, compositor y cantante,
nacido en Montreal, Canadá, que ha actuado en casi todos los países del mundo,
afirma: “Si me siento flácido, hago ejercicio. Si
me siento perezoso mentalmente, procuro meditar. Si me siento perdido, rezo”.
“A voz en grito clamo al
Señor, a voz en grito suplico al Señor; desahogo ante él mis afanes, expongo
ante él mi angustia” (Sal 141, 2).
El itinerario de la oración pasa por noches que
son pruebas de angustia y desesperación. “Cuando
nos veamos cubiertos de tinieblas, sobre todo si no somos nosotros la causa, no
temblemos. Considera que estas tinieblas que te cubren te las ha enviado la
providencia de Dios, por razones que solo él conoce, pues nuestra alma, a veces
se ahoga y es engullida por las olas. Entonces, aunque nos dediquemos a la
lectura de las Escrituras o a la oración, hagamos lo que hagamos nos encerramos
cada vez más en las tinieblas (…). Son unos momentos llenos de desesperación y
temor, porque la esperanza en Dios y el consuelo de la fe han abandonado
totalmente al alma, que está llena de dudas y angustia.
Aquellos a quienes la confusión ha puesto a
prueba, en un momento determinado, sabrán que al final se producirá un cambio.
Dios no nos abandona jamás en ese estado, pues eso destruiría la esperanza (…)
sino que la permite salir rápidamente de esta situación.
Bienaventurado el que soporte estas
tentaciones... Después de la gracia viene la prueba. Hay un tiempo para la
prueba. Y hay también un tiempo para el consuelo” (Isaac El Sirio)
El sufrimiento purifica. Ante cualquier tragedia
o cruz, sobran todas las explicaciones. Sólo la fe, el silencio y el misterio
tienen la respuesta acertada. Cuando el dolor aprieta, cuando las calamidades
públicas azotan sin compasión, en momentos de dificultad la gente eleva los
ojos a Dios. Así rezan estos versos: “En un pueblo de la costa,
cuando el mar da poca pesca, a la iglesia van los hombres. Cuando mucha, a la
taberna”.
El Maestro invita a ser sus discípulos, a
seguirle, a cargar con la cruz, a dar la vida por los demás. En la historia ha
habido testimonios elocuentes de entrega como el P. Damián, Madre Teresa,
Maximiliano Kolbe... Muchos otros, sin ser tan famosos, donan órganos para que
otros puedan aprovecharse de ellos.
Es bueno pedir, sin dudar. El Pastor de Hermas,
decía: “Pídele sin titubear y conocerás que su gran
misericordia no te abandona, sino que dará cumplimiento a la petición de tu
alma”.
Es bien conocida la oración: “Dios concédeme serenidad para aceptar las cosas que no
puedo cambiar. Valor para cambiar aquellas cosas que puedo, y sabiduría para
reconocer la diferencia”.
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