martes, 16 de agosto de 2016

"PASAR POR LA PUERTA SANTA ES DIRIGIRNOS A LA PUERTA DEL CORAZÓN MISERICORDIOSO DE JESÚS"


En la catequesis de esta semana Francisco reflexiona sobre el pasaje del Evangelio de la resurrección del hijo de la viuda de Naín

Por: Rocío Lancho García / Papa Francisco | Fuente: ZENIT (https://zenit.org)
(ZENIT – Ciudad del Vaticano, 10 de agosto de 2016).- El papa Francisco se ha reunido con miles de fieles procedentes de todo el mundo, en el Aula Pablo VI del Vaticano, para la audiencia general de los miércoles. Esta mañana, el Santo Padre ha saludado con calma a todas las personas que se encontraban a ambos lados del pasillo, conversaba unos instantes con algunos, bendecía a los niños pequeños, recogía los regalos que le hacían e incluso encendió una vela de una tarta que le acercaron. Durante la catequesis, el Papa ha reflexionado sobre la lectura de la resurrección del hijo de la viuda de Naín.
Así, en el resumen que hace en español, ha indicado que este pasaje del Evangelio “nos muestra a Jesús que, movido por la ternura ante el dolor de una madre viuda que lleva a enterrar a sus hijo, hace el milagro de resucitar al joven, restituyéndolo vivo a la madre”. Y ha precisado que Jesús, en la puerta del pequeño poblado de Naín, no se queda indiferente frente a las lágrimas de la mujer sino que, lleno de misericordia por su sufrimiento, la consuela y actúa”.
Durante este Jubileo –ha precisado Francisco– sería bueno recordar lo ocurrido en la puerta de Naín, porque sabemos que pasar por la Puerta Santa es dirigirnos a la puerta del corazón misericordioso de Jesús que, como al joven difunto, nos invita a levantarnos y nos hace pasar de la muerte a la vida. “Él, con su ternura y su gracia, quiere también encontrarse con nosotros y darnos vida abundante”, ha asegurado.
En esta misma línea, el Pontífice ha indicado que “llegamos a la Puerta Santa para presentar a la misericordia del Señor la propia vida, con sus alegría y sus sufrimientos, con sus proyectos y sus caídas, con sus dudas y sus miedos, porque sabemos que es la puerta del encuentro entre el dolor de la humanidad y la compasión de Dios”.
A continuación, el Papa ha saludado cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los provenientes de España, Latinoamérica y Guinea Ecuatorial. Para ellos ha deseado que “Cristo nos conceda el don de su gracia para que aprendamos a ser misericordiosos y atentos a las necesidades de nuestros hermanos, recordando que la misericordia es un camino que sale del corazón y que debe llegar a las manos, a las obras de misericordia”.
Tras los saludos en las distintas lenguas, el Santo Padre, como es habitual, ha dedicados unas palabras a los enfermos, jóvenes y recién casados. Por ello, el Papa ha recordado que el lunes pasado recordamos la figura de santo Domingo de Guzmán, cuya Orden de los Predicadores celebra el octavo centenario de la fundación. Y así, ha deseado que la palabra iluminada de este gran santo estimula a los jóvenes “a escuchar y a vivir las enseñanzas de Jesús”. A los enfermos ha exhortado a que la fortaleza interior de santo Domingo les sostenga “en los momentos de desconsuelo”. Finalmente ha pedido que la dedicación apostólica de este santos les recuerde a los recién casados “la importancia de la educación cristiana en vuestra familia”.

Publicamos a continuación el texto completo de la catequesis del Santo Padre:

Queridos hermanos y hermanas, buenos días:
El pasaje del Evangelio de Lucas que hemos escuchado (7,11-17) nos presenta un milagro de Jesús realmente grande: la resurrección de un joven. Además, el corazón de este pasaje no es el milagro, sino la ternura de Jesús hacia la madre de este joven. La misericordia toma aquí el nombre de gran compasión hacia una mujer que había perdido al marido y que ahora acompañaba al cementerio a su único hijo. Es este gran dolor de una madre que conmueve a Jesús y le provoca el milagro de la resurrección.
En el introducir este episodio, el Evangelista se detiene en muchos detalles. En la puerta de la localidad de Naín, un pueblo, se encuentran dos grupos numerosos que proceden de direcciones opuestas y que no tienen nada en común. Jesús, seguido por los discípulos y de una gran multitud va a entrar en la ciudad, mientras, estaba saliendo una procesión que acompañaba a un difunto, con su madre viuda y una gran cantidad de personas. En la puerta los dos grupos se cruzan solamente yendo cada uno por su camino, pero es entonces cuando san Lucas señala el sentimiento de Jesús: “Al verla [a la mujer], el Señor se conmovió y le dijo: ‘No llores’. Después se acercó y tocó el féretro. Los que los llevaban se detuvieron” (vv. 13-14). Gran compasión guía las acciones de Jesús: es Él quien detiene la procesión tocando el féretro y, movido por la profunda misericordia por esta madre, decide afrontar la muerte, por así decir, de tú a tú. Y la afrontará definitivamente, de tú a tú, en la Cruz.
Durante este Jubileo, sería bueno que, al pasar la Puerta Santa, la Puerta de la Misericordia, los peregrinos recuerden este episodio del Evangelio, sucedido en la puerta de Naín.
Cuando Jesús ve esta madre llorando, ¡entró en su corazón! A la Puerta Santa cada uno llega llevando la propia vida, con sus alegrías y sus sufrimientos, los proyectos y los fracasos, las dudas y los temores, para presentarla a la misericordia del Señor. Estamos seguros de que, ante la Puerta Santa, el Señor se hace cercano para encontrar a cada uno de nosotros, para llevar y ofrecer su poderosa palabra consoladora: “No llores” (v. 13).
Esta es la Puerta del encuentro entre el dolor de la humanidad y la compasión de Dios. Pensemos siempre en esto: un encuentro entre el dolor de la humanidad y la compasión de Dios. Atravesando la puerta nosotros cumplimos nuestra peregrinación dentro de la misericordia de Dios que, como el joven muerto, repite a todos: “Joven, yo te lo ordeno, levántate” (v. 14). ¡Levántate! Dios nos quiere de pie. Nos ha creado para estar de pie: por eso, la compasión de Jesús lleva a ese gesto de la sanación, a sanarnos, donde la palabra clave es: ¡Levántate! ¡Ponte de pie, como te ha creado Dios!”. De pie. “Pero, Padre, caemos muchas veces” – “¡Levántate, levántate!”. Esta es la palabra de Jesús, siempre. Al atravesar la Puerta Santa, tratemos de sentir en nuestro corazón esta palabra: “¡Levántate!”.
La palabra poderosa de Jesús puede hacer que nos levantemos y realizar también en nosotros el paso de la muerte a la vida. Su palabra nos hace revivir, da esperanza, refresca los corazones cansados, abre una visión del mundo y de la vida que va más allá del sufrimiento y la muerte.  ¡En la Puerta Santa se registra para cada uno de nosotros el inagotable tesoro de la misericordia de Dios!
Alcanzado por la palabra de Jesús, “el muerto se incorporó y empezó a hablar. Y Jesús se lo entregó a su madre” (v. 15). Esta frase es muy bonita: indica la ternura de Jesús. “Lo entregó a su madre”. La madre encuentra de nuevo al hijo. Al recibirlo de las manos de Jesús se convierte en madre por segunda vez, pero el hijo que ahora le ha sido entregado no es de ella que ha recibido la vida. Madre e hijo reciben así la respectiva identidad gracias a la palabra poderosa de Jesús y su gesto amoroso. Así, especialmente en el Jubileo, la madre Iglesia recibe a sus hijos reconociendo en ellos la vida donada por la gracia de Dios. Es en fuerza de tal gracia, la gracia del Bautismo, que la Iglesia se convierte en madre y que cada uno de nosotros se convierte en su hijo.
Frente al joven que vuelve a la vida y es entregado a la madre, “todos quedaron sobrecogidos de temor y alababan a Dios, diciendo: ‘Un gran profeta ha aparecido en medio de nosotros y Dios ha visitado a su Pueblo’”. Lo que ha hecho Jesús no es solo una acción de salvación destinada a la viuda y a su hijo, o un gesto de bondad limitado a esa ciudad. En el socorro misericordioso de Jesús, Dios va al encuentro de su pueblo, en Él aparece y continuará apareciendo a la humanidad toda la gracia de Dios. Celebrando este Jubileo, que he querido que fuera vivido en todas las Iglesias particulares, es decir, en todas las iglesias del mundo y no solo en Roma, es como si toda la Iglesia repartida en el mundo se uniera en el único canto de alabanza al Señor. También hoy la Iglesia reconoce ser visitada por Dios. Por eso, acercándonos a la Puerta de la Misericordia, cada uno sabe que se acerca a la puerta del corazón misericordioso de Jesús: es Él la verdadera Puerta que conduce a la salvación y nos restituye a una vida nueva. La misericordia, tanto en Jesús como en nosotros, es un camino que sale del corazón para llegar a las manos. ¿Qué significa esto? Jesús te mira, te sana con su misericordia, te dice: ¡Levántate! Y tu corazón es nuevo. ¿Qué significa realizar un camino del corazón a las manos? Significa que con el corazón nuevo, con el corazón sanado por Jesús puedo realizar las obras de misericordia mediante las manos, tratando de ayudar, de cuidar a muchos que lo necesitan. La misericordia es un camino que sale del corazón y llega a las manos, es decir, a las obras de misericordia.

Después del saludo en lengua italiana, el Santo Padre ha añadido: 

He dicho que la misericordia es un camino que va del corazón a las manos. En el corazón, recibimos la misericordia de Jesús, que nos da el perdón de todo, porque Dios perdona todo y nos alivia, nos da la vida nueva y nos contagia con su compasión. De ese corazón perdonado y con la compasión de Jesús, comienza el camino hacia las manos, es decir, hacia las obras de misericordia. Me decía un obispo, el otro día, que en su catedral y en otras iglesias ha hecho puertas de misericordia de entrada y de salida. Y pregunté: ¿por qué has hecho esto? – Porque una puerta es para entrar, pedir el perdón y tener la misericordia de Jesús; la otra es la puerta de la misericordia de salida, para llevar la misericordia a los otros, con nuestras obras de misericordia”. ¡Inteligente este obispo! También nosotros hagamos lo mismo con el camino que va del corazón a las manos: entramos en la iglesia por la puerta de la misericordia, para recibir el perdón de Jesús que nos dice: “¡Levántate! ¡Ve, ve!”; y con este “¡ve!” – en pie-  salimos por la puerta de salida. Es la Iglesia en salida: el camino de la misericordia que va del corazón a las manos. ¡Haced este camino!


Texto traducido por ZENIT 

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