¿Nos podemos imaginar un Dios que
creara almas y más almas a sabiendas de que todas acaban siendo pasto del fuego
eterno? ¿Podemos imaginar un Dios bondad infinita que crea y sigue creando
millones de almas para sufrir sin fin? Dios como origen de un río de almas que
desemboca en un lago de fuego.
Evidentemente,
no. Las cosas no pueden ser así. No se puede responder a esto con un sencillo:
así lo han querido, así lo han decidido de un modo libre. Si las cosas fuesen
así, Dios cerraría el grifo de la creación de espíritus. Dios crea para hacer
felices.
Si la
mitad de las almas creadas tuvieran como destino la condenación eterna,
seguiría siendo una cifra demasiado elevada. Una cuarta parte seguiría siendo
una cifra monstruosa. Una décima parte continuaría siendo una cantidad
demasiado horripilante.
Por
puro sentido común, las cifras deberían estar por debajo del 1%. Permítaseme
enfocar este asunto crucial desde un punto de vista tan subjetivo. Pero creo
que el sentido común no es un mal enfoque de este tema. Un 1% es una cifra que
comienza a ser razonable, pero sigue siendo enorme. Un condenado eterno por
cada mil seres gozando felices es una cifra que me convence más.
Entre
el uno por ciento o el uno por mil, es la segunda proporción la que me
convence. Aunque la cifra del 1% comienza a ser razonable, es la cifra del uno
por mil la que pienso que se aproxima a la realidad: ésa o alguna cifra por
debajo de esa terrible proporción. ¿Uno por cada 5.000 espíritus? ¿O menos?
¿Quién lo sabe? Pero por ahí, tal vez, van las proporciones. Es la humilde
opinión de alguien que lleva toda una vida reflexionando sobre la condenación
eterna.
Perdóneseme
el haber sido tan burdamente concreto en estas consideraciones. Pero si yo
hubiera afrontado este interrogante de forma más “seria”, mi opinión no hubiera
quedado tan clara. Qué terrible la opinión de aquellos que piensan que la
mayoría de los hijos de Dios se condenan. Una mera cuestión de número como
ésta, sin duda, deforma la idea que uno tiene de Dios.
MÁS REFLEXIONES SOBRE EL INFIERNO
Me gustaría
seguir reflexionando sobre los condenados al infierno. Si Dios no pusiera su
mano, el condenado podría sumirse cada vez más en la tristeza y en la rabia. Es
decir, ¿qué impediría que su odio pudiera aumentar sin fin durante toda la
eternidad? Si esto sucediera, algunos condenados llegarían a abismos
sencillamente increíbles de sufrimiento. ¿Qué impide un aumento eterno del
dolor?
En un infierno
dejado de la mano de Dios, esto podría ser. Pero tal pensamiento resulta
intolerable. El peso de sufrimiento que se generaría resulta difícil de
soportar para cualquier inteligencia que trate de imaginarlo y ponderarlo.
Parece más
razonable que Dios ponga un límite a la tristeza y el odio a través de su
intervención. De manera que el sufrimiento del estado sin Dios sea eterno, pero
no creciente.
De lo dicho se observa que existen varios
infiernos posibles. Éste que hoy he comentado sería abrumador. De entre todos
los infiernos posibles, podemos esperar que Dios haya permitido que exista el
menos doloroso para sus moradores.
P.
FORTEA
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