jueves, 8 de septiembre de 2016

EL FAMOSO MINISTERIO DE SANACIÓN DEL PADRE EMILIANO TARDIF


La curación cristiana luego de Jesús.

En el siglo pasado hubo un sacerdote canadiense que se hizo carismático y a partir de allí se convirtió en uno de los mas grandes sanadores con el poder de Cristo del siglo XX. Con la causa de beatificación iniciada, Emiliano Tardif (1928-1999) se consideraba “sólo como el burrito del Domingo de Ramos a quien le ha tocado la suerte de llevarlo [al evangelio funcionando] por los cinco continentes”.
Su testimonio de fe y sanación se expresa en una simple pregunta: “¿Qué de extraño tiene que nuestro Dios haga maravillas si El es un Dios maravillo­so?”. Acá presentamos su testimonio.

TUBERCULOSIS PULMONAR
En 1973, yo era provincial de mi Congregación, Misioneros del Sagrado Corazón, en la República Dominicana. Había trabajado demasiado, abusando de mi salud en los 16 años que tenía como misionero en el país. Pasé mucho tiempo en actividades materiales, construyendo iglesias, edificando seminarios, centros de promoción humana, de catequesis, etc. Siempre estaba buscando dinero para edificar casas y para dar alimento a nuestros seminaristas.

El Señor me permitió vivir todo ese activismo y, por el exceso de trabajo, caí enfermo. El 14 de junio de ese año en una asamblea del Movimiento Familiar Cristiano me sentí mal, muy mal. Tuvieron que llevarme inmediatamente al Centro Médico Nacional. Estaba tan grave que pensaba que no podría pasar la noche. Creí realmente que me iba a morir pronto. Muchas veces había meditado sobre la muerte y predicado sobre ella, pero nunca había hecho el ensayo de morirme, y esto no me gustó.

Los médicos me hicieron análisis muy detenidos, detectándome tuberculosis pulmonar aguda. Al ver que estaba tan enfermo pensé volver a mi país, Quebec, Canadá, donde nací y vive mi familia. Pero estaba tan delicado que no podía hacerlo entonces. Tuve que esperar quince días bajo tratamientos con reconstituyentes, para realizar el viaje.

En Canadá me internaron en un centro médico especializado donde los médicos me volvieron a examinar, pues querían estar bien seguros de cuál era mi enfermedad. El mes de julio se lo pasaron haciendo análisis, biopsia, radiografías, etc. Después de todos estos estudios, confirmaron de manera científica que la tuberculosis pulmonar aguda había lesionado gravemente los dos pulmones. Para animarme un poco me dijeron que tal vez después de un año de tratamiento y reposo podría volver a mi casa.

Un día recibí dos visitas muy peculiares. Primero llegó el sacerdote director de RND -Revista “Notre Dame”- quien me pidió permiso de tomarme una fotografía para el artículo: “Cómo Vivir con su Enfermedad”.

Aún él no se despedía cuando entraron cinco seglares de un grupo de oración de la Renovación Carismática. En República Dominicana me había burlado mucho de la Renovación Carismática, afirmando que América latina no necesitaba don de lenguas sino promoción humana, y ahora ellos venían a orar desinteresadamente por mí.

Estas visitas tenían dos enfoques totalmente diferentes: el primero para aceptar la enfermedad. El segundo para recobrar la salud.

Como sacerdote misionero pensé que no era edificante rechazar la oración. Pero, sinceramente, la acepté más por educación que por convicción. No creía que una simple oración pudiera conseguirme la salud.

Ellos me dijeron muy convencidos.
— Vamos a hacer lo que dice el Evangelio “Impondrán las manos sobre los enfermos y éstos quedaran sanos”
Así que oraremos y el Señor te va a sanar.
Acto seguido se acercaron todos a la mecedora donde yo estaba sentado y me impusieron las manos. Yo nunca había visto algo semejante y no me gustó. Me sentí ridículo debajo de sus manos y me daba pena con la gente que pasaba afuera y se asomaba por la puerta que se había quedado abierta.
Entonces interrumpí la oración y les propuse:
— Si quieren, vamos a cerrar la puerta…
— Sí, padre, cómo no… -respondieron.
Cerraron la puerta, pero ya Jesús había entrado.
Durante la oración yo sentí un fuerte calor en mis pulmones. Pensé que era otro ataque de tuberculosis y que me iba a morir. Pero era el calor del amor de Jesús que me estaba tocando y sanando mis pulmones enfermos. Durante la oración hubo una profecía. El Señor me decía. “Yo haré de ti un testigo de mi amor”. Jesús vivo estaba dando vida, no sólo a mis pulmones sino a mi sacerdocio y a todo mi ser.
A los tres o cuatro días me sentía perfectamente bien. Tenía apetito, dormía bien y no había dolor alguno. Los médicos estaban preparados para comenzar inmediatamente el tratamiento. Sin embargo, ningún medicamento les respondía de acuerdo a mi supuesta enfermedad. Entonces mandaron traer unas inyecciones especiales para gentes cuyo organismo no es normal, pero tampoco hubo reacción alguna.

Yo me sentía bien y quería regresar a casa, pero ellos me obligaron a pasar el mes de agosto en el hospital buscando por todos lados la tuberculosis que se les había escapado y no podían encontrar.

Al final del mes, después de muchos experimentos el médico responsable me dijo:
— Padre, vuelva a su casa. Usted está perfectamente, pero esto va en contra de todas nuestras teorías médicas. No sabemos lo que ha pasado.
Luego, encogiendo los hombros, añadió.
— Padre, usted es un caso único en este hospital.
— En mi Congregación también -le respondí riendo.
Salí del hospital sin recetas, medicinas ni cuidados especiales. Me fui a casa pesando sólo 110 libras (50 kilos). El hospital que me iba a curar de tuberculosis me estaba matando de hambre.
Quince días después apareció el número 8 de la Revista “Notre Dame”. En la página cinco estaba mi fotografía del hospital: sentado en la célebre mecedora, con sondas, cara triste y mirada pensativa. Abajo de la fotografía decía: “El enfermo debe aprender a vivir con su enfermedad, acostumbrarse a las alusiones veladas a las preguntas indiscretas., y a los amigos que ya no volverán a mirarlo de la misma manera”. Pero mi salud echó a perder su número.
El Señor me había sanado. Mi fe era muy pequeña, tal vez del tamaño de un grano de mostaza, pero Dios era tan grande que no había dependido de mi pequeñez. Así es nuestro Dios. Si estuviera condicionado a nosotros, no sería Dios.

De esa manera yo recibí en carne propia la primera y fundamental enseñanza para el ministerio de curación: El Señor nos sana con la fe que tenemos No nos pide más, sólo eso.
El 15 de septiembre asistí a la primera reunión de oración carismática de mi vida. Ni sabía lo que era eso, pero fui, puesto que me había curado y las personas que habían orado por mí me pidieron que diera el testimonio de mi sanación.

Comencé a trabajar un poco ese mes de septiembre y le escribí a mi superior para que el año que yo debía estar hospitalizado me permitiera pasarlo estudiando la Renovación Carismática en Canadá y Estados Unidos. Me dio permiso y fui a los centros más importantes de Quebec, Pittsburg, Notre Dame y Arizona.

Recuerdo que estaba en los Ángeles celebrando misa con mi sobrina y un amigo. Después de leer el Evangelio en francés quise comentarlo, pero pasó algo muy curioso: sentí como que la mejilla se me adormecía y comencé a hablar algo que no entendía. No era ni francés, ni inglés, ni español. Cuando terminé de hablar, exclamé sorprendido:
— No me digan que voy a recibir el don de lenguas…
— Eso es lo que tú ya recibiste, tío -respondió mi sobrina-. Tú estabas hablando en lenguas.
Tanto que yo me había burlado del don de lenguas y el Señor me lo regaló en el momento en que iba a predicar. Así descubrí ese don tan hermoso del Señor.

NAGUA
Después del año que supuestamente debía pasar en el hospital regresé a la República Dominicana. Mi superior me destinó a una parroquia en la ciudad de Nagua.

Al llegar convoqué unas cuarenta personas para darles el testimonio de mi curación. Recuerdo que invité a los enfermos a pasar el frente para orar por ellos. Para mi sorpresa, había más gente en el grupo de enfermos que entre los sanos. Esa noche al Señor se le ocurrió sanar a dos de ellos. La asamblea estalló en gran alegría y los sanados daban testimonio por todas partes. Así, humildemente, comenzó una historia que no nos imaginábamos sería tan maravillosa.

A partir de las curaciones que el Señor realizaba, nuestro grupo se asemejaba al Banquete del Reino de los Cielos, los invitados eran los cojos, los sordos, los mudos y los pobres.

Cada semana el Señor sanaba enfermos. En agosto sanó a doña Sara que tenía cáncer en la matriz. Ella estaba desahuciada y la habían regresado del hospital para que muriera en su casa. La llevaron a la reunión y durante la oración por los enfermos sintió un profundo calor en el vientre y comenzó a llorar. Poco a poco se dio cuenta que la enfermedad desaparecía. A los quince días estaba completamente sana y volvió al grupo de oración para dar su testimonio, llevando en sus manos su mortaja; los vestidos que sus hijos le habían comprado para el día de la sepultura.

La gente venía en gran número. Todos cantaban con alegría y alababan a Dios espontáneamente. Ante las curaciones y prodigios estallaban de gozo y contaban a todo mundo lo que pasaba en la parroquia. A raíz de estas reuniones tan festivas y hermosas algunos sacerdotes comenzaron a decir sarcásticamen­te:
— El padre Emiliano se sanó de tuberculosis pero se enfermó de la cabeza.
Porque oraba en lenguas y creía en el poder sanador de Cristo, afirmaban que me había vuelto loco.
El Señor nos dijo mediante profecía:
“Yo trabajo en la paz. Les doy mi paz. Sean mensajeros de paz. Comienzo a derramar mi Espíritu en ustedes. Es un fuego devorador que va a invadir a la ciudad entera. Abran los ojos porque verán señales y prodigios que muchos desearon ver y no vieron. Yo lo digo y yo lo hago”.

Estábamos delante de la obra del Señor. De eso estábamos seguros. Los milagros continuaron tan numerosos que no los podría contar: parejas que vivían en concubinato se casaron, jóvenes fueron liberados de las drogas y el alcoholismo. Era la pesca milagrosa: después de haber pasado mucho tiempo lanzando el anzuelo, ahora el Señor llenaba tanto las redes que hasta se me imaginaba que la barca se hundiría (Lc 5,7).

Jesús estaba liberando a su pueblo de las cadenas de esclavitud. Los jóvenes que ya no se interesaban por la Iglesia y la fe, comenzaron a encontrar y proclamar que Jesús era su libertador.

En un retiro parroquial proclamamos a Jesús y luego oramos por la salud de los enfermos durante la Eucaristía. La primera palabra de conocimiento que tuve fue: “aquí hay una mujer que está siendo curada de cáncer. Ella siente un fuerte calor en su vientre”. Seguí orando y hubo otras palabras de conocimiento que fueron confirmadas por los testimonios. Sin embargo, nadie reportó la primera.

Al día siguiente una señora delante del micrófono dijo a todos:
— Tal vez se sorprendan por verme aquí. Soy pecadora pública que he pasado muchos años en la prostitución. Ayer quise venir a misa de sanación, más por la vida que he llevado, me dio vergüenza entrar y me quedé un poco lejos, atrás de la empalizada. Estaba enferma de cáncer. Incluso llevo dos operaciones que no han detenido la enfermedad, pero cuando el sacerdote dijo que una persona estaba siendo curada de cáncer sentí que era yo.

El Señor la sanó no sólo de cáncer de su cuerpo, sino también del cáncer de su alma. Se arrepintió y comulgó al día siguiente. Cuando la vi comulgar con tanta alegría y lágrimas de felicidad en su rostro, recordé el regreso del hijo pródigo que come el becerro cebado que su padre le había hecho matar. Ella estaba recibiendo al mismo Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, purificando su alma y cambiando su vida. Ella regresó al prostíbulo para testificar a sus compañeras con lágrimas en los ojos:
— No vengo a decirles que dejen esta vida. Sólo quiero hablarles de mi amigo Jesús que me rescató y cambió mi vida.

Les contó su curación y conversión. Luego pidió permiso para hacer un grupo de oración en el mismo prostíbulo y todos los lunes se cerraban las puertas al pecado y se abría el corazón a Jesús. Había oración, lectura de la Palabra y cantos.

El Señor no terminó allí su obra. Después de un año se organizó un retiro para 47 prostitutas de la ciudad. Es el retiro donde he visto actuar con más poder la misericordia de Dios.

Hubo arrepentimiento, conversión y confesiones. 27 dejaron su antigua vida, y según informes recientes, 21 han perseverado en el camino del Señor. Algunas hasta se han vuelto catequistas; otras animan grupos de oración testificando poderosamente cómo el amor misericordioso de Dios las ha transformado.

De las 21 casas de prostitución que había en la calle Mariano Pérez no quedaron más que cuatro. Personas del mismo grupo de oración visitaron todas estas casas v el Señor las transformó.

Aquí conviene mencionar otro caso de una de estas mujeres s, de las cuales Jesús dice que aventajarán a los escribas y fariseos en el Reino de los Cielos. Diana fue tocada por el amor de Dios y ella se entregó al Señor. Sin embargo, su restablecimiento fue lento y doloroso. Incluso tuvo una recaída en su antigua vida a causa de problemas económicos. Cuando se hallaba lejos, el Señor le habló y le dijo:
— Diana, quien me sigue, camina en la luz y no le falta nada.

Ella se arrepintió y volvió al Señor. Hasta que se hizo catequista y hoy día testifica con gran poder en los retiros la misericordia del Señor, formando parte de un equipo de evangelizaron y ya quisieran muchos sacerdotes el poder que ella tiene para proclamar la vida nueva en Cristo Jesús.

Según estadísticas en Nagua había unas 500 casas de prostitución. Más de un 80% cerró sus puertas. No todas se convirtieron pero sí todas fueron alcanzadas por el mensaje de Jesús vivo. Incluso varias de estas casas que estaban al servicio del pecado y el egoísmo, se convirtieron en casas para grupos de oración. Fue tan notorio el cambio que llegaron a decir;
“Nagua era la ciudad de la prostitución, pero ahora es la ciudad de la oración”

Hoy día no hay calle en Nagua sin grupo de oración. Estos son grupos evangelizadores que anuncian y llevan a las personas a un encuentro personal con Jesús vivo.

El caso de Nagua nos da una idea ahora de lo que son los carismas en la evangelización. No son adornos accidentales, sino vehículos de evangelización.

Hay muchos que niegan los carismas, diciendo que no tienen importancia. Simplemente les recuerdo que Nagua fue sacudida por el Evangelio y cambió su fama de “la ciudad de la prostitución” gracias a un retiro de prostitutas. Este retiro se llevó a cabo por una mujer que, como María Magdalena, siguió a Jesús y luego lo testificó. ¿Por qué? Porque fue sanada de cáncer.

Una humilde curación física desencadenó una transformación social. Así se instaura el Reino de Dios, a través de acontecimientos tan pequeños y sencillos que, como granos de mostaza, al germinar dan fruto abundante.

¿Quiénes somos los hombres para desechar los caminos de Dios?

PIMENTEL
Yo estaba muy feliz en Nagua trabajando con los grupos de oración, mas el Espíritu Santo me tenía preparada una gran sorpresa. En verdad que los caminos de Dios son diferentes a los nuestros (Is 55,8), pero incomparablemente mejores de lo que podemos pedir o pensar (Ef 3,20). El Padre provincial me pidió suplir temporalmente a un párroco que se iba de vacaciones.

Sinceramente me costaba mucho trabajo dejar Nagua. Siempre queremos asegurarnos con lo que tenemos y éste es el gran enemigo para abrirse a las sorpresas del Espíritu. La vida en el Espíritu es una vida de despojo, de no hacer nuestras las cosas de Dios, ni siquiera lo que llamamos “nuestro ministerio”. Estamos llamados a ser eternos peregrinos que viven en tiendas provisionales, dispuestos siempre para el viaje, sin boleto de regreso. Sólo cuando nada poseemos es cuando somos capaces de tenerlo todo.

El 10 de junio de 1974 llegué a mi nuevo destino: Pimentel, que es un pueblo simpático, situado en el centro del país y enmarcado por una fértil llanura, generosa en arroz, papa, cacao y naranja, gracias a las aguas de Río Cuaba. El pueblo es apenas cruzado por una calle sin pavimentar donde transitan burros y uno que otro automóvil o tractor. La Bandera Nacional que ondea en la municipalidad es saludada por la esbelta palmera, la acacia y el samán del parque público que está enfrente Del otro lado se levanta la parroquia de San Juan Bautista, cuyo nombre me hizo pensar que mi misión, como la de todo evangelizador, es de ser un precursor que anuncia la venida del Salvador. El Espíritu Santo me había traído aquí para ser testigo de la luz de Cristo resucitado.

Al llegar me entrevisté con el párroco que ya tenía sus maletas hechas. Sólo le pedí que me diera permiso de organizar un grupito de Renovación, porque sin oración no podía trabajar. A él no le gustaba, tenía miedo. No me lo negó porque yo lo iba a suplir para que se fuera de vacaciones, pero me dijo:
Está bien, haz el grupo, pero sin carismas.  Bueno -le contesté-, los carismas no los doy yo. Eso viene del Espíritu Santo. Si él quiere dar carismas a tu gente ¿qué puedo hacer yo?
— Haz lo que quieras -me contestó y se despidió. El verano de ese año fue muy caluroso, como presagio del fuego del Espíritu que nos invadiría. El que no crea que tenemos un Jesús vivo que hoy hace maravillas, no le conviene leer lo siguiente, pues le parecería increíble.
a- Primera reunión Durante las misas del primer Domingo invité a la gente para una conferencia sobre la Renovación Carismática, prometiéndoles contar el testimonio de mi curación. Asistieron unas 200 personas. Pero esa gente tenía tanta fe que en la noche llevaron un tullido en una camilla. Se le había roto la columna vertebral y no había vuelto a caminar desde hacía cinco años y medio.
Cuando los vi llegar con él en la camilla pensé que eran demasiado atrevidos, pero me recordaron a aquellos cuatro que llevaron a su amigo paralítico a Jesús (Mc 2,1-12). Oramos por él y le pedimos al Señor que por el poder de sus santas llagas sanara a este tullido. El hombre comenzó a sudar abundantemente y a temblar. Entonces recordé que cuando el Señor me sanó, yo también sentí mucho calor. Así que le ordené:
— El Señor te está sanando. ¡Levántate en el nombre de Jesús!
Le di la mano y él me miró muy sorprendido. Con mucho esfuerzo se levantó y comenzó a andar lentamente.
— ¡Sigue caminando en el nombre de Jesús -le grité- ¡El Señor te está sanando!
El daba un paso y otro paso. Llegó hasta el Sagrario y, llorando, daba gracias a Dios. Todo el mundo alababa al Señor mientras el curado salía llevando su camilla debajo del brazo. Ese día otras diez personas también fueron curadas por el amor de Jesucristo.
¡Qué sed tiene la gente de oración!. Se acercan a nosotros para pedirnos que les enseñemos a orar. Como Jesús, debemos enseñarles orando con ellos. No podemos desaprovechar esa maravillosa oportunidad. Si nosotros habláramos menos del Señor y habláramos más con El, ¡qué pronto se transformaría nuestro mundo! Es cierto que al Señor le agrada que hablemos de Él, pero más le gusta que hablemos con El.
b- Segunda reunión El siguiente miércoles llegaron más de 3,000 personas. Entonces realizamos la reunión en la calle porque no cabíamos en la iglesia. Como no se podía hacer asamblea de oración con tanta gente, prediqué media hora antes de celebrar la Eucaristía por los enfermos.
Había allí una mujer llamada Mercedes Domínguez. Tenía 10 años completamente ciega y durante la oración por los enfermos sintió un intenso frío en los ojos. Regresó a su casa muy emocionada, diciendo a todo mundo que podía ver un poco. ¡Al día siguiente amaneció completamente sana!
El Señor le abrió los ojos y ella abrió la boca para testificar por todas partes su maravillosa curación. Esta sanación impresionó mucho a todo el pueblo.
c- Tercera reunión Imagínense lo que sucedió la tercera semana. Nos fuimos al parque, al aire libre, para celebrar la gloria del Señor. Era como cuando Jesús llegaba a Cafarnaum o Betsaida. El mismo Jesús, vivo, llegaba a nuestro pueblo. El parque parecía la Piscina de Bezatá: llena de enfermos, ciegos, cojos y paralíticos, esperando su curación. Cf Jn 5,1-3.
“Bezatá” significa “Casa de la Misericordia”. Pimentel, el más pequeño de los pueblos, se había convertido en el lugar escogido por Dios para mostrar su misericordia. El ministerio de curación es el ministerio de la misericordia de Dios.
Esa noche había más de 7000 personas. Hicimos lo mismo: predicar el amor de Jesús; que él está vivo en su Iglesia y sigue actuando con signos y prodigios. Celebramos la misa y de nuevo el Señor comenzó a sanar enfermos. Era algo casi exagerado. Sucedía como en las bodas de Cana, que el Señor se le pasó la mano con el vino: le sobró tanto que se podía organizar otra boda. Cuando le pedimos algo, él nos da todo porque él no tiene límite en su poder ni en su amor. El no sana sólo a dos ni a tres; son cantidades enormes.
La policía estaba muy molesta porque tenía que trabajar horas extras tratando de controlar el excesivo tráfico en un pueblo tan pequeño. Entonces los oficiales fueron ante el jefe de policía a pedirle que prohibiera esas reuniones. El jefe abrió las manos y les respondió con una sonrisa:
— Yo también hubiera querido suspenderlas, pero mi esposa se curó en una reunión de éstas…
Ella tenía doce años enferma y fue tocada por el amor de Dios. Después de algunos días ambos recibieron el sacramento del matrimonio. ¡Qué maravilloso es el Señor!
El Señor había previsto todo; en vez de suspender la reunión tuvimos 18 policías extras para dirigir el tráfico durante el siguiente miércoles.
d- Cuarta reunión Era el 9 de julio, aniversario de mi regreso a la República Dominicana. Desde las 9 de la mañana llegaban autobuses y camionetas con gente de todo el país. Hasta los taxistas nos hacían propaganda, pues les convenía también a ellos. Esa tarde había unas 20,000 personas en oración. Por tanta gente, nos tuvimos que subir al techo, donde colocamos el altar y las bocinas.
¿Saben ustedes cómo se “vengó” Dios de la policía que quería acabar con las reuniones? Esa noche curó a un policía que sufría un derrame cerebral que lo tenía semiparalizado. A partir de esto teníamos a todos los policías completamente de nuestra parte. En verdad que la forma de terminar Dios con los problemas es mejor que la nuestra.
Una señora, conocida por todo el pueblo, que tenía 16 años sorda, se curó completamente. Sintió primero un zumbido y luego se dio cuenta que oía perfectamente la predicación. Al día siguiente fue al mercado y un empleado le dijo a otro compañero:
— Allí viene la sorda, vamos a hacerle una broma moviendo nuestra boca, pero sin pronunciar ninguna palabra.
Pero ella alcanzó a oír lo que decían y les contestó muy contenta:
— No, señores, ya no estoy sorda porque Cristo me sanó anoche.
Aparte de estar curada daba testimonio del poder de Dios.
Un hombre que no podía caminar sino que gateaba, también se curó en esa ocasión. Hubo derroche de milagros y prodigios. Vimos de todo. Era vivir a todo color, en vivo y directo, lo que cuenta el Evangelio; era Jesús resucitado caminando entre nosotros y salvando a su pueblo. Esa noche hubo más de cien curaciones, según los testimonios recibidos.
e- Quinta reunión Para la quinta reunión nuestro equipo de sonido resultó insuficiente. La policía calculó en base a los metros cuadrados aquella multitud ¡eran 42,000 personas! Vino gente desde Puerto Rico, Haití y de todas las parroquias del país. Las calles estaban llenas, los tejados abarrotados y la pequeña carretera congestionada con autobuses, automóviles y camionetas.
La gente aumentó tanto, por la simple razón de que el Señor Jesús no ha cambiado todavía su manera de trabajo. Mientras nosotros buscamos métodos pastorales más eficaces y acordes con nuestro tiempo, el Señor continúa con el suyo: él recorría la Galilea sanando a los enfermos; entonces las multitudes le seguían, y él les predicaba la Palabra de salvación (Lc 6, 1 7-23).
Hoy sigue haciendo lo mismo: sana a los enfermos, la gente se reúne por miles y nosotros proclamamos el Reino de Dios. Es sencillamente el Evangelio que se repite.
Comencé a asustarme un poco, pues esa pobre gente quería tocarme y que orara por cada uno de ellos. Esa noche me arrancaron todos los botones de mi saco y por poco me aplastan. Otro problema era que las personas que habían viajado todo el día no encontraban alimento en el pueblo y regresaban hambrientos, pero llenos del amor de Dios.
Entonces oramos y le pedimos al Señor su luz para saber qué debíamos hacer con tanta gente. El nos había metido en aquellos problemas, él tenía que sacarnos. Durante la oración nos dio un mensaje en lenguas a través de Evaristo Guzmán. Para que no me quedara duda, a mí mismo me dio la interpretación.
“Evangelicen a mi pueblo, yo quiero un pueblo de alabanza”.
No debemos temer las grandes multitudes. El Señor nos las manda para que les proclamemos su Palabra de salvación. Los que temen a los prodigios del Señor le están teniendo miedo al Señor de los prodigios.
Algunos se admiran de que el Señor responda tan pronto a las oraciones. Yo les digo que lo asombroso sería que El, siendo tan bueno, no respondiera:
Antes que me llamen, yo responderé; aún estarán hablando, y yo les escucharé Is 65,25.
Pidan y se les dará; busquen y hallarán; llamen y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá. ¿Qué padre hay entre ustedes que, si su hijo le pide pan, le dé una piedra; o, si pide pescado, en vez de pescado le da una culebra; o, si pide un huevo, le da un escorpión? Si pues, ustedes, siendo malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará al Espíritu Santo a los que se lo pidan!. Lc 11.9-13.
¿Qué pensaba Mons. Antonio Flores, Obispo de la Vega, de todo esto? Él estaba abierto, pero inquieto ante tanta publicidad de la prensa, la radio y la televisión. Fui a visitarlo y lo encontré en la capilla. Oramos juntos y estuvimos de acuerdo en dividir la inmensa asamblea en pequeños grupos como lo habíamos hecho antes en Nagua. Yo regresé feliz porque el Espíritu Santo, el Obispo y yo estábamos en completo acuerdo para dividir aquel grupo.
Inmediatamente hicimos un comunicado que se difundió por radio y televisión, suspendiendo la gran asamblea y recomendando a la gente que se reuniera en su propia parroquia para orar.
El Señor tenía un plan con los acontecimientos de Pimentel: despertar a su pueblo, sacudir a su Iglesia y mostrar con signos y prodigios que Él está vivo y da su vida en abundancia a los que creen en su nombre.
Comenzaba entonces otro tipo de trabajo; más a fondo y más delicado: formar a los responsables de los pequeños grupos de oración. Tuvimos un retiro el fin de semana con los más comprometidos. Les explicamos lo que es la reunión de oración, la Renovación Carismática, el Bautismo en el Espíritu Santo y los carismas… y los encomendamos a la gracia de Dios (Hech 20,32). Tres días después ellos estaban coordinando más de 45 grupos en distintos lugares de la parroquia. Había grupos abajo de los árboles, en la iglesia, en las casas y por todos lados. Toda la ciudad se había convertido en Casa de oración.
Para que la gente tuviera fija la vista en Jesús y no en hombre alguno, esa noche yo me iba lejos de la parroquia. El Señor, sin embargo, se quedaba y seguía curando a los enfermos.
En una visita que hicimos en 1984 en vistas a la publicación de este libro, nos regalaron un cuaderno donde están anotados 224 testimonios de curaciones, realizadas en el grupo que se reunía en la casa de Guara Rosario en la calle Colón. Simplemente en la reunión del 13 de noviembre de 1975 dan 22 testimonios de curaciones. Poco después dejaron de consignarlos por escrito porque “ya eran demasiados”.
Les preguntamos también si el Señor seguía manifestándose ahora tanto como entonces, a lo cual nos respondieron con maravillosa sencillez:
— No, no tanto, pero es que ahora ya no hay tantos enfermos.
f- Domingo de Ramos El Señor entró triunfalmente no sólo en el pequeño pueblo de Pimentel, sino en el país entero y más allá de sus fronteras. Todo fue tan maravilloso que me parecía un sueño. Nunca había encontrado mi vocación misionera tan fascinante y hermosa.
El Señor entró en los medios de comunicación curando a la madre de un locutor de televisión. Este locutor se encargó de testificar el milagro delante de las cámaras.
También el Señor llegó hasta la Cámara de Diputados curando del cuello a una diputada en la Asamblea Nacional.
Más tarde me di cuenta de que los editores de la revista francesa “II est vivant” le escribieron al Obispo preguntándole sobre la autenticidad de lo acaecido en Pimentel: El Señor Obispo respondió a su carta el 1 5 de octubre de 1975 diciendo textualmente: “El testimonio del Padre Emiliano Tardif M.S.C. es auténtico”. Esta carta fue publicada en dicha revista en el número 6-7.
Esos días era como estar en la cumbre del Tabor contemplando la gloria del Señor. Era compartir con Jesús aquello que le dijo su Padre:tu eres mi hijo muy amado en quien yo tengo mis complacencias.
El 16 de julio el Señor nos previno en profecía, anunciándonos que seríamos atacados, y ridiculizados, pero que no deberíamos temer, pues él ya había vencido al mundo.
Pasaron tres meses y el párroco que estaba de vacaciones regresó. Se sorprendió con todo lo que encontró y lo que la gente contaba. Todo era tan extraordinario que no podía creerlo.
El Señor había visitado su pueblo suscitando una fuerza salvadora en su parroquia, haciendo misericordia con los suyos, encendiendo una luz en medio de las tinieblas para que, libres de temor, pudiéramos servirle en santidad y justicia todos los días de nuestra vida.
El Señor había sanado a hombres y mujeres, un policía y una niña, gentes que venían de lejos y enfermos incurables. Él había evangelizado a su pueblo anunciándole la Buena Nueva del Reino, sirviéndose incluso de los medios de comunicación como la prensa y la televisión. Era el Domingo de Ramos en el que el Señor entraba triunfal a su pueblo.
Al dejar la parroquia para regresar de nuevo a Nagua, la calle estaba vacía. El viento soplaba suavemente meciendo las palmeras y acariciando la Bandera Nacional que habían sido testigos de las maravillas del Señor. Sentí nostalgia de aquellas multitudes. En eso pasó trotando alegremente un borriquito que se me quedó mirando con sus grandes ojos. Rebuznó, me mostró una amplia sonrisa con su abundante dentadura, como queriéndome decir: tú eres simplemente el burro que trajo a Jesús a este pueblo y ahora debes regresar otra vez a Betfagé. La gloria, las palmas y los reconocimientos son para el que tú cargabas; no para ti. Tú, como Juan Bautista, debes disminuir para que Cristo crezca. Emiliano debe morir para que Cristo viva en él. Tu gloria es que Cristo sea glorificado; tu privilegio, anunciar el Evangelio.
El burro movió la cola diciéndome “adiós” y se alejó. Yo regresé a Nagua brincando de alegría.
g- La Semana Santa Todo había sido como un crepúsculo con mil colores. El Señor se había mostrado espléndido; mucho más de lo que nosotros nos hubiéramos podido imaginar. Todavía no despertábamos del vino embriagador de su amor cuando unas negras nubes surcaron los cielos. De pronto todo se oscureció y se ocultó el sol. Aunque yo sabía que el Señor estaba conmigo, los vientos de tempestad comenzaron a soplar furibundos.
El secretario de Salud me acusó por la televisión de abusar de la ignorancia del pueblo, haciéndolo creer que sanaba. Dijo que yo era un charlatán y que engañaba al pueblo; que por qué no me iba a hacer lo mismo a un país desarrollado, como Canadá.
Otros me atacaron diciendo que, como extranjero, yo no conocía al pueblo y que todas esas curaciones y milagros llevarían al pueblo a la brujería y al espiritismo. Yo les contesté que en verdad yo no conocía tanto al pueblo pero sí conocía bien a Jesús y él jamás nos lleva al espiritismo o a la brujería. Al contrario. Cuando él actúa hace las cosas bien y no debemos tener miedo.
Por radio, prensa y televisión hubo muchos ataques. En pocos días yo era un brujo y un mentiroso. Porque creía y proclamaba que Jesús estaba vivo, salvaba y curaba a su pueblo, decían que estaba loco, que era un fanático y otras cosas más. En menos de 24 horas la prensa que antes me admiraba ahora luchaba en contra mía. Entonces comprendí que frágil es la fama que el mundo ofrece y qué locura es buscar la opinión de los demás. En unas cuantas horas se viene abajo la espuma de la gloria. Pero mi confianza estaba en Jesús, que es el mismo, ayer, hoy y siempre. Como yo no había dependido de ellos cuando hablaban bien de mí, tampoco me afectó cuando opinaban mal. Yo estaba con una paz profunda en mi corazón.
Unos que se decían psicólogos vinieron a decirme que era natural y que no había nada de milagroso en que sucedieran tales curaciones; que todo era debido al contagio de masas y a histeria colectiva. Simplemente les contesté que entonces me parecía una gran injusticia que, sabiendo tanto de esto, ellos no organizaran reuniones cada tarde para curar a todos los enfermos del país.
Otros nos acusaban de emocionalistas. Yo les respondía que el emocionalismo es buscar la emoción por la emoción, y nosotros buscábamos al Señor, lo cual era siempre emocionante. Encontrar el Tesoro Escondido es emocionante y vibrante. El signo de que alguien encontró el Tesoro es la alegría que le da.
Otros atacaban la inmadurez de la gente diciendo.
— Toda esa multitud sólo viene por curiosidad y por los milagros de curación.
Yo les contestaba.
— ¿Qué importa la razón por la que ellos vienen? Lo importante es que estén aquí para que los evangelicemos. Seguramente Zaqueo no. se subió al sicómoro para rezar el santo rosario sino por pura curiosidad, pues “quería ver a Jesús”.
Tanto me preguntaron si no me estaba volviendo loco que un día les contesté.
— Yo también estoy preguntándomelo, pues ahora ya no sé hablar sino de mi Señor Jesucristo.
Los párrocos vecinos también se pusieron celosos. Un grupo del clero pidió que mi Provincial me sacara del país porque con esas tonterías yo iba a destruir la estructura de la Pastoral. Yo les contesté que Jesús no había sido enviado a salvar las estructuras pastorales sino a salvar a su pueblo y que eso era lo único que él estaba haciendo en medio de nosotros.
Me acusaban que yo estaba vaciando las parroquias, pero yo no invitaba a nadie. Yo solamente proclamaba el Evangelio.
Un sacerdote me decía que estábamos exagerando y que era necesario ir más despacio. Su argumento era así:
Si tú me hablaras de dos o tres curaciones tal vez yo podría comenzar a creer. Pero ustedes los carismáticos están locos, hablan de tantos milagros…
Es que tú no conoces realmente a Jesús -le dije.
Sí -me contestó- pero en el santuario de Lourdes tienen un Centro Médico donde estudian las curaciones y dicen que hay muy pocas curaciones milagrosas. En cambio, ustedes…
— Pero -yo le contesté- el criterio de nuestra fe no es el Centro Médico de Lourdes, sino el evangelio y éste habla de tantos milagros…
San Marcos, que es el más antiguo de los cuatro evangelistas, nos relata 18 milagros y curaciones de Jesús en 16 capítulos. Si quitáramos los signos de poder del Evangelio de Marcos nos quedaría una o dos páginas. Hay muchos que por haber eliminado este aspecto tienen un Evangelio mutilado, pobre, reducido a doctrina y teorías. El Evangelio es vida para vivirse, experimentar­se y testificarse. La primera vez que el libro de los Hechos de los Apóstoles se refiere al cristianismo lo define como “vida” (Hech 5,20).
Me atacaron tanto de todos los frentes, hasta de los que se suponía estaban del lado de Jesús, que tuve que sacar un artículo en la revista “Amigo del Hogar” en agosto de 1975. Se titulaba: “LA CULPA ES DE CRISTO”. Entre otras cosas, decía lo siguiente.
“Ante los riesgos reales de caer en el fanatismo por lo milagro­so, incurrimos en el extremo contrario, a veces más grave que el primero: olvidar que Dios es el maestro de lo imposible.
La curación es realmente la respuesta a una oración de fe, como lo vemos tantas veces en el Evangelio. Esta oración puede ser del enfermo o de los que lo acompañan, de la comunidad o de una persona.
Jesús es el mismo ayer, hoy y siempre. Él es el Señor de la historia y actúa como bien le place sin preguntarnos ni pedirnos nuestro parecer o permiso para realizar sus prodigios ¿Quiénes somos entonces para oponernos o ratar de limitar la obra de nuestro Dios?
Estamos convencidos de que Él no se opone a la medicina.
Lo que sucede muchas veces es que existen miles de personas que no tienen dinero para pagar al médico, la clínica ni los medicamentos. ¿Qué de extraño tiene que nuestro Dios se ocupe de los pobres y que El personalmente los atienda? ¿Por qué cerrar la puerta a los que han creído en la Palabra de Jesús que dijo: Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados que yo los aliviaré? ¿No será que estábamos muy cómodos en un cristianismo hecho a nuestra medida? Viene el Señor con estos signos a demostrarnos que está vivo y a interpelarnos, ya que si está vivo, también están vigentes todas sus exigencias. El problema de Pimentel es que “Jesús está vivo y no muerto”.
Al poco tiempo me di cuenta de un doble error que había cometido en ese artículo:
Cometí la torpeza de demostrar las sanaciones, dándoles nombres y direcciones de las personas que habían sido curadas, pensando que era la evidencia de los hechos y no la gracia de la fe la que trasformaría sus corazones. Les di la señal del cielo que pedían y no se convirtieron porque las señales son sólo señales; la fe es lo que nos hace reconocer lo que ellas significan, que Dios ama a los hombres, que Cristo está vivo y que la Iglesia tiene el poder del Espíritu Santo para resucitar a los muertos.
El Señor me hizo recapacitar y darme cuenta que no debía de­fenderme de los ataques como él tampoco se defendió de quienes lo acusaban. Si yo me defendía con mis medios y argumentos no le permitía que El fuera mi defensor con sus medios y argumentos.
Por otro lado, defenderme incluía renunciar a la purificación que el Señor quería hacer en mi vida. A través de tanto ataque e incomprensión, el Señor quería moldearnos a la imagen de su Hijo, pasando por la noche del Calvario para llegar a la gloria de la resurrección.
El tiempo me ha convencido de que son más peligrosas las adulaciones que las críticas; porque estas últimas pueden ser el fuego que queme las impurezas de nuestro corazón; mientras que sobre las adulaciones pende una de las palabras más duras de Jesús: Ay de ustedes cuando todos hablen bien de sus personas, porque de ese modo trataron a los falsos profetas: Lc 6,26.
Inconscientemente nos podemos olvidar que somos simples vasos de barro, pero el Señor se encarga de recordárnoslo mediante la cruz de la incomprensión. El Señor en su misericordia nos purifica y nos humilla para no robarle la gloria que sólo a Él pertenece.
La cruz es el desierto donde se manifiesta el Dios vivo. Pero hay que quitarse las sandalias para acercarse a la zarza ardiente. La crítica es como el atrio del Templo que nos prepara para entrar limpios al santuario del Dios vivo, libres de todo apego., y los apegos más peligrosos son lo que llamamos nuestros méritos o nuestra actividad apostólica.
Los ataques fueron tan violentos y continuos que a veces yo pensaba que ya no resistía. Por todas partes me acorralaban. Yo mismo me sentía solo en un camino nuevo. Entonces pedí a una hermana muy llena de Dios que rezara por mí. Ella lo hizo y me dio una profecía que me reconfortó. El Señor me dijo a través de ella:
“Después de haber saboreado la alegría del Domingo de Ramos ¿no te parece normal probar algo de Semana Santa?”
Esta palabra me sanó interiormente. Desde entonces veo los problemas de manera distinta y en completa paz. Cuando las cosas van bien, digo: “estamos en Domingo de Ramos”. Si hay dificultades, simplemente afirmo, “estamos en la Semana Santa”. De todos modos, la Pascua no está lejos. Gloria a Dios.
El Señor antes de llevarme al Calvario, me hizo probar la gloria del Tabor. Pero no me dejó hacer allá mi tienda, sino que me bajó y me participó de su cruz.
El Señor, antes del dolor, nos da su amor y cuando nos ama nos regala su cruz. La cruz es el regalo de Dios para quienes ama. La cruz antes de experimentar el amor de Dios no se entiende ni se puede aceptar.
En el plan de Dios antes del Calvario debe estar el Tabor. Después de la gloria la cruz que salva y que nos lleva a la Resurrección. Nuestra vida se desarrolla como los misterios del Rosario: hay gozosos, dolorosos y gloriosos, pero todos y cada uno terminan con “gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo”.
Cada día vivimos un misterio. Toda la vida no puede ser ni gozosa ni dolorosa, sino entremezclándose, para la gloria de Dios. La cruz y la resurrección son como las pinturas de Rembrandt donde luces y sombras se combinan para expresar la belleza.
Nuestro pueblo estaba dormido en un letargo de pasividad. Vino el Señor y sacudió todo. La gente iba a consultar a los sacerdotes para preguntarles por estas cosas. Entonces ellos tenían que leer e informarse para dar respuestas adecuadas.
Hasta la Comisión Episcopal se reunió para dar una declaración. Esto era muy importante para mí. Yo estaba cierto que la obra era de Dios, pero necesitaba el discernimiento de los Obispos. Para mí ellos eran la voz de Dios. Publicaron una declaración titulada: “El Papa aprueba y estimula las reuniones de oración carismática”. Luego, como subtítulo, decía: Monseñor Pepén (Secretario Nacional del Episcopado) aprueba la obra del padre Tardif.
Cuando yo lo leí me dio gusto, pero también me dio risa, y dije: “la obra no es mía…” Como san José, yo estaba seguro que esa vida que había germinado en el seno de la Iglesia no era mía.
Sin saber cómo ni por qué, recibí una invitación de Mons. Carlos Talavera para predicar un retiro sacerdotal en Guadalajara, México. De allí han venido surgiendo otras invitaciones para proclamar las maravillas del Señor en otros países de América Latina.
Comienzo a vislumbrar que se avecina una era gloriosa para la Iglesia. Creo que ha llegado el tiempo de predicar en los terrados, es decir, fuera de los recintos sagrados, porque la gente ya no cabe en nuestros templos El Señor nos lleva hasta los confines de la tierra para dar testimonio de que él está vivo.
Después de un viaje a Panamá volví a mis tareas parroquiales. Al día siguiente me preparé para visitar una comunidad perdida en la montaña. El viaje lo tenía que hacer en burro. Mientras caminaba lentamente mi asno, iba pensando. ¡Qué maravillosos son los caminos de Dios! En avión o en borrico siempre somos sus mensajeros. Diez mil o sesenta personas, todos son hijos suyos; y estos pequeñitos de la montaña son los verdaderos pobres de Yahvé. El Señor es tan maravilloso que si volamos en avión, luego nos monta en burro para cuidar nuestra humildad.
En mi burro he aprendido una gran lección, estamos llamados a ser como el pollino que llevó a Jesús a Jerusalén el Domingo de Ramos. Nuestra vocación es ser portadores de Cristo Jesús. Somos vasos de barro que llevamos un precioso Tesoro en nuestro corazón.

En todos los lugares a donde llevamos a Jesús, sucede lo mismo:
Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia la Buena Nueva a los pobres: Lc 7,22.

Antes nos afanábamos en darle alimento a un pueblo que no tenía hambre de Dios. Lo peor era que nosotros mismos no habíamos saboreado el Pan de vida eterna. Ahora no nos damos abasto. La mies es mucha, demasiada, pero él Señor es aún más grande y poderoso.

El Señor prendió la mecha y ahora es un fuego que nadie puede extinguir. Es también un río de Agua Viva que está inundando la Iglesia, purificándola, renovándola y santificándola.

Numerosas parejas que vivían en concubinato tomaron conciencia de que no podían seguir viviendo así. Descubriendo la importancia del sacramento se han preparado seriamente para recibirlo y vivirlo. En un año celebramos 306 matrimonios, cifra inusitada en otros tiempos.

El mayor milagro de todos los que he podido presenciar en estos años es que el Señor ha provisto de obreros en su viña. Ya son muchos los catequistas. Ahora tenemos tantos que nuestra responsabilidad es formarlos y capacitarlos para que transmitan la Buena Nueva.

En Pentecostés de 1976 éramos 120 catequistas pidiendo una nueva efusión del Espíritu sobre todos nosotros. El Espíritu ya no era sólo un don para gozarlo en lo profundo del corazón sino especialmente una fuerza para anunciar al mundo que Cristo vive y da vida a los que creen en su nombre.

He comenzado a recibir cartas de Francia, Sudamérica y Filipinas. Otros me escriben desde países que desconozco dónde quedan en el mapa; a veces recibo correspondencia en idiomas y signos que no entiendo. Como no comprendo lo que dicen, simplemente pongo en manos del Señor estas cartas y le pido que como El sí las entiende, las conteste por favor.

No recuerdo haber tenido nunca tan buena salud como ahora. Como de todo, duermo bien, trabajo mucho y me siento perfectamente. El Señor me ha devuelto la salud completa y yo se la entrego al servicio de la evangelización de su pueblo.

Sin embargo, creo que el don más grande que El me ha dado es el de la alegría. Soy feliz tiempo completo. Nunca había vivido mi sacerdocio tan plenamente como ahora.

Fuentes: Jesús está vivo, escrito por el Padre Emiliano Tardif en 1986< Signos de estos Tiempos.

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