REDACCIÓN CENTRAL, 16 Ago. 16 / 11:29 am (ACI).- El P. José
Antonio Fortea, famoso teólogo español, propuso una práctica solución para
quienes tienen una “vergüenza invencible”, que
les impide recurrir normalmente al sacramento de la Reconciliación, y que “preferirían hacer una peregrinación de cien kilómetros
antes que tener que confesar cara a cara determinadas acciones que les humillan
de un modo terrible y espantoso”.
A continuación, el texto completo del artículo publicado por el P. José
Antonio Fortea bajo el título de “La vergüenza
invencible al confesarse”:
Hay personas que, al tener que confesar pecados muy vergonzantes,
sienten como si hubiera un muro que les impide hacerlo. Preferirían hacer una
peregrinación de cien kilómetros antes que tener que confesar cara a cara
determinadas acciones que les humillan de un modo terrible y espantoso.
Los pastores deben ser paternales con este tipo de personas que llevan
estas cargas sobre sus conciencias. De manera que en cada ciudad, al menos,
debe haber un confesionario donde en vez de rejilla haya una plancha con
agujeros que haga totalmente imposible ver a la persona que se confiesa.
No solo eso, sino que la persona debe poder arrodillarse en el
confesionario sin ser visto al acercarse, y sin ser visto al alejarse. En la
ciudad de Alcalá de Henares donde resido este confesionario existe en tres
iglesias.
Y en una de esas iglesias, ese confesionario cuenta con siete confesores
fijos que se turnan cada día de la semana desde las 22:00 a las 23:00. El
vidrio de la puerta del sacerdote no es transparente, de forma que no ve quien
entra o sale del confesionario.
Con esta medida, la inmensa mayoría de los fieles pueden resolver el
problema de la vergüenza. Aun así, hay casos más raros en los que la vergüenza
puede convertirse en un obstáculo invencible.
Para esos casos, verdaderamente muy raros, lo mejor es llamar por
teléfono, de forma anónima, a un sacerdote de la ciudad y comentarle este
problema. En muchos casos la conversación telefónica bastará para que el
penitente cobre confianza y pueda acercarse a un confesionario del tipo antes
citado.
Pero si la vergüenza de decir los pecados continuara siendo algo
insuperable, en estos casos, el penitente y el sacerdote pueden quedar un día
en el confesionario para entregarle los pecados escritos de un modo claro y
breve.
En el confesionario de Alcalá que he mencionado, es posible que el
penitente corra la portezuela de la pantalla un poco, unos milímetros, para
deslizar una hoja.
La confesión escrita, preferiblemente, no debería exceder más allá de
una hoja como máximo. Mejor si se da impresa, para poder leerla con más
claridad.
El sacerdote dará los consejos, la penitencia y la absolución sin
necesidad de cruzar ninguna pregunta al penitente. En este caso hacer preguntas
sería contraproducente.
Esa confesión es perfectamente posible en casos de vergüenza invencible,
puesto que a los sordos y a los mudos siempre se les ha permitido hacer la confesión
por escrito. Y un caso como el descrito se asemeja en todo al caso de
imposibilidad por cuestiones físicas. La imposibilidad psicológica puede ser
tan real como la física.
La norma general es que la confesión debe hacerse de forma oral, es
decir hablando. Pero, ante una situación de extraordinaria tensión por parte
del penitente, se puede hacer lícitamente del modo que he dicho.
Habiendo llamado previamente por teléfono a un sacerdote, éste le dirá
en qué confesionario resulta posible deslizar una cuartilla de papel por la
rejilla y cuando pueden quedar para ello.
Lo que sí que no es posible es confesarse por teléfono. Uno puede
confesarse incluso con intérprete, si no desea esperar a tener un sacerdote de
su lengua. Pero por teléfono no es posible.
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