Las
profecías de San Malaquías sobre los últimos papas han sido un enigma
creciente. Porque de acuerdo a la interpretación tradicional Benedicto XVI
sería el último papa, y estamos generacionalmente involucrados como ningún otro
humano que pisó la tierra.
García
de Polavieja trae un análisis del Padre Juan Manuel Igartúa, jesuita, que llega
a la conclusión de que luego de Benedicto XVI no sería el último, sino que
vendrían dos papas más, uno que sería el anticristo y otro cuyo pontificado
estaría en medio de la parusía (la segunda venida de Cristo).
El padre Igartúa estudió el célebre texto,
atribuido por su redactor del s. XVI, Arnaldo de Wion, al obispo de Armagh
(Irlanda), titulado “El enigma de la profecía de S. Malaquías sobre los Papas”
del que conozco dos ediciones (de 1976 y 1978).
Con su habitual rigor, el P. Igartua analizó desde
todos los ángulos la lista de lemas de los pontífices romanos – desde Celestino
II hasta el último – llegando a varias conclusiones, entre las que interesan
ahora especialmente dos: La validez e
importancia que el sabio jesuita otorgaba a ésta profecía, en primer lugar; y
la restauración que hizo del sentido de los últimos lemas, 111, 112 y 113, en
segundo lugar.
El P. Igartua tomó en cuenta las críticas que
convierten a Wion -supuestamente inspirado en Panvinio (en 1595) – en verdadero
autor de la profecía, aunque no las rubricara. Ello no le restaría carácter
profético, ya que todos los lemas de los siglos XVII, XVIII, XIX y XX la
acreditan, y se trata de pontífices que tampoco Wion podía conocer. Sin
embargo, me inclino – mera opinión personal – por la autoría de S. Malaquías,
por varias razones: Me parece muy probable que Wion haya tenido acceso a un
original medieval y se limitase a recopilarlo como él mismo declara. Nunca
compartiré la incredulidad hacia la veracidad de lo antiguo que impera en la
vida académica por imposición modernista. Además, uno de los mejores
historiadores religiosos contemporáneos de Wion, el dominico Alfonso Chacón,
creía en la autoría del obispo de Armagh. En cualquier caso, para el P. Igartua
quedaba clara “la sólida probabilidad de su valor profético”, lo que es más que
suficiente.
Mis razones en favor de la autoría de S. Malaquías
quizá sean demasiado personales, porque derivan de un convencimiento absoluto
del sentido providencial de la historia; así como de la trabazón íntima entre
el nombre bautismal de las personas y su vocación: no creo en las casualidades.
Los dos últimos libros proféticos del
Antiguo Testamento, Zacarías y Malaquías, fueron escritos en previsión de los
tiempos previos a la Parusía, y “me casa” que un santo del s. XII llamado
Malaquías fuese inspirado para completar los datos de su homónimo.
El gran acierto del P. Igartua fue restablecer la secuencia original de los últimos lemas de la profecía, que habían quedado oscurecidos en ediciones poco cuidadosas: Sirviéndose del llamado numerus aureus – no voy a detenerme en ello – el sabio jesuita comprendió que los lemas de la lista son 113 y no 111.
El gran acierto del P. Igartua fue restablecer la secuencia original de los últimos lemas de la profecía, que habían quedado oscurecidos en ediciones poco cuidadosas: Sirviéndose del llamado numerus aureus – no voy a detenerme en ello – el sabio jesuita comprendió que los lemas de la lista son 113 y no 111.
Es decir, que la lista no acaba con Gloria olivae, el lema correspondiente a Benedicto
XVI; sino que después vienen dos lemas más:
El
112, In persecutione, lema que Igartua atribuye al ¿anticristo? – así, entre
interrogaciones (página 512); cosa que comparto sin interrogaciones.
Y
el 113, Petrus Romanus, que corresponde al pontífice reinante en el momento de
la Parusía.
Este Petrus Romanus requeriría un post independiente, por la complejidad de su
momento y por las especulaciones que sobre él circulan.
Lo trascendente de la lista de Malaquías es que nos
sitúa ante la inminencia del gran parteaguas de la historia: Si para el P.
Igartua, hace cuarenta años, se trataba de esperar dos lemas más, para
nosotros, de ser cierta la profecía, el tiempo ha llegado… Esto es lo que
verdaderamente asusta.
Cierta
corrección eclesiástica no puede aceptar –porque rompe todos los esquemas – que
sea inminente un falso profeta, un antipapa, o un “pastor necio” para decirlo en
términos de Zacarías (Za 11, 15). Pero San Jerónimo, con toda su autoridad hermenéutica,
veía en este Necio al impío por excelencia, que sería el anticristo y el
antípoda del Mesías (San. Jerónimo, Comentario a Zacarías III, 859, en: Obras
Completas B.A.C. 593, pp. 654-657).
La atribución por Igartua del lema 112, In persecutione, a este
anticristo eclesiástico, es plenamente coincidente
con la previsión de Zacarías, que sitúa al pastor Necio inmediatamente
después de los pastores Gracia y Vínculo y como sucesor inmediato de éste
último.
La
convergencia entre la profecía de los Papas de Malaquías y el decisivo capítulo
11 de Zacarías es total. Y negar que el capítulo 11 de Zacarías se refiere
a nuestro tiempo, exigiría ahora prolongar la duda acerca de la identidad del
pastor-cayado Gracia, cosa difícil después de un Papa monfortiano que se
declaraba “Totus tuus” respecto a la Llena de Gracia…
A los datos de Zacarías sobre la Pasión de la
Iglesia puede dárseles una interpretación esclarecedora, aunque convenga
exponerla con prudencia. En algunas ocasiones, la concreción excesiva puede no
compensar los daños colaterales…Quienes leéis estas líneas sabréis discernir
nuestra preocupación ante la situación que se precipita, cuyos detalles deben
permanecer, por ahora, en estudio. Lo que sí cabe es avisar a los estudiosos
del tema que estas profecías no prevén
“cónclaves divididos” ni cismas post-electivos sino, en todo caso, traiciones
que provocarían cismas prácticos.
En este sentido parece ir también la exégesis que Jesús le hizo a María Valtorta del mismo capítulo 11 (Cuadernos, 9 de diciembre de 1943, pp. 539-541). La atención debería centrarse en la advertencia del Señor, recogida por San Juan, acerca del salteador “que no entra por la puerta del redil sino que escala por otro lado” (Jn 10, 1); advertencia explicada a su vez en la célebre profecía de san Francisco de Asís, en su lecho de muerte: “En el momento de esta tribulación, un hombre, elegido no canónicamente, se elevará al Pontificado, y con su actuación se esforzará en llevar a muchos al error y a la muerte” (Obras del Seráfico Padre S. Francisco de Asís, Washbourne, 1882, pp. 248-250).
En este sentido parece ir también la exégesis que Jesús le hizo a María Valtorta del mismo capítulo 11 (Cuadernos, 9 de diciembre de 1943, pp. 539-541). La atención debería centrarse en la advertencia del Señor, recogida por San Juan, acerca del salteador “que no entra por la puerta del redil sino que escala por otro lado” (Jn 10, 1); advertencia explicada a su vez en la célebre profecía de san Francisco de Asís, en su lecho de muerte: “En el momento de esta tribulación, un hombre, elegido no canónicamente, se elevará al Pontificado, y con su actuación se esforzará en llevar a muchos al error y a la muerte” (Obras del Seráfico Padre S. Francisco de Asís, Washbourne, 1882, pp. 248-250).
La convergencia entre la profecía del capítulo 11
de Zacarías y la de los Papas de Malaquías es – lo repito – total: Zacarías avisa que al romperse el cayado
Vínculo Dios va a “suscitar en esta tierra un pastor que no hará caso de la
oveja perdida, etc. etc.” (Za 11, 15-16) y Malaquías de Armagh coloca,
inmediatamente después de Gloria olivae, el lema In Persecutione, cuyo
comentario inmediato (extrema S. R. E. sedebit – la extrema (persecución) tendrá
su sede en la Santa Iglesia Romana) parece un anticipo de la célebre
advertencia de Nuestra Señora en la Salette: Roma perderá la Fe y se convertirá en la sede del anticristo.
Frente a esta convergencia profética se levanta una
muralla de prevención – hasta cierto punto lógica – y convencionalismo. Esta
resistencia es preocupante porque se plantea desde una eclesiología bien
intencionada, es decir, invocando la guía indefectible del Espíritu Santo sobre
la Iglesia: Pero esta guía se invoca
precisamente para negar los avisos del propio Espíritu Santo; aduciendo “poca
fiabilidad” de las profecías de todo tipo.
En este tema, hay sectores abocados a un círculo
vicioso donde incluso las mariofanías oficialmente reconocidas son vistas con
suspicacia en lo relativo a sus previsiones proféticas. La cerrazón de estas
corrientes a la realidad del momento parece crónica, porque su visión está
encerrada en burbujas, sin contacto con la deriva cultural y social. No
hablamos de los sectores que ponderan esta deriva con intención de incorporarse
a ella. Existe un racionalismo piadoso,
incluso tradicional, ignorante de la naturaleza satánica de la cultura
dominante; y cuya reticencia escatológica obedece, en realidad, al recelo hacia
la mística.
En ello subyace una confusión del amor, disimulada
frecuentemente tras espiritualidades voluntaristas y suficiencias eruditas:
Incredulidad hacia el protagonismo del Cielo, que no se sirve de maestros
acreditados ni de sabios, sino de lo más sencillo y sorprendente. Tal actitud arriesga,
sin sospecharlo, quedar incluida entre los engañados por “no haber aceptado el
amor de la verdad que les hubiera salvado” (2 Ts 2, 10). Porque el Amor de
Jesucristo no es referencia metafísica, ni patente espiritual, ni agotó sus
revelaciones con Bernardo de Hoyos y Faustina Kowalska: Es una experiencia de
comunión que persiste, y en la que Jesucristo dirige, se manifiesta y habla… Es muy peligroso permanecer ajenos a las
manifestaciones más actuales, contundentes y clarísimas, del Sagrado Corazón.
San Luis Mª Grignón se quejaba amargamente de aquellos “que teniendo la profesión de enseñar la verdad a los demás, no te conocen a Ti ni a tu Santa Madre, sino de una manera especulativa, árida, estéril e indiferente” (V. Devoción, 64).
San Luis Mª Grignón se quejaba amargamente de aquellos “que teniendo la profesión de enseñar la verdad a los demás, no te conocen a Ti ni a tu Santa Madre, sino de una manera especulativa, árida, estéril e indiferente” (V. Devoción, 64).
La
suma de las mariofanías, revelaciones y confidencias de todo tipo con las que
el Cielo está previniendo el drama actual, es de tal magnitud que su estudio
deja poco espacio para la duda. Esa duda equivaldría a pensar que Dios permite
que su palabra y la de su Madre sean suplantadas con una frecuencia que pondría
en entredicho su divinidad.
Despreciar este desbordamiento profético implica,
además, un desaire a la Mujer que prepara la Venida de su Hijo y da a luz, con
lágrimas y sudores de sangre, físicos, visibles y repetidos, al Hombre nuevo.
La reticencia, el escepticismo respecto a las
revelaciones privadas, la prevención contra el Apocalipsis, la suspicacia ante
toda comunicación mística, forman parte del misterioso desenlace de esta etapa
histórica y escatológica.
Si la cuestión se dirimiese entre revelaciones
privadas y la autoridad legítima de la Iglesia – y por legítima habrá que
entender pronto absolutamente diáfana respecto a los dos pilares de la
Eucaristía y de Nª. Señora con todas sus exigencias dogmáticas y prácticas –
los críticos podrían tener alguna razón. Pero el problema parece bastante más
complejo.
Las
advertencias sobrenaturales, cuyo número desafía hoy toda capacidad de
clasificación, están clamando en perfecta sintonía con la profética general de
las Sagradas Escrituras y con la esperanza del cristianismo de todos los
tiempos: Y este coro universal nos está previniendo sobre un poder de seducción
insospechado, revestido de “caridad” horizontalista, sincretista e irenista, a
cuyo influjo escaparán exclusivamente los más pequeños, enamorados de
Jesucristo.
Fuentes: J.C. García de Polavieja para Religión en
Libertad, Signos de estos Tiempos
Foros de la
Virgen María
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