viernes, 17 de junio de 2016

LA GRAN TEOLOGÍA


Un lector en uno de los comentarios me pedía que explicitara un poco más qué entendía yo por la Gran Teología. Con gusto lo hago. Existe una teología de divulgación, también existe otra para enseñar los conceptos esenciales a los seminaristas. Hay obras que son meros ejercicios de erudición que repiten la doctrina segura de siempre: libros ortodoxos y sin sobresaltos. Los libros de teología que son muy populares favorecidos con grandes ventas siempre son ligeros como un artículo de periódico. Famosísimos en su momento. No queda rastro de ellos veinte años después.

Esos best sellers de teología son profundísimos para el que no sabe nada. La Gran Teología, por el contrario, sólo es descubierta por los mejores teólogos. Sólo ellos se dan cuenta de que alguien está creando algo realmente nuevo, de que alguien (quizá en un oscuro punto del planeta) está haciendo avanzar nuestro conocimiento acerca de Dios o de las cosas relativas a Dios.

Los que han creado una gran teología siempre son insuperables especialistas en algo. Raramente puede lograr algo así si no se dedican a la enseñanza de forma profesional. Sólo tras muchos años, sólo tras media vida empleada en recorrer los caminos de las regiones teológicas, pueden decir: ahora voy a hablar yo.

Son muchos los que hablan en el mundo de la teología. Pero la naturaleza produce pocos Borges y Bachs de la Teología. Estos portentos se caracterizan por una dedicación callada, tenaz, laboriosa, por una búsqueda casi maniática de la perfección.

Sus construcciones conceptuales buscan un público muy reducido. Muchas veces no logran ni eso, pero no importa: ellos siguen trabajando con una tozudez inquebrantable. No pocos de estos mueren sin lograr apenas ningún reconocimiento apreciable. A menudo es la siguiente generación la que va entendiendo poco a poco la talla del que ya no está entre ellos.

Santo Tomás de Aquino es un ejemplo óptimo de este tipo de creador. San Agustín es otro ejemplo indiscutible. Podría citar aquí a varios teólogos alemanes y franceses del siglo XX, pero esa lista resultaría mucho más polémica. Por ejemplo, no conozco bien a Rahner ni a Von Balthasar ni a Congard ni De Lubac como para hacer un juicio sobre ellos.

Lo que sí que es indudable es que hay autores que repiten y hablan para la masa, y otros que se sumergen en unas profundidades que otros no pueden ni soñar.

P. FORTEA

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