viernes, 14 de octubre de 2016

CÓMO SE ENFRIÓ EL FERVOR MISIONERO EN LA IGLESIA CATÓLICA


La idea de que todas las religiones son equivalentes enfrió el fervor misionero católico.
Si todas más o menos se equivalen ¿qué interés tiene evangelizar otros continentes?
La pérdida de fervor misionero hay que buscarlo dentro de la Iglesia y según el Padre Piero Gheddo, sus raíces están en el Concilio Vaticano II.
Y por más que desde el pontificado se envíen mensajes para impulsar la misión, el espíritu del relativismo ha hecho su obra interna y es trabajoso revertir la situación.
EL ENFRIAMIENTO DEL FERVOR MISIONERO
Hace unos años publicábamos una noticia insólita Desata polémica un misionero que vivió 40 años entre los yanomami y no bautizó a ninguno “por gracia de Dios” y nos preguntábamos ¿cómo puede ser que un misionero se negara a bautizar a estos indígenas?
Pero no se trata de algo aislado porque también estaría pasando ahora entre los países árabes.
Ya que hace también unos años publicamos un artículo sobre las resistencias de obispos a sacerdotes a bautizar a los que quieren convertirse, ver aquí.
Esta tendencia, que parece ser una resistencia contra la acción misionera evangelizadora, es tratada por el padre Piero Gheddo, un misionero que participó como asesor del Concilio Vaticano II, y explica que tal actitud surgió en la interpretación post Concilio sobre los acuerdos del mismo.
Él expresa que se consideró que la acción misionera.
“Reducía la obligación religiosa de evangelizar a un compromiso social.
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Lo importante es amar al prójimo, hacer el bien, dar testimonio de servicio.
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Como si la Iglesia fuese una agencia de ayuda y de socorro de emergencia para remediar a las injusticias y las plagas de la sociedad.
Se exaltaban el análisis ‘científico’ del marxismo y el tercermundismo.
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Se proclamaban como verdades tesis del todo falsas.
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Por ejemplo, que no es importante que los pueblos se conviertan a Cristo, con tal que acojan el mensaje de amor y paz del Evangelio”.
La crítica no es nueva. Y ha sido dirigida por los últimos papas, en numerosas ocasiones, a la generalidad de la Iglesia Católica, alentando para que reavive su enfriado espíritu misionero.
El punto de inflexión fue el concilio Vaticano II.
“Hasta el concilio la Iglesia vivía una estación de fervor misionero hoy inimaginable”, recuerda el padre Piero Gheddo, del Pontificio Instituto de las Misiones Extranjeras, que fue uno de los expertos llamados al concilio por Juan XXIII para trabajar en la redacción del documento sobre las misiones.
Pero después hubo un colapso repentino.
Tanto es así que en 1990, veinticinco años después de la aprobación del decreto conciliar “Ad gentes”, Juan Pablo II sintió la necesidad de dedicar a las misiones una encíclica, la “Redemptoris missio”, precisamente para despertar a la Iglesia de su letargo.
El Padre Gheddo fue llamado para trabajar en la redacción de esta encíclica. Y dice: “Juan Pablo II, con la ‘Redemptoris missio’, deseaba ciertamente confirmar el decreto conciliar ‘Ad gentes’, pero quería también colmar una laguna de ese texto, muy bello, pero apresurado e incompleto.
Es decir, quería tratar temas que en el Vaticano II habían sido examinados con demasiada prisa, o incluso se habían ignorado.
Puedo afirmar esto, pues me reuní varias veces con el Papa mientras yo preparaba las tres redacciones del documento, entre octubre de 1989 y julio de 1990”.
DURANTE EL CONCILIO
Sobre el caso del decreto conciliar “Ad gentes”, que él ayudó a escribir, el padre Gheddo dice:
“El decreto tuvo un camino muy laborioso y controvertido.
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Ante todo, las exigencias y las soluciones propuestas por los padres conciliares eran muy distintas según los continentes.
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Por poner un ejemplo que recuerdo bien.
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Las Iglesias asiáticas, ricas de vocaciones y con una antigua tradición de celibato en las religiones locales, insistían en mantener el celibato sacerdotal.
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Desde América Latina y África, en cambio, algunos episcopados pedían su abolición, o la admisión del clero casado bajo ciertas condiciones”.
El documento corrió el riesgo incluso de ser cancelado. Sigue el relato de padre Gheddo: “Las dificultades aumentan cuando el 23 de abril de 1964, entre la II y la III sesión conciliar, la secretaría del concilio manda una carta a nuestra comisión: el esquema sobre las misiones debe reducirse a pocas propuestas.
Ya no debía ser un texto largo y razonado, sino una simple enumeración de propuestas.
La idea era simplificar los trabajos del concilio para que éste concluyera con la III sesión.
Algunos textos basilares podían ser bastante amplios; otros, considerados menos importantes, tenían que limitarse a pocas páginas de propuestas.
Era voz común que los gastos para los padres conciliares, unos 2.400 en total, y el aparato del concilio, eran totalmente insostenibles para la Santa Sede”.
“La comisión de las misiones trabajaba a marchas forzadas, también por la noche, para respetar esta petición, concentrando el texto en 13 propuestas.
Pero apenas la noticia se difunde entre los obispos llegan las protestas, algunas vehementes como la del cardenal Frings de Colonia, que envía una carta a los obispos alemanes y a otros, incitándoles a protestar.
“¡Pero cómo! ¿Se afirma que el esfuerzo misionero es esencial para la Iglesia y después se quiere reducirlo a pocas páginas? Incomprensible, imposible, inaceptable””.
“Un grupo de obispos pide la abolición del documento sobre las misiones, integrando el material en la constitución “Lumen gentium” sobre la Iglesia.
Otros, en cambio, más numerosos y aguerridos (entre ellos había misioneros ‘de foresta’ que con solo verlos era imposible decirles que no), proceden a ponerse en contacto personalmente, uno por uno, con todos los padres conciliares, conquistando seguidores.
La batalla en el aula se concluye con éxito: solo 311 padres conciliares se pronuncian en favor del documento sobre las misiones reducido a 13 propuestas.
Los otros 1.601 piden que el decreto misionero se salve integralmente.
Su suerte se reenvía a la IV sesión del concilio, la más larga de todas, desde el 14 de septiembre al 8 de diciembre de 1965.
Uno de los puntos de controversia se refiere al papel de la congregación vaticana “Propaganda Fide”:
“Por un lado se solicitaba incluso la abolición de la congregación para la evangelización de los no cristianos.
Por otra, muchos padres pedían que se potenciara aún más para así recuperar su papel guía, superando así la función sólo jurídica y de financiación de las diócesis misioneras que hasta ese momento había asumido”.
“Efectivamente, desde su nacimiento en 1622 hasta principios del siglo XX, ‘Propaganda Fide’ había tenido un papel fuerte, vigoroso, en la estrategia y en la guía concreta del trabajo misionero, como también en la vida de los institutos y de los mismos misioneros.
Pero posteriormente su papel se redujo, mientras adquiría mayor fuerza la secretaría de Estado, con las relativas nunciaturas apostólicas.
No pocos obispos querían, por tanto, reforzar la congregación de las misiones, de cuya libertad de acción sentían la necesidad, para garantizar así su misma libertad”.
La petición de estos obispos misioneros no llegó a buen puerto – dice el padre Gheddo  – “también porque la tendencia a la centralización y unificación del gobierno de la Iglesia era, quizás, inevitable“.
Viceversa, sobre otro punto controvertido, a un grupo de obispos de las regiones amazónicas el éxito les sonrió: “Es un hecho que he seguido personalmente”, recuerda el padre Gheddo. “Mons. Arcangelo Cerqua del PIME, prelado de Parintins en la Amazonia brasileña, y Mons. Aristide Pirovano, también él del PIME, prelado de Macapà en Amazonia, se hicieron promotores de una ‘acción cabildea’ que llevó a incluir en el decreto ‘Ad gentes’, en el último momento, la nota 37 del capítulo 6, que equipara las prelaturas de la Amazonia brasileña (en esa época 35), pero también muchas otras de América Latina, con los territorios misioneros dependientes de ‘Propaganda Fide’.
Sin esta equiparación, América Latina habría quedado excluida de las ayudas de las pontificias obras misioneras de las cuales se beneficia actualmente”.
Comenta el padre Gheddo:
“Hechos como estos, pero también otros muchos, como por ejemplo la aprobación de la colegialidad del Papa con el episcopado, confirman la evidente intervención del Espíritu Santo guiando la asamblea del Vaticano II“.
DESPUÉS DEL CONCILIO
Una vez ya en el inmediato postconcilio, sin embargo, el sueño de un nuevo Pentecostés misionero cedió el paso a una tendencia opuesta.
Recuerda el padre Gheddo:
“Se reducía la obligación religiosa de evangelizar a compromiso social: lo importante es amar al prójimo, hacer el bien, dar testimonio de servicio, como si la Iglesia fuese una agencia de ayuda y de socorro de emergencia para remediar a las injusticias y las plagas de la sociedad.
Se exaltaban el análisis ‘científico’ del marxismo y el tercermundismo.
Se proclamaban como verdades tesis del todo falsas: por ejemplo, que no es importante que los pueblos se conviertan a Cristo, con tal que acojan el mensaje de amor y paz del Evangelio”.
Estas tendencias se manifiestan también entre los obispos que participan, en 1974, en el sínodo sobre la evangelización.
Es Pablo VI, con la exhortación apostólica postsinodal “Evangelii nuntiandi” de 1975, quien reafirma con fuerza que
“incluso el testimonio más bello se revelará a la larga impotente si el nombre, la enseñanza, la vida y las promesas, el reino, el misterio de Jesús de Nazaret, Hijo de Dios, no son proclamados”.
“Pero no se escuchó a Pablo VI”, comenta el padre Gheddo.
Y tampoco a su sucesor, Juan Pablo II, con la encíclica “Redemptoris missio” de 1990 tuvo que enfrentarse a un muro de incomprensión.
Recuerda el padre Gheddo, que colaboró con el Papa en la redacción de la misma: “No pocos, en la curia vaticana, contestaron esa encíclica antes incluso de que saliera.
Decían: ‘Una encíclica es demasiado, sería suficiente una carta apostólica, como se hace para el aniversario de un texto conciliar’.
Pero también después de su salida la ‘Redemptoris missio’ fue infravalorada en la Iglesia por teólogos, “misiologos”, revistas misioneras.
Decían: ‘No dice nada nuevo’.
Pero en cambio introducía temas nuevos y absolutamente revolucionarios, nunca mencionados por el decreto conciliar ‘Ad gentes’, como por ejemplo en el capítulo titulado ‘Promover el desarrollo, educando las conciencias’.
Tenía razón Juan Pablo II cuando constataba que en la historia de la Iglesia el impulso misionero ha sido siempre signo de vitalidad, y como su disminución es signo de una crisis de fe”.
Prosigue el padre Gheddo: “Observando hoy las revistas y los libros, los congresos, las campañas de entes y organismos misioneros, uno se pregunta si la ‘Redemptoris missio’ es conocida y vivida.
Digamos la verdad. La gravísima disminución de las vocaciones misioneras depende también de cómo se presenta la figura del misionero y la misión ad gentes”.
“Hace medio siglo se hacían vigilias y marchas misioneras haciendo hablar a los misioneros sobre el terreno.
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Pidiendo a Dios más vocaciones para la misión ad gentes y animando a los jóvenes a ofrecer sus vidas por las misiones.
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Hoy prevalece la movilización sobre temas como la venta de armas, la recogida de firmas contra la deuda externa de los países africanos, el agua como bien público, la deforestación, etc.
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Cuando temas como estos adquieren el peso mayor en la animación misionera, es inevitable que el misionero quede reducido a un operador social y político”.
“Juan Pablo II escribió en la ‘Redemptoris missio’: ‘La misión ad gentes está todavía en los comienzos’.
No conocemos los planes de Dios, pero probablemente también este periodo de estancamiento de la misión ad gentes tiene su significado positivo.
Lo entenderemos, tal vez, dentro de medio siglo”.
LA MISIÓN DE LOS CATÓLICOS ESTÁ APRISIONADA POR EL RELATIVISMO
El papa Francisco, hablando sobre las misiones, ha dicho que hoy los obstáculos de la misión son de ‘desde dentro’ de la iglesia.
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Donde se extiende la creencia que anunciar una verdad a los demás significa falta de respeto a la libertad.
Esta creencia se basa en la idea de que la verdad no existe o no es importante, es decir, en el relativismo.
Examinemos los cinco puntos que ha manejado el Papa Francisco.

Primero: “la fe es un regalo precioso de Dios, que abre nuestra mente porque lo podemos conocer y amar”.
Es el mayor regalo que Dios nos da. Y es un regalo que no se puede mantener sólo para sí mismo, sino que debe ser compartido.
Si queremos mantenerlo sólo para nosotros mismos, nos convertiremos aislados, estériles cristianos enfermos.
Si la fe de una parroquia, pueblo, un movimiento, una comunidad es sólida, entonces es vista por la habilidad de comunicarla al otro misionando.

Segundo: todos somos misioneros. No sólo los que van en misiones a tierras lejanas, no sólo a los sacerdotes y monjas.
Es una gran enseñanza del Concilio Vaticano II. También se aplica a los movimientos y Francisco invita a cada persona y grupo responsable de la iglesia a dar relieve a la dimensión misionera.
De hecho, “la misión no es sólo una dimensión programática en la vida cristiana, sino también una dimensión paradigmática que cubre todos los aspectos de la vida cristiana.”

En tercer lugar, “a menudo el trabajo de evangelización tiene obstáculos no sólo afuera, sino dentro de la comunidad eclesial”.
A veces es la debilidad humana. Pero otras veces, que es mucho más grave, insinúa, relativismo y“se piensa que […] traer la verdad del Evangelio es violentar la libertad”.
Pero también hay otra forma de relativismo: “anunciar a Cristo sin la iglesia”, anunciar sus opiniones subjetivas sobre Cristo en lugar de la doctrina católica.
Francisco menciona “Evangelii nuntiandi” del venerable Papa Pablo VI: “cuando el predicador más desconocido, el misionero, el pastor o un catequista anuncia el Evangelio, reúne a la comunidad, transmite la fe, administra un Sacramento, incluso si está sólo, es un acto de la iglesia”.
No está actuando en virtud de la inspiración personal, sino en unión con la misión de la iglesia y en nombre de ella.
Cuarto: el contexto de la misión de hoy es difícil y fascinante.
Cada vez más en grandes áreas de regiones tradicionalmente cristianas crece el número de aquellos que son extraños a la fe, indiferentes a la dimensión religiosa o están animados por otras creencias.
No infrecuentemente, algunos bautizados toman decisiones de vida que les alejan de la fe. La crisis económica se conecta a una crisis del significado profundo de la vida y los valores fundamentales.
En muchas partes del mundo, la violencia se vuelve endémica y genera incertidumbre.
“En esta compleja situación, donde el horizonte del presente y el futuro parece traer nubes amenazantes, y hace aún más urgente a llevar con audacia el Evangelio de Cristo”.
La iglesia -lo repito una vez más- no es una organización de bienestar, un negocio, una ONG, sino es una comunidad de individuos por la acción del Espíritu Santo.
Que vivieron y viven el asombro del encuentro con Jesucristo y desean compartir la experiencia de profunda alegría, compartir el mensaje de salvación que el Señor nos ha traído”

Quinto: hoy asistimos a un fenómeno nuevo. Los católicos de África, Asia y América Latina prestan su servicio pastoral en Europa.
“Las jóvenes iglesias están esforzándose generosamente enviando misioneros a las iglesias que están en dificultad -a menudo iglesias cristianas de antigua tradición- trayendo la frescura y el entusiasmo con que viven la fe que renueva la vida y da esperanza”.
Las iglesias de Europa deben corresponder al regalo primero, apoyando y ayudando a “los cristianos que, en varias partes del mundo, se encuentran en dificultad de profesar su fe abiertamente y el derecho a vivirla en dignidad.
Son nuestros hermanos y hermanas, valientes testigos -aún más numerosos que los mártires en los primeros siglos- que soportan con perseverancia”.
Fuentes:

Foros de la Virgen María

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