Una de las razones por las que
algunos no creen en Dios es que señalan que el mundo está cada vez más lleno de
pecado a sus ojos y Dios no ha hace nada, no enjuicia, sin embargo no tienen en
cuenta que el Dios de la Biblia es lento para su ira y que su juicio no se
retrasa para siempre.
El Antiguo Testamente está
lleno de historias de maldad en el antiguo Israel y de lo que Dios hizo al
respecto. Una de ellas es lo que sucedió con la pérdida del Reino del Norte y
la destrucción y expulsión de lo que son llamadas las diez tribus perdidas de
Israel. Ver 2 reyes 17.
Entonces
el rey de Asiria avanzó contra todo el país [de Israel], marchó contra
Samaría y la cercó durante tres años. El año noveno de Oseas, el rey de Asiria
conquistó Samaría [que era entonces parte de Israel]. Deportó a los israelitas
a Asiria y los estableció en Jalaj, en el Jabor, río de Gozán, y en las
ciudades de los medos. (2 reyes 17: 5-6).
El
Reino del Norte de Israel se había dividido del Reino del Sur de Judá en el año
930 antes de Cristo, luego del reinado de Salomón y de su sucesor
Roboam. Las tribus que formaban el reino del norte eran Asher, Dan, Ephraim,
Gad, Isacar, Manasés, Napthtali, Rubén, Simeón y Zabulón. Algunos de Levi
también se establecieron allí.
Los
sobrevivientes de la guerra fueron deportados en gran parte a Asiria y se
“perdieron” por el matrimonio con la gente de allí.
Después
de la pérdida del Reino del Norte, sólo las tribus de Judá y Benjamín se mantuvieron
en el sur y la tribu de Benjamín fue absorbida por Judá.
¿Por
qué sucedió esto? ¿Cómo una nación bendecida por Dios había perdido
esa bendición?
La Sagrada Escritura nos ofrece esta respuesta:
Esto
sucedió porque los israelitas habían pecado contra Yahvé, su Dios, que
los había sacado de la tierra de Egipto, sustrayéndolos a la mano del faraón,
rey de Egipto. Habían dado culto a otros dioses y seguido las costumbres de las
naciones que Yahvé había expulsado ante ellos. (2 Reyes 17:
7-8).
Estas consecuencias no vienen
sin previo aviso. El libro de Deuteronomio (Dt 28: 15-68) hace mucho tiempo
había advertido lo que sucedería si rompían su vínculo del pacto con el Señor.
Las consecuencias descritas son aterradoras, es exactamente lo que pasó a
Israel en el año 721 aC y en Judá en el 587 aC.
Además de esta antigua advertencia hubo más advertencias contemporáneas de los
profetas:
Yahvé
había advertido a Israel y a Judá por boca de todos los profetas y videntes: “Volveos de
vuestros malos caminos y guardad mis mandamientos y decretos, conforme a la
Doctrina que prescribí a vuestros padres y que les transmití por mano de mis
siervos los profetas.” Pero no hicieron caso y mantuvieron rígida la cerviz
como habían hecho sus padres, que no confiaron en Yahvé, su Dios. Despreciaron
sus leyes y la alianza que había establecido con sus padres y las exigencias
que les había impuesto. Caminaron tras dioses que eran nada y se volvieron
nada, imitando a las naciones de alrededor, cuando Yahvé les había prescrito no
actuar como ellas. Yahvé se encolerizó sobremanera contra Israel y los apartó de
delante de su rostro. No quedó sino sólo la tribu de Judá. (2 Reyes 17:
13-15, 18).
Incluso
después de todo esto, Judá no aprendió la lección bien, cayendo cada vez más en
la infidelidad y el pecado y los babilonios conquistaron Judá en el año 587
antes de Cristo, lo que llevó a la destrucción del Templo y a la pérdida del
Arca de la Alienza.
Historias como
estas pueden parecer lejanas, pero sus elementos son tristemente familiares
para nosotros en tiempos como estos, en los que se ha producido una disminución de la obediencia a las leyes de Dios y un
gran alejamiento de la fe.
Esto
es cierto en occidente, en el resto del mundo e incluso en un grado
dentro de la Iglesia, donde un gran número ha caído. San Pablo lo describió
así:
Porque
vendrá un tiempo en que los hombres no soportarán la doctrina sana, sino que,
arrastrados por su propias pasiones, se harán con un montón de maestros por el prurito
de oír novedades (2 Tim 4: 3).
Es por eso que estamos en
estos tiempos difíciles, tiempos de poda y purificación en la Iglesia y tiempos
del gran juicio al occidente una vez cristiano.
Como dice San Pablo, las historias del Antiguo Testamento son lecciones y advertencias para
nosotros:
Y
estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos, a quienes han
alcanzado la plenitud de los tiempos. Así que el que piensa que está de pie
debe tener cuidado de no caer (1 Cor 10: 11-12).
Hoy hay ideas distorsionadas
de la misericordia basadas en la creencia de que Dios nunca va a castigar;
nunca va a decir: ‘¡Basta! Pero eso no es misericordia.
Porque
si la maldad de nuestro tiempo no disminuye, se perderán muchos más. El número de
muertos y el dolor derivado de aborto, la eutanasia, la guerra, la confusión
sexual, la codicia, el odio serán cada vez más altos.
En
algún momento, Dios aplica una doloroso – aunque necesario – fin a la soberbia
y maldad sin arrepentimiento.
No
digas “He pecado, y sin embargo ¿qué me ha pasado?” porque el Señor es lento
para la ira.
Por lo tanto, presta atención
a las lecciones de estas antiguas historias. Vivimos en tiempos de soberbia, en
la que muchos racionalizan su pecado y desdeñan a Dios y piensan que su amor se
opone a la pena o el juicio. Pero tal noción del amor en incompleta, porque
amor se regocija en la verdad no en lo que es malo y dañino.
Dios tiene más en mente que simplemente nuestra
propia felicidad. Él está pensando en otras personas y las generaciones
futuras. Él es paciente y espera
nuestro arrepentimiento, pero él no es un cándido. Llega un momento en
que incluso los mejores viñedos deben ararse con el arado, si de ellos se
obtienen uvas agrias.
Foros de la
Virgen María
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