Perdonad que, precisamente hoy
que había tantos comentarios, y algunos muy buenos, he dado al botón
equivocado: a eliminar en vez de a publicar. Lo siento, no hay botón para
deshacer la acción.
De todas maneras, vuestros
comentarios iban en la línea de que esto que decía era el Nuevo Orden Mundial.
Vamos a ver, el ser favorable a un gobierno democrático mundial no es ser
favorable a un fascismo mundial. Y, por supuesto, esto no se puede hacer dentro
de diez años. Es un proceso de integración lento que debe ser hecho con
prudencia. Un proceso así es el que se ha llevado en la Unión Europea.
Proceso que no se ha completado y
que dista de ser perfecto, pues ha sido socavado por indecibles egoísmos y
capitaneado por los peores de la clase. Con todos estos mimbres, hasta me
admiro de que se haya conseguido tanto. Sin duda, ha sido la fuerza del ideal.
Pero con esos capitanes lo normal es que el barco se hubiera hundido.
Un gobierno mundial es
simplemente una conveniencia a la que nos induce la razón. Eso no significa
centralismo ni imposición ni menos democracia local o nacional. La bandera de
la ONU me parece preciosa, de las más bonitas que existen. La ONU, por otra
parte, ha hecho lo poco que ha podido. Pero el ideal que la inspiró fue
grandioso. Durante una generación ese ideal brilló en los corazones de todos
los intelectuales. Hoy día, no.
En el siglo XXI, ha triunfado la
visión del planeta como selva. En un mundo que, cada vez más, precisa de
decisiones y soluciones globales, cada nación aspira a un mezquino sálvese quien pueda.
Hemos andado, a pesar de todo un gran camino. La primera vez que se
planteó como una utopía algún tipo de unión con la aldea vecina, hace diez mil
años, el líder de la oposición se opuso en redondo a que no se siguieran
ofreciendo los corazones de los vecinos como cada año sobre el altar de la
plaza del pueblo.
P. FORTEA
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