En la catequesis de
esta semana Francisco reflexiona sobre el pasaje del Evangelio de la
resurrección del hijo de la viuda de Naín
Por: Rocío Lancho García / Papa Francisco | Fuente: ZENIT (https://zenit.org)
Por: Rocío Lancho García / Papa Francisco | Fuente: ZENIT (https://zenit.org)
(ZENIT – Ciudad del
Vaticano, 10 de agosto de 2016).- El papa Francisco se ha reunido con
miles de fieles procedentes de todo el mundo, en el Aula Pablo VI del Vaticano,
para la audiencia general de los miércoles. Esta mañana, el Santo Padre ha
saludado con calma a todas las personas que se encontraban a ambos lados del
pasillo, conversaba unos instantes con algunos, bendecía a los niños pequeños,
recogía los regalos que le hacían e incluso encendió una vela de una tarta que
le acercaron. Durante la catequesis, el Papa ha reflexionado sobre la
lectura de la resurrección del hijo de la viuda de Naín.
Así, en el resumen que hace
en español, ha indicado que este pasaje del Evangelio “nos muestra a Jesús que, movido por la ternura ante el dolor
de una madre viuda que lleva a enterrar a sus hijo, hace el milagro de
resucitar al joven, restituyéndolo vivo a la madre”. Y ha precisado que Jesús,
en la puerta del pequeño poblado de Naín, no se queda indiferente frente a las
lágrimas de la mujer sino que, lleno de misericordia por su sufrimiento, la
consuela y actúa”.
Durante este Jubileo –ha
precisado Francisco– sería bueno recordar lo ocurrido en la puerta de Naín,
porque sabemos que pasar por la Puerta Santa es dirigirnos a la puerta del
corazón misericordioso de Jesús que, como al joven difunto, nos invita a
levantarnos y nos hace pasar de la muerte a la vida. “Él, con su ternura y su gracia, quiere también encontrarse
con nosotros y darnos vida abundante”, ha asegurado.
En esta misma línea, el
Pontífice ha indicado que “llegamos a la Puerta Santa
para presentar a la misericordia del Señor la propia vida, con sus alegría y
sus sufrimientos, con sus proyectos y sus caídas, con sus dudas y sus miedos,
porque sabemos que es la puerta del encuentro entre el dolor de la humanidad y
la compasión de Dios”.
A continuación, el Papa ha
saludado cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los
provenientes de España, Latinoamérica y Guinea Ecuatorial. Para ellos ha
deseado que “Cristo nos conceda el don
de su gracia para que aprendamos a ser misericordiosos y atentos a las
necesidades de nuestros hermanos, recordando que la misericordia es un camino
que sale del corazón y que debe llegar a las manos, a las obras de
misericordia”.
Tras los saludos en las
distintas lenguas, el Santo Padre, como es habitual, ha dedicados unas palabras
a los enfermos, jóvenes y recién casados. Por ello, el Papa ha recordado que el
lunes pasado recordamos la figura de santo Domingo de Guzmán, cuya Orden de los
Predicadores celebra el octavo centenario de la fundación. Y así, ha deseado
que la palabra iluminada de este gran santo estimula a los jóvenes “a escuchar y a vivir las enseñanzas de Jesús”. A los enfermos ha exhortado a que la fortaleza interior de
santo Domingo les sostenga “en los momentos de
desconsuelo”. Finalmente ha pedido que la
dedicación apostólica de este santos les recuerde a los recién casados “la importancia de la educación cristiana en vuestra
familia”.
Publicamos a continuación
el texto completo de la catequesis del Santo Padre:
Queridos hermanos y
hermanas, buenos días:
El pasaje del Evangelio de
Lucas que hemos escuchado (7,11-17) nos presenta un milagro de Jesús realmente
grande: la resurrección de un joven. Además, el corazón de este pasaje no es el
milagro, sino la ternura de Jesús hacia la madre de este joven. La misericordia
toma aquí el nombre de gran compasión hacia una mujer que había perdido al
marido y que ahora acompañaba al cementerio a su único hijo. Es este gran dolor
de una madre que conmueve a Jesús y le provoca el milagro de la resurrección.
En el introducir este
episodio, el Evangelista se detiene en muchos detalles. En la puerta de la
localidad de Naín, un pueblo, se encuentran dos grupos numerosos que proceden
de direcciones opuestas y que no tienen nada en común. Jesús, seguido por los
discípulos y de una gran multitud va a entrar en la ciudad, mientras, estaba
saliendo una procesión que acompañaba a un difunto, con su madre viuda y una
gran cantidad de personas. En la puerta los dos grupos se cruzan solamente
yendo cada uno por su camino, pero es entonces cuando san Lucas señala el
sentimiento de Jesús: “Al verla [a la mujer], el Señor se conmovió y le dijo:
‘No llores’. Después se acercó y tocó el féretro. Los que los llevaban se
detuvieron” (vv. 13-14). Gran compasión guía las acciones de Jesús: es Él quien
detiene la procesión tocando el féretro y, movido por la profunda misericordia
por esta madre, decide afrontar la muerte, por así decir, de tú a tú. Y la
afrontará definitivamente, de tú a tú, en la Cruz.
Durante este Jubileo, sería
bueno que, al pasar la Puerta Santa, la Puerta de la Misericordia, los
peregrinos recuerden este episodio del Evangelio, sucedido en la puerta de
Naín.
Cuando Jesús ve esta madre
llorando, ¡entró en su corazón! A la Puerta Santa cada uno llega llevando la
propia vida, con sus alegrías y sus sufrimientos, los proyectos y los fracasos,
las dudas y los temores, para presentarla a la misericordia del Señor. Estamos
seguros de que, ante la Puerta Santa, el Señor se hace cercano para encontrar a
cada uno de nosotros, para llevar y ofrecer su poderosa palabra consoladora:
“No llores” (v. 13).
Esta es la Puerta del
encuentro entre el dolor de la humanidad y la compasión de Dios. Pensemos
siempre en esto: un encuentro entre el dolor de la humanidad y la compasión de
Dios. Atravesando la puerta nosotros cumplimos nuestra peregrinación dentro de
la misericordia de Dios que, como el joven muerto, repite a todos: “Joven, yo
te lo ordeno, levántate” (v. 14). ¡Levántate! Dios nos quiere de pie. Nos ha
creado para estar de pie: por eso, la compasión de Jesús lleva a ese gesto de
la sanación, a sanarnos, donde la palabra clave es: ¡Levántate! ¡Ponte de pie,
como te ha creado Dios!”. De pie. “Pero, Padre, caemos muchas veces” –
“¡Levántate, levántate!”. Esta es la palabra de Jesús, siempre. Al atravesar la
Puerta Santa, tratemos de sentir en nuestro corazón esta palabra:
“¡Levántate!”.
La palabra poderosa de
Jesús puede hacer que nos levantemos y realizar también en nosotros el paso de
la muerte a la vida. Su palabra nos hace revivir, da esperanza, refresca los
corazones cansados, abre una visión del mundo y de la vida que va más allá del
sufrimiento y la muerte. ¡En la Puerta Santa se registra para cada uno de
nosotros el inagotable tesoro de la misericordia de Dios!
Alcanzado por la palabra de
Jesús, “el muerto se incorporó y empezó a hablar. Y Jesús se lo entregó a su
madre” (v. 15). Esta frase es muy bonita: indica la ternura de Jesús. “Lo
entregó a su madre”. La madre encuentra de nuevo al hijo. Al recibirlo de las
manos de Jesús se convierte en madre por segunda vez, pero el hijo que ahora le
ha sido entregado no es de ella que ha recibido la vida. Madre e hijo reciben
así la respectiva identidad gracias a la palabra poderosa de Jesús y su gesto
amoroso. Así, especialmente en el Jubileo, la madre Iglesia recibe a sus hijos
reconociendo en ellos la vida donada por la gracia de Dios. Es en fuerza de tal
gracia, la gracia del Bautismo, que la Iglesia se convierte en madre y que cada
uno de nosotros se convierte en su hijo.
Frente al joven que vuelve
a la vida y es entregado a la madre, “todos quedaron sobrecogidos de temor y
alababan a Dios, diciendo: ‘Un gran profeta ha aparecido en medio de nosotros y
Dios ha visitado a su Pueblo’”. Lo que ha hecho Jesús no es solo una acción de
salvación destinada a la viuda y a su hijo, o un gesto de bondad limitado a esa
ciudad. En el socorro misericordioso de Jesús, Dios va al encuentro de su
pueblo, en Él aparece y continuará apareciendo a la humanidad toda la gracia de
Dios. Celebrando este Jubileo, que he querido que fuera vivido en todas las
Iglesias particulares, es decir, en todas las iglesias del mundo y no solo en
Roma, es como si toda la Iglesia repartida en el mundo se uniera en el único
canto de alabanza al Señor. También hoy la Iglesia reconoce ser visitada por
Dios. Por eso, acercándonos a la Puerta de la Misericordia, cada uno sabe que
se acerca a la puerta del corazón misericordioso de Jesús: es Él la verdadera
Puerta que conduce a la salvación y nos restituye a una vida nueva. La
misericordia, tanto en Jesús como en nosotros, es un camino que sale del
corazón para llegar a las manos. ¿Qué significa esto? Jesús te mira, te sana
con su misericordia, te dice: ¡Levántate! Y tu corazón es nuevo. ¿Qué significa
realizar un camino del corazón a las manos? Significa que con el corazón nuevo,
con el corazón sanado por Jesús puedo realizar las obras de misericordia
mediante las manos, tratando de ayudar, de cuidar a muchos que lo necesitan. La
misericordia es un camino que sale del corazón y llega a las manos, es decir, a
las obras de misericordia.
Después del saludo en
lengua italiana, el Santo Padre ha añadido:
He dicho que la
misericordia es un camino que va del corazón a las manos. En el corazón,
recibimos la misericordia de Jesús, que nos da el perdón de todo, porque Dios
perdona todo y nos alivia, nos da la vida nueva y nos contagia con su
compasión. De ese corazón perdonado y con la compasión de Jesús, comienza el
camino hacia las manos, es decir, hacia las obras de misericordia. Me decía un
obispo, el otro día, que en su catedral y en otras iglesias ha hecho puertas de
misericordia de entrada y de salida. Y pregunté: ¿por qué has hecho esto? –
Porque una puerta es para entrar, pedir el perdón y tener la misericordia de
Jesús; la otra es la puerta de la misericordia de salida, para llevar la
misericordia a los otros, con nuestras obras de misericordia”. ¡Inteligente
este obispo! También nosotros hagamos lo mismo con el camino que va del corazón
a las manos: entramos en la iglesia por la puerta de la misericordia, para
recibir el perdón de Jesús que nos dice: “¡Levántate! ¡Ve, ve!”; y con este
“¡ve!” – en pie- salimos por la puerta de salida. Es la Iglesia en
salida: el camino de la misericordia que va del corazón a las manos. ¡Haced
este camino!
Texto traducido por
ZENIT
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