REDACCIÓN CENTRAL, 29 Sep. 16 / 01:55 pm (ACI).- San Miguel
es conocido como el “príncipe de los espíritus
celestiales” o como “jefe o cabeza de la
milicia celestial”. La Iglesia le da el más alto
lugar entre los Arcángeles y ya desde antiguo aparece como defensor del pueblo
de Dios contra el demonio, incluso en los últimos instantes de vida.
Se dice que en una ocasión San Anselmo contó de un religioso piadoso que
recibió grandes tentaciones del demonio justo cuando estaba a punto de morir.
El enemigo se le presentó acusándolo de todos los pecados que había cometido
antes de su bautismo tardío, pero San Miguel Arcángel también se apareció y le
respondió que todos esos pecados quedaron borrados con el Bautismo.
Luego satanás acusó al religioso de los pecados cometidos después del
bautismo y San Miguel replicó que estos fueron perdonados con la confesión
general que hizo antes de profesar.
El maligno entonces lo acusó de las ofensas y negligencias de su vida
religiosa, pero el Arcángel alegó que esos habían quedado perdonados por sus
confesiones y por todos los buenos actos que hizo en su vida religiosa, de
manera especial por la obediencia a su superior. Luego añadió que lo que le
quedaba por expiar lo había hecho a través del sufrimiento de la enfermedad que
el religioso vivó con resignación y paz.
Otro relato sobre la protección de San Miguel Arcángel a los moribundos
se encuentra en los escritos de San Alfonso María de Ligorio, quien narró que
había un hombre polaco de la nobleza que estuvo viviendo por muchos años en
pecado mortal y lejos de la vida de Dios. Cuando ya estaba moribundo, se
encontraba lleno de terror, torturado por los remordimientos y con
desesperación.
No obstante, aquel hombre había sido devoto de San Miguel Arcángel y
Dios, en su misericordia, permitió que el jefe de la milicia celestial se le
apareciera y lo alentara al arrepentimiento. Asimismo le dijo que había orado
por él y que le había obtenido más tiempo de vida para que lograra salvarse.
Al poco rato llegaron a la casa de aquel agonizante dos sacerdotes
dominicos, quienes dijeron que se les había aparecido un joven extraño
pidiéndoles que fueran a ver al moribundo. Es así que el pecador se confesó con
lágrimas de sincero arrepentimiento, recibió la Santa Comunión y murió
reconciliado con Dios en brazos de estos dos presbíteros.
Por Abel Camasca
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