Un lector en uno de los comentarios
me pedía que explicitara un poco más qué entendía yo por la Gran Teología. Con gusto lo hago. Existe una
teología de divulgación, también existe otra para enseñar los conceptos
esenciales a los seminaristas. Hay obras que son meros ejercicios de erudición
que repiten la doctrina segura de siempre: libros ortodoxos y sin sobresaltos.
Los libros de teología que son muy populares favorecidos con grandes ventas
siempre son ligeros como un artículo de periódico. Famosísimos en su momento.
No queda rastro de ellos veinte años después.
Esos best sellers de teología son
profundísimos para el que no sabe nada. La Gran Teología, por el contrario,
sólo es descubierta por los mejores teólogos. Sólo ellos se dan cuenta de que
alguien está creando algo realmente nuevo, de que alguien (quizá en un oscuro
punto del planeta) está haciendo avanzar nuestro conocimiento acerca de Dios o
de las cosas relativas a Dios.
Los que han creado una gran
teología siempre son insuperables especialistas en algo. Raramente puede lograr
algo así si no se dedican a la enseñanza de forma profesional. Sólo tras muchos
años, sólo tras media vida empleada en recorrer los caminos de las regiones
teológicas, pueden decir: ahora voy a hablar yo.
Son muchos los que hablan en el
mundo de la teología. Pero la naturaleza produce pocos Borges y Bachs de la
Teología. Estos portentos se caracterizan por una dedicación callada, tenaz,
laboriosa, por una búsqueda casi maniática de la perfección.
Sus construcciones conceptuales
buscan un público muy reducido. Muchas veces no logran ni eso, pero no importa:
ellos siguen trabajando con una tozudez inquebrantable. No pocos de estos
mueren sin lograr apenas ningún reconocimiento apreciable. A menudo es la
siguiente generación la que va entendiendo poco a poco la talla del que ya no está
entre ellos.
Santo Tomás de Aquino es un
ejemplo óptimo de este tipo de creador. San Agustín es otro ejemplo
indiscutible. Podría citar aquí a varios teólogos alemanes y franceses del
siglo XX, pero esa lista resultaría mucho más polémica. Por ejemplo, no conozco
bien a Rahner ni a Von Balthasar ni a Congard ni De Lubac como para hacer un
juicio sobre ellos.
Lo que sí que es indudable es que hay autores que repiten y hablan para
la masa, y otros que se sumergen en unas profundidades que otros no pueden ni
soñar.
P. FORTEA
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